El ¨²ltimo buen beso tiene el sabor amargo de la cerveza y la derrota
Les presento a un personaje de primera categor¨ªa: C.W. Sughrue, veterano del Vietnam, investigador privado, alcoh¨®lico, visceral y honesto, con cierta tendencia a encari?arse y enamorarse de la gente a la que busca. Un personaje tierno y duro, que puede llegar a ser despreciable y adorable. Un hallazgo.
El responsable de esta creaci¨®n es James Crumley (Texas, EE UU, 1939- 2008), que escribi¨® cuatro novelas de C.W. Sughrue. RBA ha recuperado dos de ellas, El pato mexicano, con la que gan¨® el Dasshiell Hammett en 1994 y El ¨²ltimo buen beso, en la que la grandeza de la prosa y la rabia de Crumley y el atractivo de Sughrue alcanzan sus m¨¢s altas cotas. George Pelecanos, autor negrocriminal y productor de The Wire situ¨® la novela como la tercera en su top ten sobre el g¨¦nero.
¡°Estuve nueve a?os en el Ej¨¦rcito, en tres periodos consecutivos, b¨¢sicamente jugando al rugby, sentado en un gimnasio o escribiendo art¨ªculos de deportes para la prensa diaria, pas¨¦ tambi¨¦n cuatro a?os en los equipos de rugby de tres colegios universitarios diferentes bajo dos nombres distintos y entr¨¦ en este negocio de manera estrictamente accidental, as¨ª que no soy ni Johnny Quest ni el ¨¢rbitro moral de Occidente. Yo me definir¨ªa m¨¢s bien como un pistolero a sueldo de segunda categor¨ªa o un alma errante de primera divisi¨®n¡±.
Tomen aire. Ah¨ª est¨¢ todo el personaje, definido por ¨¦l mismo en las p¨¢ginas de El ¨²ltimo buen beso (RBA, traducci¨®n de Marta P¨¦rez S¨¢nchez). Tambi¨¦n es un hombre que trata de ir ¡°dos copas por delante de la realidad y tres por detr¨¢s de la borrachera¡± y que controla como puede su alcoholismo, decisi¨®n que tom¨® cuando se despert¨® en un garito de mala muerte con el encargo de limpiar los ceniceros para ganarse una copa. Perdedor a tiempo completo y n¨®mada automovil¨ªstico, odia los aviones, Sughrue tiene una patria: el lugar donde pueda colgar su resaca.
A los 38 a?os, nuestro protagonista tiene la nariz rota, andares raros y tripa cervecera, pero atesora cierto atractivo. Viste Levi¡¯s y sudadera y los d¨ªas de fiesta los Levi¡¯s nuevos.
En la novela, este investigador tiene que buscar a un escritor acostumbrado a largas escapadas y cuyo alcoholismo deja en broma macabra el del propio protagonista. Cuando lo encuentra, en un bar, c¨®mo no, se inicia la verdadera trama, una historia llena de perdedores y derrotas, una road movie desarrollada entre moteles, parajes ¨¢ridos y un San Francisco que vive la resaca de la ¨¦poca hippy.
El escritor, ego¨ªsta, soez, miserable y cobarde es un buen personaje, al que acompa?a en el plantel de secundarios un bulldog alcoh¨®lico absolutamente delicioso. Sughrue tiene que buscar a una mujer, Betty Sue, hija de la due?a de un bar, desaparecida hace 10 a?os y desenterrar muchos secretos y heridas sin curar, tramas familiares dolorosas al m¨¢s puro estilo de Ross MacDonald. Y lo har¨¢ a la desesperada, sin m¨¦todo, porque su m¨¦todo es ¡°vagar por ah¨ª¡±, pero con inteligencia y entrega a la causa y al dolor de una madre.
La novela deja sabor amargo, como en realidad todo buen beso, sobre todo si es el ¨²ltimo, pero destila fuerza, rabia, desesperaci¨®n, en un estilo crudo que a veces recuerda al mejor Jim Thompson. En un gran obituario en The Guardian, Maxim Jakubowski, cr¨ªtica y amiga del escritor, recuerda que Crumely influy¨® en toda una generaci¨®n de autores como Michael Connelly, George Pelecanos, Dennis Lehane, aunque nunca fue ni mucho menos tan reconocido como ellos y no termin¨® de encontrar su sitio en las letras norteamericanas. Como C.W. Sughrue, como los grandes perdedores.
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