Ojal¨¢ no estuvieras aqu¨ª
El p¨²blico insiste en certificar su presencia en un concierto mediante fotos y v¨ªdeos
Wish you were here, todos lo sabemos, fue el elep¨¦ de Pink Floyd de 1975. El t¨ªtulo, Ojal¨¢ estuvieras aqu¨ª,conten¨ªa una broma muy brit¨¢nica: se trataba del lema que ven¨ªa impreso en muchas de las tarjetas postales que se vend¨ªan en las localidades costeras inglesas; dado que la meteorolog¨ªa no sol¨ªa sonre¨ªr a los veraneantes, el deseo era al menos ambiguo.
Cada vez con mayor frecuencia, tiendo a transformar la frase: ojal¨¢ no estuvieras aqu¨ª. Los conciertos se van haciendo antip¨¢ticos, entre otras razones por esa mara?a de tel¨¦fonos y otros dispositivos que se alzan para inmortalizar lo que ocurre en el escenario. Si no das la estatura, es muy posible que el espect¨¢culo te resulte invisible.
Pero la duda, que atormenta a muchos m¨²sicos, tiene que ver con la implicaci¨®n de la tropa, con su motivaci¨®n ¨²ltima. ?Est¨¢n participando del evento, ejercen de notarios o son mutantes crecidos en la multitarea, capaces de gozar y registrar simult¨¢neamente? Algunos tambi¨¦n mantienen conversaciones, beben y, seguro, conciben startups que monetaricen esa afici¨®n.
Puede que los asistentes simplemente quieran dar envidia. Con la devaluaci¨®n del concepto ¡°disco¡±, el directo ha pasado a ocupar el lugar central de la experiencia pop. Y urge dejar constancia de tu presencia, sea en la primera visita de un grupo cool o en el megaconcierto de la diva. Dado que la demanda suele superar a la oferta en el caso de figuras en la cresta de la ola, cualquier precauci¨®n es poca: ¡°Estuve all¨ª ?y puedo demostrarlo!¡±.
Tengo otra sospecha: se trata de otra manifestaci¨®n de, disculpen el palabro, el empoderamiento del respetable. Perdido el respeto reverencial por el artista, los fans manejan su obra a capricho. Comparten su m¨²sica, manipulan sus grabaciones, crean sus propios v¨ªdeos. Lo habr¨¢n comprobado si han hecho b¨²squedas por YouTube: uno se pierde entre docenas de grabaciones infames y maldice a los creadores de la p¨¢gina por no haber incluido un sistema de graduaci¨®n t¨¦cnica que discrimine entre lo que se sube.
Veo que algunos grupos intentan llegar a un acuerdo razonable con los espectadores: piden que ¡ªigual que se hace con los fot¨®grafos profesionales¡ª solo se usen los aparatitos durante un fragmento del concierto. Por lo que he detectado, parte de la concurrencia se deleita en ignorar esa petici¨®n.
Entre las estrellas, encuentro variedad de reacciones. Neil Young, tan celoso de la fidelidad sonora, sin embargo me reconoc¨ªa que simpatizaba con los guerrilleros de YouTube: ¡°Es el equivalente de la FM de los buenos tiempos, la mejor v¨ªa para difundir una canci¨®n nueva o un tema perdido¡±.
Al otro extremo, Prince proh¨ªbe tajantemente smartphones y similares; sus mastines han expulsado incluso a famosos durante sus apariciones de trasnoche en locales reducidos. M¨¢s que preocuparle la calidad audiovisual, se trata de otra batalla m¨¢s en la reciente guerra de Prince contra Internet. Exacto, esa guerra tan extra?a que no le impide aceptar un mill¨®n de d¨®lares por dar un concierto exclusivo para el enemigo, encarnado en el conglomerado Samsung.
Con lenguaje m¨¢s delicado, Jack White, los Black Crowes o Wilco vetan el uso de c¨¢maras en sus actuaciones. Supongo que ese mandato se debilita seg¨²n se ampl¨ªa el recinto o se alejan de su territorio natural. Atesoro una an¨¦cdota maravillosa de 1979. Actu¨® el d¨²o de pianos ac¨²sticos integrado por Chick Corea y Herbie Hancock en... Las Ventas. No pregunten, ocurr¨ªan cosas raras en aquella Espa?a.
Parte del considerable p¨²blico que acudi¨® a la madrile?a plaza de toros se cabre¨®. Eran tiempos de jazz-rock y se pens¨® autom¨¢ticamente que Hancock y Corea tocar¨ªan en el¨¦ctrico (como los teloneros, el grupo Iceberg). Un espectador en particular se dedic¨® a manifestar estruendosa e incansablemente su disconformidad. Sin embargo, cuando Chick y Herbie se despidieron, el mismo bocazas insisti¨® en pedir un bis. ?En qu¨¦ quedamos, les odias y quieres que sigan tocando? Su impagable respuesta: ¡°?Claro que les odio, no te cuento lo que me han aburrido! Pero que sufran, que sigan trabajando los hijoputas¡±.
Tal vez, finalmente, no sea m¨¢s que otro ritual bobo de la era del gadget. Igual que antes se encend¨ªan mecheros, ahora se agitan los iPhones encendidos. A distancia, mirando desde lo alto del estadio, los due?os de las pantallitas parecen extras en una fantas¨ªa a lo N¨²remberg, en alg¨²n videoclip de la era tard¨ªa de Queen. Supongo que debemos respetarlo: han pagado por interpretar ese papel.
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