?lmer Mendoza, el breve
El escritor mexicano, padre de la narcoliteratura, publica unos cuentos que empez¨® a escribir hace 20 a?os y da una clase magistral sobre c¨®mo abordar el relato breve
Un adolescente pasaba los d¨ªas con una bandita en una esquina de la Colpop (colonia popular), un fraccionamiento a las afueras de Culiac¨¢n. Eran los sesenta y en Espa?a le habr¨ªan aplicado la ley de vagos y maleantes. A?os despu¨¦s, ese mismo chico se puso a escribir en el espa?ol est¨¢ndar con el que hab¨ªa le¨ªdo a los cl¨¢sicos. El problema es que sus textos no ten¨ªan alma, le quedaban cojos. Encontr¨® su verdadera voz en la jerga de la calle, el habla popular. Llen¨® sus textos de expresiones como ¨¢ndese paseando, me la ando acabando,?¨®rale. ¡°Hice la mezcla y fue emocionante, como cuando los Beatles descubrieron el pelo largo¡±, dice ?lmer Mendoza, considerado el padre de la narcoliteratura.
Mendoza (1949) sigue viviendo en Culiac¨¢n y a mucha honra. ¡°No he vivido mucho en lo que son los centros de flujo cultural. Mi ciudad es distinta, es peque?a. Estoy consiguiendo ubicar la forma de hablar de mi regi¨®n (Sinaloa, norte de M¨¦xico) como algo respetable¡±, se?ala. De hecho hay una corriente de lexic¨®logos interesados en su obra, tan distinta a la del resto. El autor acaba de publicar Trancapalanca (Tusquets), un libro de cuentos que comenz¨® a escribir hace m¨¢s de 20 a?os y que siguen en esa misma l¨ªnea: ¡°Ese estar en la esquina molde¨® mi lenguaje¡±.
Algunas historias tienen tintes autobiogr¨¢ficos. Mendoza se enter¨® de la muerte de Julio Cort¨¢zar en mitad de una corrida de toros en La Monumental de M¨¦xico. A las cinco de la tarde, tremenda hora. Un espectador abri¨® un peri¨®dico y all¨ª estaba la terrible noticia. Se puso a llorar como un ni?o. Los vecinos de asiento se indignaron porque la faena estaba siendo bastante mediocre y pensaban que tampoco era para ponerse as¨ª. En la fiesta uno solo llora de emoci¨®n. El escritor vivi¨® el duelo en silencio.
Mendoza, autor de Balas de plata, explora esta vez formas narrativas que no utiliza habitualmente en sus novelas m¨¢s conocidas, como los del detective El Zurdo Mendieta. Le cost¨® mucho trabajo ser imaginativo a la hora de plantear cada una de las historias. ¡°La literatura es muy cruel¡±, se explica, ¡°si eres apocado nunca consigues hacer nada que merezca la pena, tienes que posicionarte en una categor¨ªa de creador infalible¡±. Ese poder le lleva a no dejar que ning¨²n detective resuelva un crimen, porque a ¨¦l no le da la gana, o a convertirse a s¨ª mismo en un sicario infalible.
?Esos juegos no le funcionan en carreras m¨¢s largas? ¡°El cuento permite cosas que la novela no, es un g¨¦nero distinto. En un texto breve el fastidio es soportable. Le¨ª otras novelas que tienen ciertos juegos difusos que a mi modo de ver no funcionan¡±. Este proceso de creaci¨®n le llev¨® a padecer ¡°fuertes emociones¡±. A veces ten¨ªa una historia que le bull¨ªa en la cabeza y ten¨ªa que irse inmediatamente a casa a escribirla.
Es un curioso profesional. La conversaci¨®n camina por derroteros no esperados y acaba diciendo que M¨¢laga (sur de Espa?a) es una de sus ciudades favoritas. Mendoza estuvo indagando en cu¨¢les fueron las drogas que usaba la gente de su generaci¨®n del otro lado del charco. ¡°Era una juventud loqu¨ªsima, nada que ver con Marisol y las pel¨ªculas que nos llegaban de all¨¢¡±, suelta, y se entusiasma al saber que Pepa Flores, la actriz, reneg¨® de su personaje y se refugi¨® en una vida cotidiana que incluye regentar una pizzer¨ªa en la ciudad andaluza. ¡°A ver si me doy una vuelta por all¨¢¡±.
La escritura de Mendoza, volviendo al tema, sigue teniendo mucho que ver con la forma de hablar de aquellos chicos de la esquina. Considera que una cosa que distingue a esos j¨®venes mexicanos es la fascinaci¨®n por crear expresiones. Lo llama deslices del lenguaje. ?l se limit¨® a capturarlo. ¡°A final de cuentas tengo un gen que me permite reflexionar sobre c¨®mo hablamos. Era un sentimiento inconsciente y primitivo que hac¨ªa que me llamara la atenci¨®n las expresiones que te dec¨ªan los amigos¡±, se pone trascendente.
Aunque a continuaci¨®n rompe el hechizo, de cursi nada. Una de sus aficiones, ¡°una p¨¦sima costumbre¡±, es la de escuchar a los locutores de televisi¨®n que narran deportes. ¡°Se est¨¢n haciendo bromas y maneras muy lindas de calificar. La literatura cuesta mucho hacerla as¨ª. Cuando uno est¨¢ joven trae lo de la verosimilitud pero el recurso m¨¢s seguro es el lenguaje. Intentas reproducir un habla y a veces por ah¨ª se inventan expresiones¡±, reflexiona. Uno de los mejores cuentos de la recopilaci¨®n narra la pelea de un boxeador de Acapulco que duda del sentido de ganar la pelea ahora que ha muerto su madre. ¡°Mi am¨¢ nos pas¨® a mejor vida y como dicen; y yo, cuando ella muri¨®, pos carajo, como que ya no ten¨ªa caso ¡±, dice.
Est¨¢ a punto de terminar la entrevista y no hemos hablado nada de narcotr¨¢fico. Ni una palabra. ¡°Hay muchas otras cosas de las que hablar¡±, se despide Mendoza.
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