Peligros del primer lector
Al preguntarle a Philip Larkin si ten¨ªa amigos cuyos consejos siguiera al revisar un poema, el poeta contest¨®:
¡ª?Para qu¨¦? Acu¨¦rdese de Tennyson ley¨¦ndole un poema in¨¦dito a Jowett. Cuando hubo terminado, Jowett le dijo: si yo fuera usted, Tennyson, no publicar¨ªa eso. Y Tennyson le respondi¨®: en ese caso, maestro, el jerez que nos sirvi¨® en el almuerzo estaba absolutamente asqueroso.
La an¨¦cdota resume a la perfecci¨®n qu¨¦ puede suceder si un escritor busca la opini¨®n de otro. ¡°Del enemigo el consejo¡±, dice el refranero castellano. Quiz¨¢s por eso hay tantos autores que eligen como primer lector a alguien no relacionado con el entorno literario. Pero tambi¨¦n tienen peligro esos opinantes, y es que la envidia suele llevar una s¨®rdida vida secreta. Al final, muchas veces no sabe uno a qui¨¦n recurrir. Quiz¨¢s lo ideal sea entregar el in¨¦dito a la persona que m¨¢s estrechamente conoce tu vida y obra, ya que si, a pesar de su inmensa familiaridad contigo, no se aburre con lo que has escrito, tendr¨¢s en ello una buena se?al.
Si hay algo evidente es que conviene atinar a la hora de dar el in¨¦dito porque tu vida entera puede depender de esa elecci¨®n. Se recomienda ser astutos en tan delicado asunto. A los quince a?os, copiando versos de Cernuda, le escrib¨ª un poema de amor a una chica del barrio. Ella me rechaz¨® sin la menor misericordia, pero me pregunt¨® si era consciente de lo bien que escrib¨ªa. Como hab¨ªa compuesto aquel poema para olvidar que lo m¨¢s granado del mismo era de Cernuda, la opini¨®n de aquella muchacha me dio una moral y una seguridad impresionantes. Fui h¨¢bil ah¨ª, pero eso no quita que, dado que suelen intuir el poder que tienen, encierren mucho peligro los primeros lectores. Te la juegas demasiado con ellos.
Ah¨ª est¨¢ el caso de Joseph Conrad, que, un d¨ªa en alta mar, decidi¨® pasarle a un rudo marino llamado Jacques el manuscrito de su primera novela, La locura de Almayer. Conrad le pregunt¨® si le aburrir¨ªa mucho leer algo con una caligraf¨ªa como la suya, y Jacques respondi¨® que en absoluto y lo hizo acompa?¨¢ndose de un inesperado tono cort¨¦s y a?adiendo: ¡°Lo leer¨¦ esta noche¡±.
Elegir como primer lector a un tosco lobo de mar fue correr un riesgo innecesario. Pero a veces esos trances abren grandes puertas. A la ma?ana siguiente, Conrad se acerc¨® a Jacques y, con un tembloroso hilillo de voz, le pregunt¨® si le hab¨ªa interesado lo que hab¨ªa le¨ªdo. Tras un breve pero tremendo silencio, obtuvo esta respuesta: ¡°?Ya lo creo!¡±. Quiso entonces saber Conrad si le hab¨ªa resultado clara la historia. ¡°Por supuesto, perfectamente¡±, dijo su primer lector.
Conrad ya no pudo olvidar nunca detalles de aquel momento: la cortinilla de su litera contone¨¢ndose de un lado a otro, la l¨¢mpara del mamparo trazando un c¨ªrculo sobre el balanc¨ªn de card¨¢n.
Jacques no a?adi¨® ni una palabra m¨¢s, pero su sobria respuesta hab¨ªa abierto un gran camino. Asusta pensar qu¨¦ habr¨ªa sido de los lectores de Conrad si aquel marino, sin saberlo, hubiera tenido alma de destripador de cl¨¢sicos. O de cr¨ªtico cascahuevos.
Babelia
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