El Gabo de los a?os cincuenta y su descubrimiento del mundo
En los a?os cincuenta el escritor colombiano empez¨® su periplo por Europa, y de ah¨ª por el resto del planeta Lo hizo como corresponsal del peri¨®dico 'El Espectador', mientras escrib¨ªa literatura. Un inicio que hizo en compa?¨ªa de su amigo Plinio Apuleyo Mendoza
A Garc¨ªa M¨¢rquez lo conoc¨ª en un caf¨¦ de Bogot¨¢ hace 66 a?os. Nada menos. ?Qu¨¦ barbaridad! Es lo primero que se me ocurre exclamar. ?l era entonces un descuidado estudiante de Derecho de 20 a?os de edad y yo un t¨ªmido adolescente de 15 a?os. ?l, un coste?o ¡ªes decir, un hombre del Caribe colombiano¡ª, tan atrevido que no tuvo inconveniente en proponerle a la camarera del caf¨¦ un encuentro nocturno luego de observar c¨®mo se mov¨ªa entre las mesas. Yo, un triste muchacho de los p¨¢ramos andinos, con espesos cabellos de indio y grandes anteojos de miope, que escrib¨ªa en el semanario S¨¢bado, dirigido por mi padre, precoces notas l¨ªricas sobre los claros cielos de diciembre o los atardeceres de la sabana, la altiplanicie m¨¢s extensa de los Andes colombianos. El amigo que nos present¨® en el caf¨¦ me hablar¨ªa de ¨¦l, de Garc¨ªa M¨¢rquez, como de un caso perdido. ¡°Es un p¨¦simo estudiante, falta a los cursos, nunca sabe uno d¨®nde amanece. Escribe cuentos y algunos han sido ya publicados en El Espectador.Tiene talento para escribir, pero no tiene remedio¡±, dictamin¨® de manera rotunda.
Tiempo despu¨¦s me enterar¨ªa, gracias al libro El viaje a la semilla de mi amigo Dasso Sald¨ªvar, que su pasi¨®n por la literatura hab¨ªa empezado devorando los relatos de los hermanos Grimm, de Julio Verne, de Dumas y de Salgari. M¨¢s tarde, enloquecido por la poes¨ªa, era devoto de Petrarca, Dante, Garcilaso, Dar¨ªo, Borges y Neruda. Tambi¨¦n influyeron en ¨¦l los poetas colombianos que en la d¨¦cada del cuarenta formaron el grupo Piedra y Cielo. Realmente parec¨ªa destinado a ser poeta y no novelista. Son muy bellos e in¨¦ditos los poemas que escribi¨® cuando era todav¨ªa estudiante de bachillerato.
Cuando lo conoc¨ª en aquel caf¨¦ de Bogot¨¢, la poes¨ªa hab¨ªa sido desplazada por Kafka y sus cuentos. Tambi¨¦n, seg¨²n cuenta Dasso Sald¨ªvar, hab¨ªa descubierto a Homero, S¨®focles, Virgilio, Shakespeare y Tolstoi. Como no ten¨ªa dinero y viv¨ªa en una modesta pensi¨®n en el centro de Bogot¨¢, sus amigos y compa?eros de universidad le prestaban estos libros que ¨¦l le¨ªa mientras cruzaba la ciudad de sur a norte y de norte a sur en un tranv¨ªa.
Realmente parec¨ªa destinado a ser poeta y no novelista.? Son muy bellos e in¨¦ditos los poemas que escribi¨® cuando era todav¨ªa estudiante de bachillerato
No fue entonces cuando nos hicimos amigos sino siete a?os despu¨¦s, en Par¨ªs. A esta ciudad lleg¨® en v¨ªsperas de la Navidad de 1955. Se aloj¨® en un hotel frente al m¨ªo, en pleno coraz¨®n del Barrio Latino, y, llevado por un amigo, lo encontrar¨ªa yo al d¨ªa siguiente en la Chope Parisienne, un caf¨¦ donde nos reun¨ªamos entonces. Gabo ¡ªcomo lo llamar¨ªamos luego sus amigos¡ª, hab¨ªa publicado su primera y hasta ese momento ¨²nica novela, La hojarasca. A quienes nos encontr¨¢bamos con ¨¦l aquella tarde ¡ªyo y dos amigos colombianos devotos tambi¨¦n de la literatura¡ª nos parec¨ªa que La hojarasca estaba excesivamente influida por Faulkner. Se lo dijimos. La t¨¦cnica de los mon¨®logos alternativos era la misma de Mientras agonizo.
Siendo ya amigos, compartimos duras ¨¦pocas en Par¨ªs. Ese Par¨ªs de entonces debi¨® dejarle como a m¨ª una trama luminosa de recuerdos. Buenos y malos, fiestas y penurias. Cerrado El Espectador por la dictadura del general Rojas Pinilla ¡ªdiario del cual ¨¦l viv¨ªa como corresponsal¡ª, dur¨® un a?o sin poder pagar su cuarto de hotel, una buhardilla en el ¨²ltimo piso. El hambre que enga?aba con una taza de caf¨¦ y un trozo de pan se confunde en su memoria con las canciones de Brassens, con el aroma de las casta?as asadas en invierno y hasta con el preg¨®n lastimero de un vendedor de alcachofas que subiendo de la calle lo despertaba por las ma?anas.
Recuerdo que luego de nuestra primera noche en Alemania Oriental me dijo al despertarse en el auto que yo conduc¨ªa: ¡°So?¨¦ una cosa terrible¡±. ?Qu¨¦ so?aste? -le pregunt¨¦-. ¡°So?¨¦ que el socialismo no funciona¡±, me respondi¨®
Si no decidi¨® volver a Colombia ante semejante situaci¨®n, fue porque estaba escribiendo El coronel no tiene quien le escriba. ¡°No logro que haya calor en esa novela¡±, me dec¨ªa, ¡°porque en mi buhardilla vivo temblando de fr¨ªo¡±. Cuando la termin¨® y me dio el manuscrito anduve en Venezuela y Colombia buscando editor sin mayor resultado.
Con el prop¨®sito de descubrir el llamado mundo socialista, idealizado por tantos amigos, logramos viajar primero a Alemania Oriental y algo m¨¢s tarde a la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Fue una dura decepci¨®n. Nada correspond¨ªa a lo que esper¨¢bamos. Al lado de una pujante Alemania Federal, la Alemania comunista nos result¨® sombr¨ªa. Ciudades tristes y enfangadas, filas de espera en todas partes y unos refectorios donde obreros taciturnos beb¨ªan caf¨¦ bajo los retratos de Marx, Lenin y Ulbricht. La Uni¨®n Sovi¨¦tica no nos dej¨® mejor impresi¨®n. Gabo, que escribir¨ªa luego el libro Viaje por los pa¨ªses socialistas, describi¨® de manera muy cr¨ªtica esta realidad. Recuerdo que luego de nuestra primera noche en Alemania Oriental me dijo al despertarse en el auto que yo conduc¨ªa: ¡°So?¨¦ una cosa terrible¡±. ?Qu¨¦ so?aste? ¡ªle pregunt¨¦¡ª. ¡°So?¨¦ que el socialismo no funciona¡±, me respondi¨®.
Los cincuenta acabaron dej¨¢ndonos grandes ilusiones sobre lo que suced¨ªa en Am¨¦rica Latina. Vimos de cerca dos experiencias: la de Venezuela con la ca¨ªda de P¨¦rez Jim¨¦nez y la de Cuba con la llegada triunfal de Fidel Castro a La Habana. A Venezuela llev¨¦ a Gabo cuando hab¨ªa terminado ya El coronel no tiene quien le escriba y estaba trabajando en una nueva novela suya que se llamar¨ªa La mala hora. Lo recib¨ª en el aeropuerto el 24 de diciembre de 1957. Lo vi llegar verde de fr¨ªo y de hambre. Tres d¨ªas despu¨¦s, cuando hab¨ªa resuelto llevarlo a la playa para que disfrutara al fin del sol y el Caribe, nos encontr¨¢bamos en mi apartamento esperando a una hermana que deb¨ªa recogernos. Hab¨ªa un sol esplendoroso. De pronto, advert¨ª en el rostro de ¨¦l una expresi¨®n de profunda inquietud. ¡°Algo va a ocurrir y no podremos ir a la playa¡±, me dijo, y cinco minutos despu¨¦s escuchamos el sonido de una cuadrilla de aviones, luego r¨¢fagas de ametralladoras y finalmente el estr¨¦pito de ca?ones antia¨¦reos. Acababa de sublevarse la base de Maracay. Aunque tal sublevaci¨®n fracas¨®, semanas despu¨¦s un nuevo levantamiento acabar¨ªa con la dictadura.
Como periodistas que ten¨ªamos a nuestro cargo la revista Momento, escribimos con Gabo el primer editorial de la nueva democracia venezolana. Tuvimos en esos d¨ªas una experiencia que alcanzar¨ªa a tener proyecciones inesperadas en la obra de Garc¨ªa M¨¢rquez. Me refiero a una visita que hicimos al Palacio de Miraflores. Un octogenario mayordomo nos ense?¨® la habitaci¨®n donde sol¨ªa dormir el dictador Juan Vicente G¨®mez, a quien ¨¦l hab¨ªa servido y recordaba con respeto. ¡°El General dorm¨ªa en esta pieza con su gallo, nos dijo, y no en una cama, sino en su hamaca". Al salir, Gabo dijo: ¡°?Te das cuenta de que no se ha escrito todav¨ªa la novela del dictador?¡±. Y desde ese d¨ªa, empez¨® a reclutar datos para el libro que a?os m¨¢s tarde ser¨ªa El oto?o del patriarca. Por cierto, en esa d¨¦cada del cincuenta hab¨ªa intentado tambi¨¦n redactar una novela que llevaba por t¨ªtulo La Casa que, a?os despu¨¦s, convertida por ¨¦l en una nueva versi¨®n, ser¨ªa Cien a?os de soledad.
Plinio Apuleyo Mendoza es escritor colombiano.
Babelia
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