El joven Slataper
Fue Scipio Slataper el m¨¢s brillante de los j¨®venes de la malograda generaci¨®n de Trieste que, a principios del siglo pasado, intentaron dotar de una tradici¨®n literaria al entonces puerto austroh¨²ngaro. Pero hab¨ªa algo en esa ciudad que se opon¨ªa a cualquier intento por darle una fisonom¨ªa cultural. Y esto, seg¨²n Giani Stuparich, no solo se deb¨ªa a un esp¨ªritu de desintegraci¨®n, sino tambi¨¦n al hecho de que los individuos se aislaban voluntariamente, o bien part¨ªan.
De aquella joven generaci¨®n, Michelstaedter se suicid¨® muy pronto, en 1910, abriendo el fuego de las fugas y p¨¦rdidas. Le imit¨® enseguida la novia de Slataper. Luego, Carlo Stuparich y el propio Slataper morir¨ªan en 1915 en la guerra. Y Mreule, desesperado, desapareci¨® en la Patagonia.
En cinco a?os dejaron hundido y solo a Giani Stuparich, el autor de La isla (Min¨²scula). Pero el gran Slataper dej¨® un libro extraordinario, Mi Carso, que solo ahora, con un siglo de retraso, se traduce por primera vez al espa?ol. Lo edita la debutante Ardicia y la traducci¨®n de Pepa Linares refleja a la perfecci¨®n la extrema belleza de la prosa.
Slataper supo captar de forma admirable en Mi Carso la oscura melod¨ªa, el tono secreto del magma gramatical de aquel Trieste de principios del siglo XX. De hecho, su libro obra un milagro: revivimos en un instante atemporal la totalidad de la existencia de Trieste, como si todo en ella de pronto fuera presente, coexistiendo imperio habsb¨²rgico, fascismo, nacionalismo, independentismo, patriotas italianos con apellidos eslavos y viceversa, la obstinada sabidur¨ªa de la Centroeuropa jud¨ªa, la adversa inteligencia eslovena, la ¨¦pica del Friuli¡
Pero Slataper no tan solo supo asimilar las culturas que converg¨ªan en su ciudad, sino canalizar las tensiones que tan forzadas vecindades creaban. Porque Mi Carso no tan solo dibuja con genio po¨¦tico el nervio de aquel enclave multiling¨¹e, sino que en lo concerniente al estilo crea un asombroso ¡ªpara la ¨¦poca¡ª cruce entre ficci¨®n, autobiograf¨ªa, poes¨ªa y ensayo.
?Hay que pertenecer solo a una tradici¨®n cuando uno vive en ¡°el anhelo de una diversidad indefinible¡±? Acostumbrados al blanco o negro, Mi Carso sorprende por su atrevimiento al instalarse en una ¡°identidad de frontera¡±, concepto incierto por naturaleza, pero en el fondo mucho m¨¢s consistente que la idea ¨²nica que sobre su patria pueda manejar, por ejemplo, un talib¨¢n. Porque esa identidad movediza, fundada en la pluralidad, no es m¨¢s que la borrosa conciencia moderna de estar en el ¨²ltimo muelle, abarcando cuanto sucedi¨® a lo largo de los siglos en nuestra ciudad, en la ciudad que es de todos.
Scipio Slataper piensa en la vida al amparo de la fuerza del ¨¢spero paisaje del Carso y al mismo tiempo medita sobre la incomprensible muerte de su amada.
La perplejidad, los paseos, el viento (el temible bora), la soledad del desabrido paisaje, le van llevando a convencerse de que ha de seguir en el camino. Impresiona la inteligencia y la grandeza que pod¨ªa estar entonces al alcance de un joven de 23 a?os.
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