Il divino Claudio
Abbado supo imprimir una revoluci¨®n tranquila en la Filarm¨®nica de Berl¨ªn cuando recogi¨® el testigo, por voluntad de los m¨²sicos, de Herbert von Karajan
As¨ª llamaron sus contempor¨¢neos al compositor Claudio Monteverdi, y es imposible no rememorarlo ahora que acaba de dejarnos un compatriota que se empe?aba ¡ªy no era mera pose¡ª en que no se dirigieran a ¨¦l con el casi siempre huero, previsible e hinchado ¡°Maestro¡±, o ¡°Maestro Abbado¡±, sino vali¨¦ndose simplemente de su nombre de pila, eliminando as¨ª barreras, especialmente con quienes m¨¢s le interesaba acortar las distancias: con los m¨²sicos que trabajaban junto a ¨¦l. Nunca abandon¨® su izquierdismo, que ¨¦l supo practicar tanto en su vida privada como a lo largo de toda su larga carrera profesional, ya fuera dando conciertos en f¨¢bricas para obreros, involucr¨¢ndose activamente en el desarrollo del Sistema de orquestas infantiles y juveniles en Venezuela, abriendo caminos, aunando voluntades y brindando posibilidades a los talentos instrumentales m¨¢s prometedores en la Joven Orquesta Gustav Mahler o formando parte de colectivos con los que trabajaba como uno m¨¢s, lejos de los divismos o las maneras dictatoriales tan habituales en su profesi¨®n.
Supo imprimir una revoluci¨®n tranquila en la Filarm¨®nica de Berl¨ªn cuando recogi¨® el testigo, por voluntad de los m¨²sicos, de Herbert von Karajan, que la hab¨ªa controlado con mano de hierro durante cuatro d¨¦cadas. Abbado ampli¨® las miras de su repertorio, se gan¨® la admiraci¨®n sin fisuras de la orquesta y se convirti¨® en un emblema del nuevo Berl¨ªn libre, vital y unificado justo despu¨¦s de la ca¨ªda del Muro. Cuando su salud empez¨® a padecer los constantes embates del c¨¢ncer que ha acabado con ¨¦l, restringi¨® sus apariciones al m¨ªnimo ¡ªaunque siempre se mantuvo fiel a sus citas con Berl¨ªn y sus Filarm¨®nicos¡ª y concentr¨® gran parte de sus esfuerzos en los conciertos que daba al final del verano con la Orquesta del Festival de Lucerna, integrada por primeros atriles de las mejores orquestas y los mejores grupos de c¨¢mara europeos. Sacrificando vacaciones y renunciando a sus propias actuaciones como solistas, peregrinaban hasta all¨ª por el solo placer de hacer m¨²sica no tanto bajo su direcci¨®n como a su lado. En sus ¨²ltimas actuaciones conjuntas en Espa?a, en oto?o de 2010, tocaron la Novena Sinfon¨ªa de Gustav Mahler: ahora recordada, no cabe imaginar una despedida m¨¢s adecuada. Entonces resultaba dif¨ªcil discernir qu¨¦ emocionaba m¨¢s, si la entrega y la devoci¨®n incondicionales mostradas por los m¨²sicos o las cualidades intr¨ªnsecas de la visi¨®n de Abbado, que compendiaban lo mejor de su trayectoria.
Otro tanto suced¨ªa con otra de sus criaturas m¨¢s queridas, y a la que dedic¨® muchas de sus ¨²ltimas energ¨ªas en estos a?os de incansable lucha con la enfermedad: la Orchestra Mozart de Bolonia. Bologna la Rossa era la ciudad en que viv¨ªa y la que ha visto morir a un viejo comunista como ¨¦l. Con ella buce¨® en el repertorio que no pod¨ªa afrontar con otras orquestas (Bach, Pergolesi) o abord¨® los autores que s¨ª dirig¨ªa a grandes formaciones (Mozart, Beethoven, Schumann), pero que aqu¨ª se permit¨ªa verter en un formato casi camer¨ªstico y con criterios interpretativos historicistas. Fue en este ¨¢mbito donde a menudo resulta dif¨ªcil reconocer la contundencia r¨ªtmica y din¨¢mica del italiano durante sus etapas profesionales en Mil¨¢n, Londres, Chicago o incluso los primeros a?os berlineses. El ¨²ltimo Abbado se permiti¨® ciertas veleidades esteticistas, recre¨¢ndose ¡ªa veces quiz¨¢s en exceso¡ª en sonoridades c¨¢lidas, suaves, casi evanescentes, nacidas qui¨¦n sabe si a modo de b¨¢lsamo para aliviar sus padecimientos f¨ªsicos. Pero el viejo le¨®n no estaba dormido, ni mucho menos: sus rugidos acaban record¨¢ndonos, antes o despu¨¦s, al director efervescente y voraz de su juventud y primera madurez. Y lo que se mantuvo siempre inc¨®lume fue su pasi¨®n por hacer m¨²sica, visible, palpable casi, en las fotograf¨ªas del director, que nos obsequiaba con un rosario de gestos faciales y corporales irrepetibles, imposibles de simular, un im¨¢n que atra¨ªa todas las miradas y que obraba milagros entre sus m¨²sicos. Claudio Abbado disfrutaba enormemente con lo que hac¨ªa no por hallarse en lo alto de su privilegiada torre de marfil, sino por hacerlo en comuni¨®n con sus m¨²sicos ¡ªsus iguales¡ª y con sus oyentes ¡ªsus c¨®mplices¡ª: pocas veces se ha visto un director menos endiosado que ¨¦l.
Las cancelaciones de los ¨²ltimos meses hac¨ªan presagiar lo peor y el pasado d¨ªa 10 la Orchestra Mozart de Bolonia hac¨ªa p¨²blico un comunicado en el que informaba de la suspensi¨®n temporal de sus actividades a partir del d¨ªa siguiente. La crisis econ¨®mica y la ¨²ltima batalla librada por su director con su enfermedad se cebaban tambi¨¦n con ella. Es pronto a¨²n para hacer balance y el tiempo decantar¨¢ sin duda los logros de Abbado, convertido ¡ªcon su renuencia¡ª en un mito viviente, casi un dios, durante sus dos ¨²ltimas d¨¦cadas de vida. Sus ensayos nos muestran, en cambio, a un director mucho m¨¢s instructivo que prescriptivo, mucho menos proclive a dar ¨®rdenes que a animar a sus m¨²sicos a escucharse unos a otros. Sobrevivir¨¢n la criba del tiempo sus grandes grabaciones sinf¨®nicas y oper¨ªsticas, algunas inigualadas, y se analizar¨¢ su talante democratizador, que siempre supo hacer compatible con su condici¨®n de uno de los directores m¨¢s carism¨¢ticos del siglo XX. Fue un hombre sentimental, que vivi¨® intensamente su privacidad, por lo que no est¨¢ de m¨¢s concluir con las palabras que Gabriele D¡¯Annunzio dedic¨® al ¡°divino Claudio Monteverdi¡± en su novela autobiogr¨¢fica Il fuoco, tan adecuadas tambi¨¦n ahora para este otro Claudio que acaba de dejarnos: ¡°?He aqu¨ª un alma heroica, de pura esencia italiana! [¡]Llev¨® a cabo su obra en medio de la tempestad, amando, sufriendo, combatiendo, s¨®lo con su fe, con su pasi¨®n y con su genio¡±.
Babelia
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