Samantha Dubois
No teme que el hombre se mate, dicen que los suicidas lo hacen sin avisar
Samantha Dubois firm¨® ejemplares de La muerte y la ausenciadurante m¨¢s de dos horas despu¨¦s de la presentaci¨®n de su novela. Es que ella le dedica tiempo a cada lector. Y tiene muchos. No se limita a poner la firma, les pregunta el nombre completo, les conversa un rato. Por eso, cree, los lectores son tan fieles, no solo a lo que escribe sino a ella misma. Sienten que la conocen, que son como de su familia. A ella esa intimidad no le gusta demasiado, pero no tiene dudas de que influye directamente sobre las ventas de sus libros. Hoy un escritor, Samantha Dubois lo sabe, con solo escribir no va a ninguna parte.
Guarda la lapicera en su cartera, se pone el abrigo y baja del escenario. La esperan varios directivos de la editorial para llevarla a cenar. La esperar¨ªan el tiempo que fuera necesario, es la escritora de m¨¢s ventas de todo el cat¨¢logo. Cuando est¨¢n por salir de la sala se acerca un hombre joven, delgado, algo desprolijo. Lleva una mochila de donde saca un ejemplar de La muerte y la ausencia. El editor le sale al paso, ¡°lamentablemente ya termin¨® la firma¡±. El hombre no se mueve, mira a Samantha a los ojos sin decir una palabra. ¡°Pero, por favor...¡±, se queja ella, ¡°c¨®mo no lo voy a firmar¡±. Revuelve la cartera buscando la lapicera. El hombre le extiende el libro, ella lo abre en la primera hoja. Pero donde tiene que firmar encuentra una hoja arrancada de un cuaderno que dice: ¡°Este libro lo escrib¨ª yo, se?ora Dubois, usted lo sabe, LADRONA¡±. Ella se pone p¨¢lida, considera que lo mejor es hacer como si no hubiera le¨ªdo el mensaje, firma y le devuelve el libro. Sin dejar de mirarla, el hombre lo guarda en la mochila y se va. ¡°Qu¨¦ tipo raro, ?no?¡±, dice el editor. ¡°S¨ª¡±, afirma ella pero no agrega nada m¨¢s, no quiere alarmarlo. Al menos por ahora.
La llevan a comer a un restaurante de moda. No fue f¨¢cil conseguir lugar pero en la editorial saben que es su preferido. La cena transcurre con normalidad; sin embargo, al salir se topan con el hombre de la mochila. Samantha lo reconoce inmediatamente. Se meten al auto del editor con rapidez. Sobre el parabrisas hay una hoja de cuaderno donde dice: ¡°La muerte y la ausencia la escrib¨ª yo, LADRONA se?ora Dubois¡±. Ella le cuenta al editor el episodio anterior. ¡°C¨®mo no me dijiste¡±, le reprocha ¨¦l, ¡°este hombre est¨¢ muy mal, muchos tienen el delirio de que un escritor famoso les rob¨® su obra maestra, pero te hacen juicio y listo¡±. Ella, p¨¢lida del susto, intenta mantener la calma y dice: ¡°Ya se le va a pasar¡±. ¡°?Quer¨¦s que le diga algo?¡±, pregunta ¨¦l. ¡°No¡±, responde ella, ¡°mejor no prestarle atenci¨®n, buscan un poco de fama y despu¨¦s se les pasa¡±.
No teme que el hombre se mate, dicen que los suicidas lo hacen sin avisar
El editor deja a Samantha en su casa. ¡°?Seguro que no te da miedo quedarte sola?¡±, le dice. El comentario tiene una doble intenci¨®n, ella lo sabe. Desde su divorcio ¨¦l ha intentado acercarse, hasta un d¨ªa tom¨® coraje y le dijo: ¡°Dejemos la literatura de lado, nosotros dos, hombre, mujer¡±. Pero ella no ha aceptado, todav¨ªa no est¨¢ para pensar en una nueva relaci¨®n. Samantha le da un beso y se baja. El editor espera hasta que entre en la casa. Ella revisa el buz¨®n, toma la correspondencia, saluda y cierra la puerta. Le llama la atenci¨®n un sobre. Lleva su nombre al frente y entre par¨¦ntesis dice: LADRONA. Lo abre temblando. Encuentra lo que sospecha, una carta donde el hombre de la mochila, que dice llamarse Pedro Laborde, declara que le envi¨® tres ejemplares manuscritos por correo el a?o anterior, uno en marzo, uno en agosto y el ¨²ltimo en octubre. Luego se extiende sobre las virtudes del texto ¡°que me doy cuenta usted tambi¨¦n valor¨®¡±. Y termina amenazando: ¡°No me volver¨¦ a poner en contacto con usted, pero si no declara p¨²blicamente que yo soy el autor, en 72 horas me suicidar¨¦ y usted cargar¨¢ toda la vida con eso¡±. Samantha siente que va a desmayarse. Marca el n¨²mero del editor pero corta. Mejor se lo dir¨¢ ma?ana. O tal vez llame directamente a su abogado. En cualquier caso no teme que el hombre se mate, dicen que los suicidas lo hacen sin avisar. Se toma una pastilla para dormir, sabe que sin la ayuda del f¨¢rmaco no le ser¨¢ f¨¢cil.
Tres d¨ªas despu¨¦s, Pedro Laborde aparece colgando de un ¨¢rbol, frente a la editorial. Tiene en el bolsillo una carta dirigida a los editores donde dice m¨¢s o menos lo mismo que explica en la carta que le mand¨® a ella. El asunto se convierte en un esc¨¢ndalo que cubren todos los medios. Pasan semanas hablando en diarios, radios, canales de televisi¨®n. Hasta que aparece un asunto de mayor inter¨¦s y la cobertura medi¨¢tica decae. Samantha declara ante la polic¨ªa y la justicia. El hombre ten¨ªa antecedentes de desordenes psicol¨®gicos, estuvo internado dos veces. La novela va por la octava edici¨®n. ¡°Bueno, al final nos hizo un favor¡±, le dice el editor cuando la llama para avisarle de la novena tirada de su novela. ¡°No me hace gracia el chiste¡±, responde Samantha. Corta y va a su escritorio, saca del ¨²ltimo caj¨®n las tres copias que hab¨ªa recibido por correo, en marzo, agosto y octubre del a?o pasado. Las quema dentro de la pileta de la cocina, espera que ardan. Junta las cenizas en un jarr¨®n. Cuando vaya al mar las va a esparcir, como si se tratara de las cenizas de un muerto.
Claudia Pi?eiro es escritora argentina, su ¨²ltima obra es Un comunista en calzoncillos.
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