Una semana con Pasolini
He disfrutado enormemente con la exposici¨®n Pasolini Roma, en el Centro de Cultura Contempor¨¢nea de Barcelona (CCCB), y con su espl¨¦ndido cat¨¢logo, lleno de cartas, poemas, memorias y ventanas. He estado viviendo una semana con Pasolini, por as¨ª decirlo, con sus textos y sus pel¨ªculas, y no dejo de ver su sonrisa, refulgente como una camisa blanca, porque la muestra exhala felicidad, la felicidad de ver a un hombre imaginando, abrazando, multiplicando, levantando acta de un mundo feroz y construyendo otro mundo posible, con la ¡°desesperada vitalidad¡± que cant¨® Laura Betti. Enorme personaje: poeta, novelista, ensayista, pintor, guionista, cineasta, siempre igual y siempre distinto, gran contradictorio, marxista y libertario, creyente y nihilista, apocal¨ªptico pero nunca integrado, y, por encima de todo, rastreador de lo sagrado, ese p¨¢lpito de eternidad ¡°que el laicismo consumista¡±, escribi¨®, ¡°ha arrebatado al hombre para transformarlo en un est¨²pido adorador de fetiches¡±.
Pocos como ¨¦l encarnaron de forma tan rotunda al intelectual y al artista de los sesenta, aunque al evocarle he acabado pensando en nuestros a?os treinta y en Lorca, el Lorca popular y visionario, alegre y oscuro, el Lorca fecund¨ªsimo y, como ¨¦l, muerto en circunstancias nunca del todo aclaradas. Los dos, cada uno a su modo, pagaron un alto precio por ser tan libres. Fueron a por Pasolini fascistas y democristianos y sus propios compa?eros comunistas, en distintas ¨¦pocas pero en significativa unanimidad a la larga, y le brearon a juicios: 33 procesos, por los m¨¢s diversos motivos, desde homosexualidad a ¡°vilipendio de la religi¨®n del Estado¡±, que siguieron hasta dos a?os despu¨¦s de su muerte, pero acab¨® absuelto, conviene se?alarlo, de todas las causas.
Esta semana he redescubierto el fulgor vital de sus primeras pel¨ªculas, Accattone y Mamma Roma, y su extraordinaria poes¨ªa, y la lucidez prof¨¦tica de algunos de sus Escritos corsarios, tan cercana a Guy Debord. Difiero en muchas cosas, pero al releerle ha crecido mi admiraci¨®n por su pensamiento encendido, su alegr¨ªa ¡°estoica y antigua¡±, siempre cercada por el dolor. Tres heridas esenciales: la muerte de su hermano Guido, el jovenc¨ªsimo partisano ca¨ªdo en 1945; la separaci¨®n de Ninetto Davoli, el amor de su vida, en 1971, y como un p¨¢jaro negro o una negra mancha de petr¨®leo, el fin de una Italia devorada por el neocapitalismo, y muy especialmente la p¨¦rdida de aquel peque?o para¨ªso subproletario, de vida dur¨ªsima pero mucho m¨¢s intensa y luminosa que la hormigonaci¨®n que vino luego: las borgate que conoci¨® a su llegada, arracimadas a las orillas del T¨ªber y todav¨ªa oliendo, como sus gentes, ¡°a jazm¨ªn y sopa humilde¡±.
El Pasolini de los ¨²ltimos a?os es un hombre amargo, a menudo desaforado, quiz¨¢s porque la ¨¦poca, los terribles ¡°a?os de plomo¡±, tambi¨¦n lo fue; un utopista que pide cosas tan imposibles (y en el fondo tan comprensibles) como la abolici¨®n de la televisi¨®n y de la escuela secundaria, para empezar de cero. Recuerdo aquellos a?os, cuando no comprend¨ªamos que la dicha imp¨²dica de la Trilog¨ªa de la vida pudiera dar paso a la abjuraci¨®n, al horror y a la violencia inasumible de aquel Sal¨° que mostraba, como un almuerzo desnudo, la desolaci¨®n de su quimera.
Escucho de nuevo el impresionante discurso f¨²nebre de Moravia a las puertas de su casa, el 5 de noviembre de 1975, mientras bajan el cad¨¢ver, diciendo, con rabia, con extrema claridad, sin gota de ret¨®rica, lo que hab¨ªa que decir: ¡°Ha muerto un poeta y un testigo, un hombre valeroso, un hombre bueno, de inteligencia l¨²cida y firme¡±. Me vuelve ahora la lejana memoria de Vincenzo Cerami, que habla del Pasolini profesor, en la escuela de Ciampino, aquel profesor de voz dulc¨ªsima que viv¨ªa en Rebibbia y ten¨ªa que tomar dos autobuses y un tren para poder dar la clase, que jugaba al f¨²tbol de manera prodigiosa y regalaba sus libros, y al que no le importaban tanto los errores gramaticales como los errores ¨¦ticos: ¡°hacer la pelota, decir mentiras¡±. Y pienso en Accattone cayendo como ?caro en el poema de Auden, ¡°y luego solo el agua negra que corre, y buenas noches¡±, pero no solo eso, nunca solo eso, y es as¨ª como florece de golpe, primaveral, este recuerdo: la primera vez que me top¨¦ con el nombre de Pasolini, en los primeros setenta, en casa de Ra¨²l Ruiz. Ten¨ªa sobre la mesa una edici¨®n original de Le ceneri di Gramsci, y yo, que no sab¨ªa italiano, cre¨ª que el t¨ªtulo era Las cerezas de Gramsci, y Ra¨²l sonri¨® y dijo: ¡°Cerezas por cenizas, a Pasolini le hubiera gustado eso¡±.
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