Limpia, fija y elimina con fruici¨®n
En un ataque de furor lexicida, los acad¨¦micos han suprimido del DRAE palabras ¡°en desuso¡± El 'boom' de las novelas gr¨¢ficas lleva camino de dejar en an¨¦cdota el de la gastronom¨ªa
Con algunas notables excepciones (Franco, por ejemplo, o un marido maltratador) suele ser bastante cierta aquella letan¨ªa de nuestras abuelas (viudas) acerca de que ¡°uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde¡±. Ocurre con las palabras, sin ir m¨¢s lejos. Ahora que, en un ataque de furor lexicida, los acad¨¦micos han decidido suprimir del DRAE ciertas palabras ¡°ca¨ªdas en desuso¡±, me ha entrado una especie de urgencia ebria por comprender y utilizar palabras que nunca us¨¦ y que ya se me representan revestidas del aura p¨¦rfida de la nostalgia. Odio los expurgos, tanto los de las bibliotecas (que los ocultan tras pastoriles met¨¢foras hortofrut¨ªcolas: desbroce, d¨¦sherbage, weeding) como los de los diccionarios. Ya s¨¦ que, probablemente, son inevitables, pero no puedo evitar sentir que esas p¨¦rdidas me afecten de alg¨²n modo que no puedo precisar. De ah¨ª que, tras la noticia del inicuo lexicidio realacad¨¦mico me sienta inmerso en un profundo bajotraer (abatimiento) por la p¨¦rdida, y m¨¢s que dispuesto a acupear (respaldar, apoyar) cualquier petici¨®n que se haga para que estas joyas (que no in¨²tiles peridotos, como dir¨ªa una amiga muy querida) del vocabulario no desaparezcan para siempre jam¨¢s de la primera herramienta l¨¦xica de que disponemos los hispanoescribientes. Incluidos tambi¨¦n elegantes adverbios de lugar como dalind (¡°de all¨¢¡±) cuya ex¨®tica expresividad podr¨ªa aplicarse, por ejemplo, al impreciso ¨¢mbito donde residen los escritores muertos que solemos invocar en nuestras sesiones de espiritismo (Luis Mart¨ªn Santos o Carmen Mart¨ªn Gaite, en el mejor de los casos; don Jos¨¦ Mar¨ªa Pem¨¢n, en el peor); o adverbios de modo, como ese estupendo sagrativamente (¡°con misterio¡±), que podr¨ªamos estar refiriendo constantemente al modo de hacer pol¨ªtica del se?or Rajoy, siempre tan opaco y sub rosa, en expresi¨®n amada por Juan Benet, al que, por cierto, los acad¨¦micos nunca quisieron admitir en su club tan postinero (y eso que no padec¨ªa de halitosis). Por lo dem¨¢s, y entrando en cuestiones m¨¢s pr¨¢cticas y nada en desuso, existe una norma no escrita (?o s¨ª lo est¨¢, siquiera en tablilla de barro?) por la que la RAE viene repartiendo la edici¨®n de sus publicaciones principales a un duopolio formado por los megagrupos Planeta y Santillana. Como quiera que el DRAE siempre le ¡°cae¡± a Espasa (Planeta), que gracias al diccionario ha salvado el ejercicio en m¨¢s de una ocasi¨®n (ahora lo tiene m¨¢s dif¨ªcil porque el DRAE, afortunadamente, es todav¨ªa gratis online), sugiero a la docta instituci¨®n que, para compensar, entregue a Santillana, adem¨¢s de lo que le corresponda, el derecho a editar todos sus raros y curiosos,incluyendo nuevos diccionarios (no necesariamente hist¨®ricos) que rescaten todas las fl¨¦biles palabras desaparecidas (o en trance de extinci¨®n) desde 1726, fecha del primero. No sea que a causa de nefarias y perfunctorias oscitancias de r¨ªspidos y (a veces) sobranceros acad¨¦micos nos veamos para siempre desprovistos de una congerie de expresivos y (a¨²n) funcionales palabros, mientras consentimos que nos soterre la lardosa e impersuasible jerga utilizada por ciertos politicastros y tertulianos ignavos que solo pretenden estordirnos con sus dial¨¦cticos chuzazos y moyanas. Pasa palabra.
Gr¨¢ficas
Se lo advierto sine ira et studio: el boom de las novelas gr¨¢ficas lleva camino de dejar en an¨¦cdota el de la gastronom¨ªa y sus chefs m¨¢s o menos cantama?anas. Como ocurre siempre que algo se convierte en tendencia, entre col y col, lechuga, o, dicho de otro modo: en la novela gr¨¢fica no todo el monte es or¨¦gano. Esta semana, sin embargo, he seleccionado tres ¨¢lbumes que se salen de la media. No estoy seguro de que la adaptaci¨®n gr¨¢fica que ha hecho Martin Rowson (s¨ª, el mismo dibujante que se atrevi¨® con La tierra bald¨ªa, de T.?S.?Eliot) de la Vida y opiniones de Tristram Shandy, caballero (Impedimenta) le habr¨ªa encantado, tal como aseguran los paratextos, al mism¨ªsimo Laurence Sterne, pero s¨ª creo que, en todo caso, su peculiar¨ªsimo remake constituye una aut¨¦ntica obra maestra de ese g¨¦nero en alza. Rowson se permite todo tipo de licencias con el texto, introduce personajes contempor¨¢neos, hace sin parar gui?os al lector, reinterpreta la famosa p¨¢gina en negro, disecciona el escroto del padre de Tristram y retrata con iron¨ªa y atrevimiento el ¨¢rea vaginal externa y el ¨²tero de su madre, todo ello en un dibujo en glorioso blanco y negro (mucho negro: la mayor parte de la vida conocida de Tristram transcurre en interiores org¨¢nicos) repleto de homenajes a, entre otros, Piranesi, Hogarth, Blake, Beardsley y Durero. Muy distinto, aunque igualmente notable, es Kanikosen (Gallo Nero), la adaptaci¨®n gr¨¢fica que ha realizado Go Fujio de la c¨¦lebre novela proletaria de Takiji Kobayashi (1903-1933). El libro, publicado en 1929 (y traducido con el t¨ªtulo de Kanikosen, el pesquero por la editorial ?tico de los Libros), cuenta la lucha y la rebeli¨®n final de los pescadores de un barco cangrejero contra su desp¨®tico patr¨®n, protegido por la Armada Japonesa. Kobayashi, militante comunista en los a?os treinta, muri¨® despu¨¦s de ser salvajemente torturado por la Tokk¨®, equivalente nip¨®n de la Gestapo. Por ¨²ltimo, el dibujante californiano Beto (Gilbert) Hern¨¢ndez, autor de la saga Palomar, regresa a Ediciones La C¨²pula con su ¨²ltimo libro Tiempo de canicas, que cuenta una historia (parcialmente) autobiogr¨¢fica rebosante de empat¨ªa hacia el mundo de la primera adolescencia. Tres novelas gr¨¢ficas, cada una en su estilo, que merecen atenci¨®n especial.
Recuerdo
Espero que mi admirada Teresa Lizaranzu, que ejerce much¨ªsimo en el negociado del se?or Lassalle (conocido como el ¡°chico bueno de Cultura¡± para diferenciarlo del otro), no crea que por haber elegido en los ¨²ltimos tiempos un perfil bajo nos hemos olvidado de ella. Yo, por ejemplo, la recuerdo a diario con sentimientos variables. El motivo es que la directora general de Industrias Culturales y del Libro (y presidenta de Acci¨®n Cultural Espa?ola) sigue al frente de la Comisi¨®n de Propiedad Intelectual, esa instituci¨®n que parece congelada entre los hielos de la austeridad presupuestaria. Me dicen mis topos militantes que la velocidad de tramitaci¨®n de las denuncias contra las p¨¢ginas web corsarias es all¨ª comparable a la de aquella Pangea paleozoica y primordial de la que fueron surgiendo los continentes. De las ciento treintaypico denuncias presentadas se han resuelto poco m¨¢s de la mitad (el tiempo de resoluci¨®n media es el mismo que el de un embarazo humano), claro que algunos se han solucionado desde otras instancias internacionales. Y, para colmo, entre las webs y sitios piratas cerrados, se han producido reaperturas. Hombre (quiero decir, mujer), con tanta cesi¨®n competencial y tanto recorte presupuestario ya nos hemos acostumbrado a contar poco con lo que antes se llamaba Ministerio de Cultura. Pero, al menos, dense prisa en hacer cumplir la ley, porque a este paso van a conseguir que el sector se cabree un d¨ªa y se presente en masa y pancarta en ristre ante la Casa de las Siete Chimeneas (un nombre, por cierto, que hubiera encantado a Hawthorne).
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