¡®Dramatis personae¡¯: el verano
Un recorrido por las novelas que encierran en s¨ª la idea del par¨¦ntesis estival
?Qu¨¦ libros encierran en s¨ª la idea del verano? M¨¢s que de una gu¨ªa de buenas lecturas ahora que la estaci¨®n se acerca a su final, se trata de efectuar un paseo literario por, dig¨¢moslo as¨ª, el deseo y la muerte. Un enigma, antes de empezar: por alguna raz¨®n, sobre un alto porcentaje de los libros que tratan de encapsular en sus p¨¢ginas la esencia del est¨ªo, se cierne la sombra de la tragedia. No siempre es as¨ª, por supuesto. De hecho, una entre las muchas maneras posibles de dar comienzo a nuestra traves¨ªa corresponde a una comedia: el Sue?o de una noche de verano de Shakespeare es una fantas¨ªa deliciosa acerca de las veleidades y contradicciones del amor como pocas veces ha logrado trazar jam¨¢s ning¨²n poeta. Cabe continuar el viaje en el m¨ªtico condado de Yoknapatawha, escenario de las narraciones debidas a uno de los mejores novelistas de todos los tiempos: William Faulkner, quien en Luz de agosto logr¨® atrapar con pavorosa precisi¨®n el pulso infernal de la can¨ªcula. De una cumbre a otra. Dentro de la asombrosa producci¨®n narrativa de Flaubert, llama la atenci¨®n una novela cuya acci¨®n tiene lugar en el coraz¨®n del verano: la ingeniosa Bouvard y P¨¦cuchet, que el propio autor juzgaba la m¨¢s importante de cuantas novelas hab¨ªan salido de su imaginaci¨®n. Relato en extremo entretenido y un punto delirante, antes de embarcarse en su redacci¨®n Flaubert se impuso la tarea de leer 1.500 libros. No pod¨ªa ser menos, trat¨¢ndose de un texto en el que su autor se propuso encapsular toda la sabidur¨ªa del universo. El escritor, y ello le a?ade una dimensi¨®n de tr¨¢gica grandeza a su empe?o, muri¨® sin terminarla.
Tras nuestra incursi¨®n por tierras europeas, si les parece podemos cruzar de nuevo el Atl¨¢ntico y abandonarnos a la contemplaci¨®n de las aguas de la rada de Long Island desde una de las mansiones m¨¢s lujosas que se alzan en su orilla. En El Gran Gatsby, de Scott Fitzgerald, las noches sofocantes del verano son la atalaya desde la que varias generaciones de lectores han visto y lo siguen haciendo hoy c¨®mo se despliega ante sus ojos una de las tragedias amorosas pocas veces atrapadas de modo m¨¢s certero entre las p¨¢ginas de un libro. Una brisa impregnada de desconsuelo recorre dos historias acaecidas en los veranos del Sur: la primera es de Harper Lee, la gran dama de las letras sure?as, quien en Matar a un ruise?or, refiere los detalles de un aciago drama de racismo y bajeza moral. Oriundo de Nueva Orleans, en el vecino estado de Luisiana, su gran amigo de la infancia, Truman Capote, es el autor del segundo relato. Capote se neg¨® en vida su primera incursi¨®n en el terreno de la novela, pero Traves¨ªa del verano, una historia de iniciaci¨®n sexual durante el t¨®rrido verano de 1945 en Nueva York es una narraci¨®n magn¨ªfica. Otro voz de otro ¨¢mbito. Un solo vocablo: Verano. Al sudafricano J. M. Coetzee, posiblemente el mejor escritor vivo, le basta una palabra para dar t¨ªtulo a una escalofriante meditaci¨®n sobre la condici¨®n humana en nuestro tiempo.
En el momento de escribir estas l¨ªneas, se abate sobre Nueva York una desesperante ola de calor, un calor capaz de despertar, y la expresi¨®n no es metaf¨®rica, instintos asesinos. El origen de la conexi¨®n es incierto, la toxicidad misma del calor, tal vez, pero es innegable que existe una relaci¨®n entre la idea del verano y ciertas concreciones del mal. Durante una de las olas de calor m¨¢s agobiantes de la historia de la ciudad, acaecida en el verano de 1976, un asesino en serie mantuvo en vilo a los residentes de los cinco condados de Nueva York. (La historia del sat¨¢nico ¡°hijo de Sam¡± la cont¨® en im¨¢genes Spike Lee.) El nombre real del asesino era David Berkowitz. Alg¨²n tiempo despu¨¦s de ser declarado responsable de sus actos y sentenciado a una condena centenaria en a?os, Berkowitz le pidi¨® al psiquiatra que lo hab¨ªa examinado que transcribiera su historia. Las confesiones del hijo de Sam no es un libro que destaque por la calidad de su prosa, sino una foto fija de la mente de un asesino que permite asomarse a las ra¨ªces psicol¨®gicas de una ecuaci¨®n extra?amente persistente: la que a¨²na literatura y crimen.
Una entre muchas escenograf¨ªas posibles del deseo: las acotaciones a De repente, el ¨²ltimo verano, de Tennessee Williams. Estamos en una mansi¨®n de estilo g¨®tico victoriano en el Garden District de Nueva Orleans, un atardecer a finales de verano, asomados a un jard¨ªn tropical en el que crece, a la sombra de plantas de colores violentos, un bosque de helechos gigantes. En el aire flota el vapor caliente que desprende la tierra tras el fragor de una tormenta. Los ¨¢rboles parecen sangrar. Cuando rompen a hablar, las voces de los dramatis personae desgranan las cadencias de una historia impregnada de deseo homoer¨®tico. Una sed de signo pansexual transpira desde las p¨¢ginas de Bonjour tristesse, narraci¨®n de Fran?oise Sagan escrita contra el fondo caluroso de un verano. La protagonista, C¨¦line, tiene 17 a?os y se encuentra atrapada en el centro de un complejo encruzamiento de pasiones. A su vez, la protagonista de El amante, novela autobiogr¨¢fica de Marguerite Duras, tiene solo 15 a?os cuando, perdida en el exilio que comparte en la Indochina colonial con su madre, se deja arrastrar por el deseo ag¨®nico que enciende en su interior el joven chino que se enamora de ella. La lejan¨ªa geogr¨¢fica de la cultura que forj¨® la visi¨®n del mundo de tres novelistas, una visi¨®n que no logra arrojar luz sobre las capas m¨¢s profundas de la pulsi¨®n sexual recibe un tratamiento magistral en otros tantos relatos que transcurren en parajes t¨®rridos: las cuevas (ficticias) de Marabar en Viaje a la India, de E. M. Forster; el Marruecos de Paul Bowles, en El cielo protector; y la luz cegadora del Caribe en El color del verano, de Reinaldo Arenas.
El desasosiego sexual discurre por cauces no menos turbios e inquietantes en los relatos que integran La Playa, de Cesare Pavese. En ellos al simbolismo del mar se a?ade el del fuego que saluda desde la arena la llegada del solsticio. Un r¨ªo que atraviesa la sequedad de la meseta castellana. En El Jarama, novela de l¨ªrica desnudez, Rafael S¨¢nchez Ferlosio, nuestro mejor prosista, narra con ins¨®lita profundidad de sentimiento la cr¨®nica de 16 horas en la vida de un grupo de adolescentes sobre quienes se abate la tragedia una tarde de verano en la aridez espiritual de la posguerra. En Helena o el mar del verano, bell¨ªsima f¨¢bula de Juli¨¢n Ayesta, se encapsula con serenidad la trayectoria parab¨®lica de todo un verano. Esta breve novela narra una historia de gran pureza en la que amor, muerte y adolescencia se engarzan siguiendo la derrota del sol en su lento declinar hacia el equinoccio de oto?o. Ser¨ªa imperdonable no incluir en nuestra traves¨ªa la Sonata de est¨ªo, de Valle Incl¨¢n, uno de prosistas mayores de nuestra historia literaria. Prodigiosa es tambi¨¦n, de modo muy distinto, la enigm¨¢tica Narda o el verano, del mexicano Salvador Elizondo.
No est¨¢ justificado hablar de verano sin invocar la palabra aventura. Pocas novelas las refieren con m¨¢s gracia y candor que Las aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain, en su luminoso recorrido por el Misisip¨ª. Hablando de r¨ªos, uno de los m¨¢s singulares jam¨¢s ideados es el que conforma de manera intermitente el reguero de piscinas en las que se sumerge sucesivamente el protagonista de El nadador, relato de John Cheever que transcurre en el curso de un domingo de verano en un condado al norte de Nueva York. En las 22 vi?etas que integran su hermos¨ªsimo Libro del verano, Tove Jansson recoge las l¨²cidas conversaciones que mantiene una ni?a finlandesa de 6 a?os con su abuela pintora. El libro destila la esencia de las horas del verano escandinavo, durante las cuales el sol no llega a abandonar un solo instante el cielo. Como todas, esta lista es inevitablemente arbitraria. Son cientos los t¨ªtulos que merecen formar parte de una evocaci¨®n como ¨¦sta. Sea esto como fuere, una manera oportuna de poner fin a nuestro recorrido es invocar el genio de J. D. Salinger. En Levantad, carpinteros, la viga maestra, relato m¨¢s bien esquivo, la presencia opresiva del verano se adentra en un coche con los j¨®venes protagonistas, borrando la distancia entre el mundo y el paisaje interior del alma adolescente, interponi¨¦ndose entre el deseo y la muerte, podr¨ªamos decir.
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