Ciencia olvidada
Como Malaspina o Mutis, Jos¨¦ Mar¨ªa Moci?o fue uno de los grandes bot¨¢nicos del siglo XVIII La aparici¨®n de sus documentos en 12 vol¨²menes ha permitido recuperar al ¡°cient¨ªfico moderno m¨¢s completo que hubo en Nueva Espa?a en los tres siglos del virreinato¡±
El siglo XVIII es el siglo de las expediciones. La importancia de marcar los l¨ªmites territoriales, en primera instancia, y la necesidad de conocer a fondo aquello que, con frecuencia, estaba en disputa, sumado a la llegada m¨¢s o menos ilustrada de los Borbones, hizo que las expediciones fueran numerosas. De algunas de ellas se sabe m¨¢s, de otras menos. Las de Alejandro Malaspina (1789-1794), Jorge Juan (1734) y Jos¨¦ Celestino Mutis (1782-1808) son probablemente las tres expediciones m¨¢s conocidas, como son conocidos sus resultados cient¨ªficos. La primera pretend¨ªa cartografiar las costas del oc¨¦ano Pac¨ªfico, la segunda mostrar la esfericidad de la Tierra y la tercera conocer la flora del virreinato de Nueva Granada, m¨¢s o menos los actuales Ecuador, Panam¨¢, Colombia y Venezuela, de la que se dibujaron 6.000 l¨¢minas. De la de Sess¨¦ y Moci?o, que explor¨® la flora y la fauna del centro y el norte del continente americano, no se sabe casi nada. Ahora, 200 a?os despu¨¦s, se publican los resultados.
Entre 1786 y 1803, dirigida por el m¨¦dico Mart¨ªn Sess¨¦, esta expedici¨®n impulsada por Carlos III explor¨® un inmenso territorio con la intenci¨®n de ¡°inventariar la flora novohispana, buscar sus aplicaciones terap¨¦uticas y reformar las profesiones sanitarias¡±, seg¨²n el historiador Miguel ?ngel Puig-Samper. A ella se incorpor¨® en 1790, Jos¨¦ Mariano Moci?o, ¡°sin ninguna duda, el fil¨®sofo ilustrado, el cient¨ªfico moderno m¨¢s completo que hubo en Nueva Espa?a en el curso de los tres siglos del virreinato¡±, dice Jaime Labastida. ¡°Por desgracia¡±, a?ade, ¡°es tambi¨¦n uno de los menos conocidos y estudiados¡±.
Se trata sin duda de una de las expediciones m¨¢s notables de la ¨¦poca, pero diversas circunstancias la han mantenido durante dos siglos en un discreto segundo o tercer plano. El hecho de que no publicaran los trabajos completos en su momento, sumado a la p¨¦rdida durante 160 a?os de los 2.000 dibujos originales, hab¨ªa dejado un velo de oscuridad del que solo se adivinaban algunas sombras a trav¨¦s de los testimonios de otros. Y es que si no hay publicaci¨®n, no hay ciencia.
La aventura de 2.000 dibujos
Jaime Labastida es el coordinador general de esta edici¨®n, pero quiz¨¢ ese t¨ªtulo no refleje con precisi¨®n lo vinculada que est¨¢ la publicaci¨®n de las l¨¢minas de Moci?o y Sess¨¦ a Labastida. Nacido en M¨¦xico en 1939, Labastida es poeta, periodista, director de la editorial Siglo XXI desde 1990 y, desde 2011, director general de la Academia Mexicana de la Lengua. Adem¨¢s de todo ello, persigue a Moci?o desde hace cinco d¨¦cadas.
"Mi inter¨¦s por Moci?o", dice Labastida, "se inicia hace casi cincuenta a?os, cuando empec¨¦ a leer las Gacetas de Literatura, publicadas por Jos¨¦ Antonio de Alzate. Encontr¨¦ en ellas una serie de trabajos que los investigadores le adjudicaban bien al propio Alzate, bien a otros escritores de la ¨¦poca. Advert¨ª que esos textos, en los que se hac¨ªa escarnio de la filosof¨ªa escol¨¢stica, eran de Moci?o, hecho omitido por todos. Poco a poco, pude apreciar el inmenso trabajo de Moci?o y sus aportaciones a la Real Expedici¨®n Bot¨¢nica".
Empez¨® entonces Labastida a pensar en la posibilidad de publicar todo aquel material y hacerlo con motivo de la celebraci¨®n del bicentenario de la independencia de M¨¦xico, en el a?o 2010, era ¡°una forma digamos que acad¨¦mica, cient¨ªfica, seria, de hacer una aportaci¨®n publicando lo que pudi¨¦ramos encontrar de aquella expedici¨®n, tan poco conocida y menos valorada¡±. Los papeles de Sess¨¦ y Moci?o, las l¨¢minas y los textos, hab¨ªan viajado de M¨¦xico a Espa?a y algo se hab¨ªa publicado ¡°a fines del siglo XIX, por el Real Jard¨ªn Bot¨¢nico de Madrid. Se publicaron dos vol¨²menes, pero sin sistema y en desorden y, sobre todo, sin vincular los textos con los dibujos, ya que estos eran inhallables. Durante casi dos siglos, lo ¨²nico que pod¨ªa acercarnos al resultado gr¨¢fico de la expedici¨®n, eran las copias ginebrinas¡±. Y cuando Labastida se interes¨® por la reproducci¨®n de las l¨¢minas, ¡°recib¨ª informaci¨®n de que la mayor parte de las originales estaba depositada en el Hunt Institute for Botanical Documentation, situado en la Carnegie Mellon University de Pittsburgh. ?Por qu¨¦? Pues porque hab¨ªan llegado de un modo que podr¨ªa ser una novela de aventuras (cient¨ªficas, desde luego)¡±.
Al morir Mart¨ªn de Sess¨¦, en 1808, Moci?o qued¨® al frente de la expedici¨®n. Hab¨ªa regresado a Espa?a y ¡°se adapt¨® a la invasi¨®n de los franceses y hasta fue nombrado director de la Real Academia de Medicina. Antes hab¨ªa combatido la peste que se desat¨® en ?cija¡±. Pero, al ser derrotado Napole¨®n y cuando se retiraron de Espa?a las tropas francesas de ocupaci¨®n, ¡°Moci?o parti¨® al exilio con ellas. Llevaba en sus manos los dibujos. En Montpellier conoci¨® al gran bot¨¢nico ginebrino Augustin Pyramus de Candolle, fundador del Jard¨ªn Bot¨¢nico de Ginebra, a quien autoriz¨® para llevar consigo las l¨¢minas y estudiarlas. Cuando a Moci?o se le permiti¨® regresar a Espa?a, le pidi¨® a De Candolle que le devolviera el conjunto de las l¨¢minas. Desolado, De Candolle recibi¨® la noticia como un golpe a sus investigaciones cient¨ªficas, pero el auxilio de las Damas de Ginebra puso a salvo su trabajo: en solo diez d¨ªas esas mujeres hicieron, y de una manera estupenda, las copias de m¨¢s de 1.200 dibujos¡±. Por eso la colecci¨®n suiza se llama Flora de las Damas de Ginebra. De Candolle, uno de los bot¨¢nicos m¨¢s importantes de la ¨¦poca, public¨® muchos de los hallazgos de la expedici¨®n citando siempre de d¨®nde proven¨ªan.
Viejo y enfermo, Moci?o regres¨® a Espa?a, a Barcelona, donde muri¨® en 1820, solo y abandonado. All¨ª, ¡°el m¨¦dico que lo atendi¨® se qued¨® con toda la colecci¨®n, la guard¨® de modo cuidadoso y durante m¨¢s de siglo y medio nadie supo nada de las l¨¢minas. Los descendientes de aquel m¨¦dico las pusieron a la venta y, a trav¨¦s de una serie de pasos que no son del todo claros, fueron puestas a subasta¡±. De hecho, en el Hunt figuran como la Colecci¨®n Torner, y all¨ª explican que esta familia la adquiri¨® en 1880, sin que se sepa d¨®nde estuvieron los dibujos entre 1820 y 1880. En 1981 los dibujos fueron adquiridos por la instituci¨®n estadounidense.
Labastida se puso entonces en contacto con el Instituto Hunt y les propuso un convenio de cesi¨®n de derechos. Armado de ese convenio, busc¨® financiaci¨®n para llevar a cabo el proyecto: ¡°Lo primero que deb¨ªa hacerse era completar la colecci¨®n, ya que algunas de las l¨¢minas se hallaban (se hallan, todav¨ªa) en el Real Jard¨ªn Bot¨¢nico de Madrid. Para clasificar las plantas por familias de acuerdo con la taxonom¨ªa cient¨ªfica moderna acud¨ª a la Universidad Nacional Aut¨®noma de M¨¦xico y obtuve la colaboraci¨®n de su Instituto de Biolog¨ªa, cuyos investigadores sab¨ªan de la existencia de Moci?o y de la Real Expedici¨®n Bot¨¢nica, pero jam¨¢s hab¨ªan tenido la oportunidad de trabajar de modo directo con los materiales¡±.
En total, entre bot¨¢nicos, bi¨®logos, fil¨®logos y otros expertos, intervinieron algo m¨¢s de 60 investigadores en la puesta en pie del proyecto, que tuvo no solo que clasificar las especies de acuerdo con criterios contempor¨¢neos, sino entender y adecuar los textos y relacionar unas y otros.
¡°Es un trabajo acad¨¦mico de primera magnitud¡±, dice Labastida. ¡°Por primera vez se vinculan los textos con los dibujos. Por primera vez se ordenan de modo sistem¨¢tico. Por vez primera se traducen los textos del lat¨ªn al espa?ol (y se corrigen los errores del lat¨ªn dieciochesco en el que est¨¢n escritos)¡±.
Finalmente, la obra lleg¨® a su cita y el editor pudo darse por satisfecho. Algo m¨¢s de 200 a?os despu¨¦s de haber sido hechos, los dibujos componen por fin la obra cient¨ªfica que pretendieron ser y que Espa?a, siempre parca con sus investigadores, no hizo. Para Labastida ¡°supuso rescatar un trabajo muy notable y rendir homenaje a una serie de cient¨ªficos fundamentales de nuestra historia, cient¨ªficos en el sentido m¨¢s exacto del t¨¦rmino: modernos, audaces, precisos, validos de un m¨¦todo riguroso de investigaci¨®n, an¨¢lisis y exposici¨®n¡±. A. C. R.
La expedici¨®n de Sess¨¦ y Moci?o se hab¨ªa dividido, como era habitual, en varias expediciones dirigidas por distintos miembros del grupo, por ejemplo la dirigida por Jos¨¦ Longinos Mart¨ªnez desde la capital de M¨¦xico hasta San Francisco pasando por las Californias. En ellas se estudiaban ¡°desde las costumbres de sus habitantes hasta la producci¨®n minera o la posible explotaci¨®n de otras sustancias (petr¨®leo, breas, etc¨¦tera), sin olvidar la recolecci¨®n de plantas y animales¡±, dice Puig-Samper. Cuba, Puerto Rico y Santo Domingo fueron tambi¨¦n exploradas as¨ª como Guatemala, donde estuvo Moci?o, en un viaje que debi¨® resultar muy penoso: ¡°Una cosa no omitiremos: hicimos un camino que supera los cuatro mil miliarios, por v¨ªas fragos¨ªsimas, por dif¨ªciles quebradas, por mares de grandes olas, desprovistos de todo auxilio, pobres realmente y faltos de todo¡±, escribi¨® en su relaci¨®n del viaje. La suma de todas las expediciones hizo que se reuniera una ingente cantidad de materiales cient¨ªficos.
Pero esa ingente cantidad de datos no fue publicada, as¨ª que, tambi¨¦n en esta ocasi¨®n, y pese a los resultados obtenidos, ¡°su impacto en la comunidad cient¨ªfica internacional fue muy limitado, al quedar in¨¦ditas muchas de las aportaciones y descubrimientos hechos por los espa?oles¡±, dice Puig-Samper. Y es que, ¡°una parte de la pol¨¦mica de si hubo o no ciencia en Espa?a es la de la publicaci¨®n. En Espa?a hubo producci¨®n cient¨ªfica, pero no ciencia en sentido estricto porque, en ciencia, lo que no se publica no existe¡±. De hecho, por ejemplo, una parte de ¡°las aportaciones nomenclaturales de esta expedici¨®n se deben a una edici¨®n parcial que se hizo en M¨¦xico, pero en el ¨²ltimo tercio del siglo XIX, 80 a?os despu¨¦s de que se describieran¡±.
Esa es, sin duda, la gran aportaci¨®n de esta soberbia edici¨®n de Siglo XXI coordinada por Jaime Labastida. Toda la obra cient¨ªfica recopilada por la expedici¨®n y que ha visto la luz en 12 grandes tomos, en el primero de los cuales figuran los estudios sobre la obra y la expedici¨®n y algunos textos de Moci?o, y en los 11 restantes, las l¨¢minas que produjo la expedici¨®n y que Moci?o acarre¨® de M¨¦xico a Espa?a, luego al exilio franc¨¦s y, por ¨²ltimo, a su localizaci¨®n actual en Estados Unidos.
El grueso de la obra lo compone la reproducci¨®n de las 2.000 l¨¢minas de plantas, de las que se registraron en la expedici¨®n 789 g¨¦neros y 1.327 especies. La inmensa mayor¨ªa son reproducciones de la colecci¨®n Torner, que se encuentra en el Hunt Institute for Botanical Documentation, que pertenece a la Carnegie Mellon University, de Pittsburgh (Pensilvania, Estados Unidos). Hay tambi¨¦n 59 l¨¢minas del Jard¨ªn Bot¨¢nico de Madrid, del CSIC. Pero, adem¨¢s de a la bot¨¢nica, la expedici¨®n prest¨® atenci¨®n tambi¨¦n a la fauna, y as¨ª hay 225 especies animales, entre ellas 74 l¨¢minas de aves, 75 peces y algunas menos de insectos, mam¨ªferos, anfibios y reptiles. En estos 12 vol¨²menes, seg¨²n escribe en el pr¨®logo del libro el entonces presidente mexicano, Felipe Calder¨®n, ¡°est¨¢ la grandeza de M¨¦xico vista a trav¨¦s de su diversidad biol¨®gica¡±.
¡°En el siglo XIX se llevaron a cabo tres grandes expediciones bot¨¢nicas¡±, dice Puig-Samper. ¡°La de Mutis, la de Ruiz y Pav¨®n a Per¨² y Chile, y la de Moci?o. Y tienen una faceta com¨²n importante, y es que intentan llevar las novedades del campo de la ciencia y la universidad a los nuevos territorios. Por eso llevan la forma de clasificar de Linneo, porque antes se clasificaba con modelos prehisp¨¢nicos¡±. Adem¨¢s, ¡°desde el punto de vista institucional, crean el primer jard¨ªn bot¨¢nico en M¨¦xico, un gabinete de historia natural all¨ª tambi¨¦n y otro en Guatemala. Y no podemos olvidar los intereses econ¨®micos que tambi¨¦n acompa?an a estas expediciones¡±.
Entre los intereses bot¨¢nicos, por ejemplo, destaca la b¨²squeda de plantas ¨²tiles en medicina, en cierta medida el origen de la expedici¨®n, que trataba de culminar la obra de Francisco Hern¨¢ndez de Toledo, el m¨¦dico de Felipe II, del que se hab¨ªan recuperado recientemente, en 1787 sus trabajos de 1570 en los que estudiaba la flora americana. Esa coincidencia ¡°aceler¨® los tr¨¢mites de la aprobaci¨®n de la expedici¨®n¡±, dice Puig-Samper. Y, de acuerdo con esta intenci¨®n, ¡°con las plantas que consideraban medicinales se experimentaba en el hospital de indios¡±.
La expedici¨®n ¡°recorri¨® un territorio gigantesco¡±. Ese enorme bagaje de conocimientos adquiridos, de los que ¡°la flora mexicana, plantas de Nueva Espa?a y flora de Guatemala es la aportaci¨®n m¨¢s notable¡±, y deja patente que s¨ª se investigaba y que s¨ª hab¨ªa ciencia, aunque, al no publicarse, no existiera para la comunidad cient¨ªfica nacional ni internacional. Tambi¨¦n por eso, en opini¨®n de Puig-Samper, la edici¨®n de Siglo XXI ¡°es una obra importante que da a conocer toda la iconograf¨ªa¡±.
Esa iconograf¨ªa, esos casi dos mil dibujos, est¨¢n hechos, dice Labastida, ¡°por dos artistas novohispanos, Juan de Dios Vicente de la Cerda y Atanasio Echevarr¨ªa y Godoy. Son ilustraciones acorde con el pensamiento cient¨ªfico m¨¢s avanzado de entonces, donde el dibujo es bello porque no hace ninguna concesi¨®n a la tentaci¨®n de convertirlo en un adorno¡±.
La Real Expedici¨®n Bot¨¢nica a Nueva Espa?a. Jos¨¦ Mariano Moci?o y Mart¨ªn Sess¨¦. Ilustraciones de Atanasio Echeverr¨ªa y Vicente de la Cerda. Editorial Siglo XXI. 12 tomos en gran formato, 1.720 euros.
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