Ojeda, un ¡®john wayne¡¯ campero
A su edad, y despu¨¦s de once a?os alejado de la mirada del p¨²blico, Paco Ojeda exhibe un derroche de osad¨ªa
Contemplar a Paco Ojeda, con el cabello a punto de nieve, montado a caballo y enfundado en un traje de reminiscencias portuguesas de color verde aceituna, es como ver a John Wayne con traje y corbata, cual yuppie de Wall Stret.
Pero Ojeda sabe a torero tanto como Wayne a cowboy. Pero as¨ª es la vida, y si hasta el propio Juan Belmonte prob¨® como rejoneador, justificado queda que se puedan cambiar las medias rosas y las zapatillas por las botas de media ca?a.
Pero no deja de ser este Ojeda una imagen distorsionada de aquel otro que revolucion¨® el toreo con su personalidad est¨¦tica, hizo de la quietud un sello y se erigi¨® en due?o y se?or de la emoci¨®n.
Fiel a su historia guadianesca -no pisa el ruedo de una plaza desde 2002-, y a punto de cumplir los 59 a?os, vuelve Ojeda, esta vez a lomos de la a?oranza y la nostalgia para probar suerte de nuevo cual imberbe que busca un hueco de triunfo entre abundante maleza.
A su edad, y despu¨¦s de once a?os alejado de la mirada del p¨²blico, Paco Ojeda hace un derroche de osad¨ªa, se rebela contra sus deficiencias f¨ªsicas -est¨¢ operado de una grave lesi¨®n medular y se duele de la pierna izquierda- y se bate en duelo con uno de los grandes caballeros, un juvenil y experimentado Diego Ventura que admite pocas competencias desde su cumbre.
Se le nota su inactividad. Es l¨®gico; pero mantiene su estampa de torero a?ejo y es el espejo de tantas tardes de gloria que a¨²n permanecen intactas en el recuerdo. Quien lo ha visto vestido de luces no lo puede imaginar plagado de precauciones, con aparente miedo esc¨¦nico en el cuerpo, a la defensiva, despegado siempre, muy lejos del nivel de los grandes del rejoneo actual.
Se le nota su inactividad. Es l¨®gico; pero mantiene su estampa de torero a?ejo y es el espejo de tantas tardes de gloria
Tuvo Ojeda m¨¢s voluntad que acierto. Le pudieron, quiz¨¢, los nervios; y estuvo poco acertado con rejones y banderillas. Pero no decepcion¨®, porque tampoco se pod¨ªa esperar m¨¢s de quien ya lo ha dado todo y disfruta de un merecido descanso. Fue la suya una gesta, un regalo, una perla ?la ¨²ltima quiz¨¢? de quien lo fue todo en el toreo. Se le vio m¨¢s suelto, fuera ya los nervios, en su segundo con el que ech¨® pie a tierra con el rej¨®n de muerte ya enterrado y se desplant¨® hasta que el toro cay¨® a sus pies. Y se despidi¨® con un buen par de banderillas a dos manos al quinto. Parec¨ªa Paco Ojeda un honorable John Wayne, pero era un torero.
Y, a su lado, un esplendoroso Ventura, en plenitud de facultades, con un exquisito sentido del temple, sobrado de t¨¦cnica, torer¨ªsimo, sereno, sin gestos para la galer¨ªa, gust¨¢ndose en cada suerte¡ Torero¡
Tuvo su actuaci¨®n dos puntos culminantes: el primero, montando a Nazar¨ª, -repuesto ya de su cornada en la feria de M¨¢laga- en el tercio de banderillas al cuarto. Es este caballo un prodigio de temple y torer¨ªa. Su actuaci¨®n fue sencillamente perfecta.
Y todo lo corrobor¨® en el sexto, que salt¨® al callej¨®n y produjo una justificada alarma y algunos saltos imprevistos: lo recibi¨® con la vistosa suerte de la garrocha -codicioso el toro como toda la corrida, muy noble y repetidora-, invit¨® a banderillear al sobresaliente, David Gomes, que sorprendi¨® muy gratamente con los garapullos, y puso el colof¨®n con las banderillas al quiebro a lomos de la yegua Milagro, que emocion¨®, y con toda la raz¨®n, por sus espectaculares quiebros a escasos cent¨ªmetros del toro.
Ventura brind¨® su cuarto toro a Paco Ojeda y se despidi¨® de ¨¦l con un fuerte abrazo. Era el homenaje al maestro. A continuaci¨®n, a ambos lo subieron a hombros y as¨ª los pasearon y se los llevaron por la puerta grande hacia las calles de Ronda. Fue el broche a una tarde de toreros.
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