Los bisontes ya reciben en casa
Un sorteo ha decidido las cinco primeras personas autorizadas para acceder el conjunto El ritual se repetir¨¢ semanalmente hasta agosto para dilucidar el impacto humano del experimento
Ataviados con un mono blanco m¨¢s propio de una guerra bacteriol¨®gica que de un paseo por un templo del arte rupestre, cinco visitantes y una gu¨ªa cruzaron ayer, despu¨¦s de doce a?os cerrado al p¨²blico, el umbral de la cueva de Altamira. Con los nervios propios de los grandes momentos, siguieron la ruta de la colina verde de Santillana del Mar que conduce a esa c¨¢psula perfecta del tiempo, uno de los escasos vestigios que existen del primer contacto del hombre primitivo con su espiritualidad, resto ¨²nico de la Europa de los glaciares que sigue ah¨ª, intacta 18.500 a?os despu¨¦s, en la Europa mutante de la en¨¦sima crisis.
La iniciativa, lo que sus responsables representados por el Patronato del Museo Nacional y Centro de Investigaci¨®n de Altamira, han tachado de ¡°experimento¡±, tuvo (al menos de puertas afuera) m¨¢s de rifa ramplona que de mesa de laboratorio. Un ritual m¨¢s cercano a la Loter¨ªa de Navidad que al acceso, en palabras de Rafael Alberti, al ¡°santuario m¨¢s hermoso del arte espa?ol¡±. Pero pese al carnaval medi¨¢tico, pese a las dos gu¨ªas que cumplieron con excesiva ceremonia su papel de Ni?as de San Ildefonso, pese al bullicio que se daba de bruces con la sacralidad que rodea a Altamira, el momento fue sobrecogedor y la fortuna de los cinco elegidos para la gloria se vivi¨® con merecida emoci¨®n.
A la salida, despu¨¦s de escasos diez minutos en la galer¨ªa pero m¨¢s de hora y media siguiendo el programa ideado para estas visitas experimentales, todos coincid¨ªan en subrayar que lo m¨¢s impactante de la cueva original es la sensaci¨®n de que los legendarios bisontes, ciervos y caballos de la sala de pol¨ªcromos no tienen nada de ancestrales, sino que parecen reci¨¦n salidos de la mano que los cre¨®, perfectamente n¨ªtidos y frescos.
Andrea Vicente, la m¨¢s joven del grupo, empujada a primera hora de la ma?ana desde Santander por su madre para tentar a la suerte, sent¨ªa que hab¨ªa estado cerca de algo ¡°muy importante¡±. Un sentimiento que comparti¨® con los dos periodistas que cantaron ¡°bingo¡±, el profesor de instituto jubilado que escuch¨® el p¨¢lpito que le dec¨ªa que era su d¨ªa, y la joven malague?a que lleg¨® con su novio sin tener idea de lo que le esperaba. ¡°Lo m¨¢s emocionante no es la cueva¡±, dijo ella, ¡°lo que de verdad me ha impactado es la pasi¨®n de quienes la cuidan¡±.
Jos¨¦ Antonio Laheras, director del museo desde hace dos d¨¦cadas, y Ga?l de Guichen, director cient¨ªfico del programa de investigaci¨®n de Altamira desde hace casi dos a?os y antiguo director de las cuevas de Lascaux, en Francia, dieron la cara ayer por ese equipo de creyentes. Ambos saben que el poder de la cueva acaba imponiendo su escalofr¨ªo y por eso se paseaban tranquilos, seguros de que todo saldr¨ªa bien. De Guichen cuenta que ¨¦l, ¡°por respeto¡±, solo ha entrado dos veces en la galer¨ªa. ¡°La cueva es emoci¨®n. Su impacto es indescriptible. Yo en 18 meses de trabajo solo he accedido dos veces porque s¨¦ que es fr¨¢gil. El trabajo del conservador es preservar la materia pero tambi¨¦n permitir que se transmita el mensaje, compartir esa emoci¨®n. Y eso es lo que est¨¢ ocurriendo ahora. Altamira es una de las tres cuevas m¨¢s importantes del mundo, su mera existencia plantea preguntas muy importantes sobre el hombre que no deben quedarse solo para unos pocos. Yo no entr¨¦ en esta profesi¨®n para guardar y esconder este secreto sino para transmitir y compartir su emoci¨®n y conocimiento¡±.
El alcance de esa transmisi¨®n se sabr¨¢ a finales de 2014. Entonces, medido el impacto y la carga que puede soportar la cueva gracias a las visitas que arrancaron ayer, se dictaminar¨¢ si este monumento del arte prehist¨®rico se abrir¨¢ definitivamente o no al p¨²blico. Hasta entonces, el ritual ser¨¢ m¨¢s o menos el mismo: una vez a la semana (aleatorio) todas las personas que compren su entrada para acceder al Museo de Altamira, que abre sus puertas de martes a domingo a las 9.30, participar¨¢n en la rueda de la fortuna si lo desean y si tienen m¨¢s de 16 a?os. El sorteo se celebrar¨¢ pasadas las once de la ma?ana. El Museo garantiza la absoluta transparencia en este juego.
Eso s¨ª, a partir de ahora, todo ser¨¢ m¨¢s tranquilo. Sin la marea de c¨¢maras y periodistas que tomaron desde primera hora de la ma?ana de ayer el magn¨ªfico edificio construido por Juan Navarro Baldeweg e inaugurado en 2001. Era l¨®gico. Desde que se conoci¨® la noticia, la centralita del centro ha estado colapsada por las llamadas de quienes aspiran a poder contar que una vez vieron esos bueyes rojos que descubri¨® en 1879 la ni?a Mar¨ªa Sanz de Santauola, esas pinturas impensables que provocaron el famoso ¡°despu¨¦s de Altamira, todo es decadente¡± de Pablo Picasso.
Las medidas de protecci¨®n de este milagro llevaron a su cierre definitivo en 2002 despu¨¦s de a?os (especialmente en las d¨¦cadas de los cincuenta y sesenta) de visitas sin control. Una medida dr¨¢stica defendida por la mayor¨ªa de la comunidad cient¨ªfica pero cuestionada por muchos pol¨ªticos. En 2010 el Ministerio de Cultura encarg¨® un estudio con la intenci¨®n de retomar el programa de visitas. El debate se reaviv¨®. ?Se puede abrir Altamira sin comprometer su interior? Es m¨¢s, ?No deber¨ªa el hombre seguir el ejemplo de la propia naturaleza, que las cerr¨® durante siglos en un b¨²nker natural y as¨ª las encapsul¨® y salv¨® de la destrucci¨®n? Se sabe que cualquier variaci¨®n en el microclima de la cueva puede da?ar su vida, que la respiraci¨®n humana aumenta la temperatura y la humedad y eso agrede a las pinturas, y que crece el peligro de un brote de hongos, que las destruir¨ªa. Pero cerrarlas a cal y canto, como permanecieron durante miles de a?os hasta llegar intactas a nuestros d¨ªas, no parece tampoco una soluci¨®n satisfactoria. A a?os luz de la Europa de los glaciares, el dilema est¨¢ ah¨ª. Sobre los hombros de los que reconocen la erosi¨®n del tiempo pero no temen su v¨¦rtigo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.