Rigola vuelve a Bola?o
?lex Rigola presenta en el Lliure una puesta esencial de 'El polic¨ªa de las ratas' Joan Carreras y Andreu Benito interpretan de manera admirable este relatos del autor chileno
Rigola ha vuelto a Bola?o, de nuevo en el Lliure, seis a?os despu¨¦s de 2666, con El polic¨ªa de las ratas,uno de los relatos m¨¢s redondos, imaginativos y cautivadores de su autor, un autor que a m¨ª me convence m¨¢s en las distancias cortas. Alguna gente tiende a criticar la puesta en escena de textos "no espec¨ªficamente teatrales", cuando, a mi juicio, si el montaje est¨¢ hecho con verdad, con amor y respeto, con hondura, es el mejor homenaje que se le puede rendir a un escritor: le revivifica porque su palabra vuelve a resonar, y, en t¨¦rminos pr¨¢cticos, provoca en el p¨²blico el deseo de correr a comprar sus obras, aunque para que la dicha fuera completa ser¨ªa ideal que se encontraran tambi¨¦n en los propios teatros.
El cuento tiene una estrategia habil¨ªsima, en clave de serie negra, que hace pensar en un cruce entre El elemento del crimen, de Von Trier, y un episodio perverso de Tambor, aquella serie radiof¨®nica que amamant¨® a los cr¨ªos de dos o tres generaciones. Pepe el Tira es un polic¨ªa, una especie de blade runner del subsuelo, que investiga un asesinato, y a las pocas p¨¢ginas (al poco rato, en el teatro) caemos en la cuenta de que quien nos habla es una rata, como el resto de los personajes. Acostumbrado a la violencia externa (los depredadores ¡ªgatos, comadrejas, serpientes y cocodrilos ciegos¡ª que rondan las alcantarillas), Pepe descubre el mal que anida en su propia especie: un asesino serial, que mata por matar y no para alimentarse, y que disfruta s¨¢dicamente. A diferencia de sus funcionariales compa?eros, Pepe se obstina en volver una y otra vez al lugar del crimen para intentar comprender. De modo tan oblicuo como sugestivo, El polic¨ªa de las ratas habla tambi¨¦n de arte, del arte como obsesi¨®n y diferencia.
El protagonista es sobrino de Josefina la Cantora, aquella rata imaginada por Kafka "cuyos chillidos provocaban una tristeza extrema en los espectadores de primera fila", algo inatrapable que Pepe califica como "un lago de vac¨ªo", un espejo muy similar al que ¨¦l atraviesa noche tras noche, hundi¨¦ndose cada vez m¨¢s. Las ratas "normales", nos dice Bola?o, "compadecen a las ratas artistas, porque saben que sus vidas est¨¢n abocadas a la soledad". Pepe, en definitiva, es tan artista como Josefina, porque quiere cruzar al otro lado de un lago/espejo que todos se obstinan en no querer mirar, y "cada d¨ªa muere en el centro del miedo y resucita en el miedo, como quienes se dedican de verdad al arte".
Del montaje recordar¨¦ la cadencia de las palabras, acompasadas al goteo de la sangre, y la fluidez y densidad del relato
Acotaci¨®n de Rigola, en el programa de mano: "Cuando toda la cultura parece mayoritariamente apreciada por sus estad¨ªsticas de venta y ocupaci¨®n, Bola?o reclama un espacio para la figura del poeta, del artista, lejos de la opini¨®n general, de lo que le gusta a la mayor¨ªa".
El polic¨ªa de las ratas es un Rigola destilado, hijo de la segunda parte de Mcbth, que transcurr¨ªa en la cabeza del rey asesino, aquel blanqu¨ªsimo "lago de vac¨ªo" donde el monarca y su esposa se revolcaban en sangre, rodeados por las voces y presencias de sus muertos, y tambi¨¦n de Maridos y mujeres, en La Abad¨ªa, un estupendo espect¨¢culo que parec¨ªa haberse dirigido solo, sin huella aparente de su director. La escenograf¨ªa de El polic¨ªa de las ratas, firmada por Max Glaenzel y Raquel Bonillo, es, de nuevo, un suelo blanco, impoluto, como una gran hoja de papel. A la izquierda, una bolsa de plasma que va goteando sangre de rata, sangre como tinta roja. En el centro, dos sillones negros y dos micros. A la derecha del espectador, bajo esa suerte de manta alum¨ªnica que cubre los cad¨¢veres a la espera de autopsia, hay una rata descomunal, con el cuello rajado a mordiscos.
En el mismo programa de mano, Rigola dice tambi¨¦n, con excesiva modestia, que su puesta requiere pocos elementos de direcci¨®n: "Simplemente, dejar fluir las palabras en boca de grandes actores. Sin prisa y matizando. Poco movimiento: solo el verbo hecho acci¨®n". Cierto, pero la construcci¨®n de la atm¨®sfera, la instalaci¨®n en la verdad de la palabra, la forma de conseguir (por el establecimiento de los ritmos, los silencios, los tonos) que el espect¨¢culo vaya m¨¢s all¨¢ de una simple lectura dramatizada es un trabajo art¨ªstico muy dif¨ªcil, que me merece un enorme respeto. Y parte de ese trabajo consiste en saber apartar lo superfluo, en tener la humildad de ser sobrio y renunciar a lo que yo llamo "echar la firma". A poner, para decirlo en una frase, el trabajo dramat¨²rgico y actoral al servicio de la escritura de Bola?o. Una dramaturgia muy sutil, casi invisible; una partitura muy bien modulada, con dos voces superlativas. Joan Carreras, que aqu¨ª vuelve a recordarme al primer Nicholas Cage, es el melanc¨®lico y obsesivo Pepe el Tira. Y Andreu Benito es una voz omnisciente (la voz de Bola?o, quiz¨¢s) que presenta, acota, complementa lo que dice el polic¨ªa, y es tambi¨¦n todos los otros: el forense, el comisario, el viejo maestro, el asesino que ronda por las alcantarillas muertas, la madre del beb¨¦ rata, la rata reina. De El polic¨ªa de las ratas recordar¨¦ la cadencia de las palabras, acompasadas al goteo de la sangre, y la mezcla de fluidez y densidad del relato (solo dura 55 minutos, pero se expande en la memoria, como una pel¨ªcula completa), y un instante de suprema e inesperada poes¨ªa: el pasaje, casi de western, en el que Pepe se encuentra a un rat¨®n blanco, nacido en un laboratorio, que ha visto la luna rielando sobre el r¨ªo, y los dos miran hacia lo alto, y Andr¨¦s Benito, de repente m¨¢s Walter Brennan que nunca, dice: "La luna es exquisita. Si alguna vez me preguntaran d¨®nde me gustar¨ªa vivir, contestar¨ªa que en la luna".
Por cierto: El polic¨ªa de las ratas se representa en castellano, el idioma de Bola?o. Como 2666. Digo esto porque a nadie en Catalu?a parece escandalizarle, ni ha llamado nadie a rebato en defensa de las esencias: que lo sepan los incendiarios. Tambi¨¦n he visto, en el madrile?o Alc¨¢zar/Cofidis, Los hijos de Kennedy, de Robert Patrick, dirigido por Jos¨¦ Mar¨ªa Pou, un texto que ha quedado, me temo, un tanto anclado en su tiempo, pero del que cabe destacar las poderosas interpretaciones de Ariadna Gil, Maribel Verd¨² y Fernando Cayo. La semana que viene se lo cuento.
El polic¨ªa de las ratas. De Roberto Bola?o. Direcci¨®n: ?lex Rigola. Int¨¦rpretes: Andreu Benito y Joan Carreras. Teatre Lliure. Barcelona. Hasta el 24 de noviembre.
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