J. M. Coetzee y Paul Auster muestran sus cartas en Buenos Aires
El Nobel sudafricano y el narrador estadounidense leen parte de su intercambio epistolar en el acto central de la Feria Internacional del Libro
?De qu¨¦ hablan dos escritores cuando nadie los mira? ?Qu¨¦ cuentan cuando no trabajan en sus libros? ?C¨®mo forjan una amistad hasta el hueso, viviendo en dos ciudades tan distantes como Nueva York y Adelaida? Algunas pistas sobre estas cuestiones deslizaron el Nobel surafricano J.M. Coetzee y el narrador estadounidense Paul Auster, ganador del Premio Pr¨ªncipe de Asturias de las Letras 2006, el domingo por la noche, ante m¨¢s de mil espectadores devotos que empezaron a hacer fila seis horas antes de la cita. ?La ocasi¨®n? Su presentaci¨®n en el acto central de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, que festeja por todo lo alto sus primeros 40 a?os.
Publicitado como un di¨¢logo, el encuentro fue en realidad una lectura compartida de una exquisita selecci¨®n de las cartas que ambos autores cruzaron entre 2008 y 2011, publicadas en Aqu¨ª y ahora (Anagrama & Mondadori). Y comprob¨® que conversan por escrito sobre preocupaciones tan variopintas como fieles a sus obsesiones literarias.
El azar, uno de los grandes temas de Auster, esa ¡°mec¨¢nica de la realidad¡± que educa en la idea de que cualquier cosa puede suceder en cualquier momento (motor de El cuaderno rojo, su libro de relatos reales), abri¨® la noche. ¡°?Cu¨¢ntas posibilidades hab¨ªa, me pregunt¨¦, de conocer a alguien en un festival franc¨¦s de cine, y luego, solo unos d¨ªas despu¨¦s, encontrarme otra vez con ¨¦l en una feria del libro de Chicago?¡±, reflexion¨® el autor de La trilog¨ªa de Nueva York, al leer una carta de diciembre de 2008. El asombro se multiplicar¨ªa cuando a esos encuentros con Charlton Heston ¨Cactor ¡°r¨ªgido, poco convincente y presuntuoso¡±, de ideas pol¨ªticas ¡°abominables¡± ¨C, sigui¨® el tercero de la semana, en un hotel de Manhattan. ¡°?C¨®mo debo interpretar esto, John? ?Te pasan a ti estas cosas, o es solo a m¨ª?¡±
No, a Coetzee no le pasan cosas as¨ª. Cuando su amigo Paul le escribe sobre deportes ¨Cb¨¦isbol, f¨²tbol¨C y exalta ¡°los placeres de la competici¨®n¡±, ¨¦l piensa en el ajedrez, es decir, m¨¢s que en el esfuerzo f¨ªsico en el intelectual. As¨ª lo cont¨® esa noche, mientras afuera sus palabras eran seguidas en pantalla gigante ¨Csentados sobre el pasto, botellines de agua en mano y en perfecto silencio¨C, por quienes no lograron uno de los 950 asientos de la sala Jorge Luis Borges. La ¨²ltima afiebrada partida de ajedrez que jug¨®, encorvado hasta el amanecer a bordo del barco que lo llevaba por primera vez a los EE. UU., alej¨® a Coetzee de esa pr¨¢ctica, y lo convenci¨® de que competir supone ¡°un estado de posesi¨®n en el que la mente se ofusca¡±. Hoy abraza ¡°una visi¨®n ideal¡± en la que ¡°uno se reprime de infligir la derrota a un oponente porque la derrota es algo vergonzoso¡± y humillante, imponerla.
Milim¨¦tricamente atildado, profesor de literatura, abstemio, vegetariano, t¨ªmido profesional, ganador de varios premios Booker y del Nobel en 2003, autor de doce novelas, entre ellas las memorables Vida y obra de Michel K y Desgracia, Coetzee es un acad¨¦mico a la vieja usanza, que eligi¨® Australia para vivir en 2002. Auster, en cambio, ¡°tiene calle¡±, como se dice aqu¨ª. Luce sus excesos: el tabaco fumado, el alcohol disfrutado y la leyenda de haber sido marino en un barco petrolero y poeta hambreado en Par¨ªs, sobreviviendo de traducciones, all¨¢ por los 70. Le¨ªdo en m¨¢s de 40 idiomas, conoce el periodismo, ha trabajado para cine y filmado ¨¦l mismo. Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940) rara vez concede entrevistas y casi siempre por escrito. Auster (New Jersey, 1947) las da, aunque luego, confiesa, no recuerda lo que dice en ellas.
Coetzee prefiere hablar en sus libros y quedar al margen de las interpretaciones de la cr¨ªtica sobre los temas recurrentes de sus novelas y ensayos, cuestionadores del apartheid durante la vigencia del r¨¦gimen, y en los cuales no se edulcora la violencia, el bien y el mal nunca se encuentran en estado puro y la memoria, el deseo, la vejez y los secretos del oficio de narrar se desmenuzan con una prosa tan incisiva como elegante.
Ese contrapunto funciona y las cartas que eligieron releer el domingo lo despliegan. As¨ª, si para Coetzee una palabra como ¡°mandr¨¢gora¡±, gracias a la poes¨ªa y a Keats, ¡°evoca ¨¦xtasis y muerte¡±, la Calle 55 connota ¡°anonimato¡±. Para Auster, en cambio, la sola menci¨®n de esa calle neoyorquina desata una catarata de im¨¢genes placenteras: desde un encuentro er¨®tico juvenil en el hotel St. Regis hasta un almuerzo con la actriz Vanesa Redgrave, que interpretar¨ªa un papel en su pel¨ªcula Lulu on the Bridge. ¡°Cada calle, cada casa, cada habitaci¨®n tiene una v¨ªvida existencia real en mi cabeza¡±, cont¨® Auster. Incluso, cuando lee: ¡°Tiendo a poner los personajes en lugares que conozco personalmente.¡± Coetzee es menos detallista: ¡°No tengo mucha idea de c¨®mo es ninguno de los personajes adultos de mis novelas, por ejemplo, de qu¨¦ clase de infancia tuvieron, igual que no tengo ni la menor idea de lo que les va a pasar despu¨¦s de que termine el libro.¡±
Favorito de muchos lectores argentinos, Coetzee brindar¨¢ ma?ana una conferencia para acompa?ar la salida de El ayudante, de Robert Walser, uno de los once t¨ªtulos de su Biblioteca Personal, editados exclusivamente en el pa¨ªs por el sello El hilo de Ariadna, con pr¨®logos suyos. Pero eso ser¨¢ esta tarde, a las 19. A¨²n resuenan en el aire sus ¨²ltimas palabras del domingo, que son tambi¨¦n las dos emocionantes l¨ªneas que cierran el libro de cartas: ¡°El mundo sigue envi¨¢ndonos sorpresas. Y nosotros seguimos aprendiendo. Fraternalmente, John.¡±
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