Giacometti, selva de sombra vertical
Una ambiciosa muestra en la Fundaci¨®n Mapfre destaca la teatralidad en la obra el artista a trav¨¦s de sus grupos escult¨®ricos
Hay un elemento decididamente contempor¨¢neo en el modo en que se relacionan las figuras de Alberto Giacometti (1901-1966) en sus grupos escult¨®ricos. Dibujan constelaciones similares a las de un atlas escolar, o a la puesta en pr¨¢ctica de las teor¨ªas de un entrenador de f¨²tbol o a uno de esos paneles de fotograf¨ªas en los que los usuarios de las redes sociales se cuentan a s¨ª mismos. Esa es la fascinante sensaci¨®n que queda tras una visita a la ambiciosa exposici¨®n que la Fundaci¨®n Mapfre dedica hasta agosto al escultor suizo en su madrile?a sede del paseo Recoletos.
La propuesta de Giacometti. Terrenos de juego, con direcci¨®n cient¨ªfica de Annabelle G?rgen, de la Kunsthalle de Hamburgo (donde recal¨® primero), pretende derribar la extendida y monocorde interpretaci¨®n de las esenciales figuras del artista como la plasmaci¨®n en bronce de la soledad del ser humano moderno. Sus espigadas esculturas siguen desasosegando con su magra presencia en la ¨²ltima sala, en una impresionante recreaci¨®n parcial (est¨¢n Hombre que camina I y Mujer grande, II, aunque falta un cabez¨®n que no quiso prestar un coleccionista privado) del grupo que Giacometti so?¨® a finales de cincuenta para la plaza del Chase Manhattan Bank en Nueva York. Pero las aspiraciones de Pablo Jim¨¦nez Burillo, director de exposiciones de la fundaci¨®n que hace las veces de comisario, eran otras: ¡°Se trata de mostrar que para ¨¦l la escultura no restaba, sino que sumaba al relacionarse entre s¨ª y tambi¨¦n con el espectador. De ah¨ª que sea un acercamiento a su obra totalmente nuevo¡±.
Para tirar del hilo de lo inesperado, la muestra, que ocupa las dos plantas del espacio expositivo y ha contado con una treintena de prestigiosos prestadores, arranca con las maquetas surrealistas, que adquieren la forma de caprichosos juegos de mesa, como en Objetos desagradables para tirar, o de construcciones bic¨¦falas, como en Hombre y mujer.
Eran los tiempos en que Giacometti perteneci¨® al grupo parisiense. Antes, el visitante se ha tropezado con un artista que subvierte las formas de la escultura tradicional al representar cabezas y bustos como formas geom¨¦tricas de metal macizo, y que resume as¨ª su por entonces prometedora trayectoria: ¡°De los 14 a los 17 fui al internado; en 1920, acud¨ª durante unos meses a la Escuela de Artes y Oficios de Ginebra; 1921 y 1922 en Italia; en 1922, primera vez en Par¨ªs. (¡) Al principio me dedicaba a la pintura; hace cerca de 10 a?os que soy escultor¡±.
Una cartograf¨ªa de su propia mente, enmara?ada constelaci¨®n de conceptos realizada para la revista Labyrinthe, divide por la mitad el recorrido. De ah¨ª en adelante, todo queda incluido en un mismo espacio mental y f¨ªsico, el taller de la 46, rue Hippolyte-Maindron, lugar m¨ªtico para el arte del siglo XX que aqu¨ª se reproduce en una sala semicircular a partir de unos dibujos realizados por el artista en 1932.
Cuando Giacometti entraba por la puerta de aquel habit¨¢culo ¡°el taller entero vibraba¡±, como escribi¨® Jean Genet, y como parece adivinarse en una imagen movida de 1953 en la que el foco del fot¨®grafo Ernst Scheidegger se dir¨ªa vibrar ante la presencia del genio. Uno de los fuertes de la exposici¨®n est¨¢ en la importancia dada a la fotograf¨ªa documental de alto voltaje art¨ªstico. Man Ray, Dora Maar, Henri-Cartier Bresson, Robert Doisneau o Jacques-Andr¨¦ Boiffard retrataron fielmente al escultor y, con ¨¦l, a su mundo.
De nuevo, Giacometti despliega armas contempor¨¢neas al construir cuidadosamente su propia imagen con una peque?a ayuda de sus amigos como lo har¨ªa una estrella del Facebook. Adem¨¢s, la estudiada puesta en escena de esas im¨¢genes, en las que no cuesta adivinar la mano f¨¦rrea del retratado, sirve para reforzar la idea de la muestra y del taller del escultor como un gran teatro en el que las piezas y los prototipos dialogan con la presencia ubicua y rotunda de su creador.
La galer¨ªa final de la exposici¨®n est¨¢ dedicada a un ¨²ltimo sue?o. Con el encargo del Chase Manhattan de crear un grupo escult¨®rico, algo as¨ª como un universo Giacometti en el que los observadores pudieran deambular entre los extra?os planetas, parec¨ªa hacerse al fin realidad la aspiraci¨®n del artista de crear para una plaza p¨²blica. Al final, no pudo ejecutar en vida al aire libre ninguno de sus proyectos compuestos por varios elementos. Tampoco llevar¨ªa a cabo la descabellada idea de erigir en ese espacio neoyorquino una mujer de bronce de 7,8 metros, osad¨ªa truncada por su muerte.
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