De principio a fin
Lo mejor de los libros escritos en el espa?ol de Am¨¦rica eran sus comienzos asombrosos
?Casi lo mejor de aquellos libros escritos en el espa?ol de Am¨¦rica eran sus comienzos asombrosos. Se le¨ªa la primera l¨ªnea y ya se estaba en el interior de un mundo, en el desaf¨ªo de un misterio, en la corriente de una historia. Eran principios que nos parec¨ªan tan poderosos como los de los grandes relatos originarios, el del G¨¦nesis o el del Quijote, el de En busca del tiempo perdido, la Il¨ªada. Delante del pelot¨®n de fusilamiento el coronel Aureliano Buend¨ªa se acuerda de la ma?ana remota en que su padre lo llev¨® a descubrir el hielo. Alguien vino a Comala porque le hab¨ªan dicho que all¨ª viv¨ªa su padre, Pedro P¨¢ramo. Durante tres d¨ªas y tres noches del carnaval de 1927 la vida del Emilio Gauna de Bioy conoce su primera y misteriosa culminaci¨®n. La candente ma?ana de febrero en la que Beatriz Viterbo muri¨® un personaje que se llama Borges dice que not¨® que en los cartelones de la plaza Constituci¨®n hab¨ªan cambiado un anuncio de cigarrillos. En una ma?ana gris de Lima un periodista joven encuentra por casualidad a un antiguo conocido y al mismo tiempo que se va desgranando el principio de una historia unas palabras act¨²an como un motivo musical: ¡°Zavalita, ?en qu¨¦ momento se jodi¨® el Per¨²?¡±. En un pueblo de una serran¨ªa punteada de sanatorios antituberculosos el due?o de un colmado ve llegar a un viajero y se fija en sus manos, y en esa figura alta y sombr¨ªa de Los Adioses uno reconoce un autorretrato de Juan Carlos Onetti con la misma familiaridad con la que lee las primeras palabras definitivas de la historia: ¡°Quisiera no haber visto del hombre nada m¨¢s que las manos¡±¡En cada arranque hay una interrogaci¨®n y una b¨²squeda. Con mucha frecuencia tambi¨¦n un viaje, una caminata. En el principio de la primera l¨ªnea de Rayuela hay una pregunta que contiene cifrado en su brusca brevedad el hilo de la historia, del que habr¨¢ que ir tirando poco a poco hasta quedar envuelto en ella: ¡°?Encontrar¨ªa a la Maga?¡±. No sabemos qui¨¦n habla, si es hombre o mujer, ni sabemos si quiera si habla en primera o en tercera persona, y el nombre tan raro de la mujer que provoca esa b¨²squeda es un motivo nuevo de incertidumbre, porque adem¨¢s no es un nombre, sino un apodo, m¨¢s alarmante visto ahora que cuando lo le¨ªamos de muy j¨®venes.
Empieza la narraci¨®n, pero ya est¨¢ en marcha la novela: como si tropez¨¢ramos caemos en medio de ella, como quien entra a una sala oscura con la pel¨ªcula empezada. De buenas a primeras nos encontramos, como los personajes, en el trance de un descubrimiento, y ya no podemos parar la lectura hasta que no lleguemos al fondo de todo. Cu¨¢l es la historia que trae consigo el enfermo alto de Onetti; cu¨¢l es la raz¨®n de esa atm¨®sfera fantasma de Comala, con sus casas vac¨ªas y sus voces venidas de ninguna parte; qu¨¦ estaba oculto en la vida de Beatriz Viterbo y en uno de los ¨²ltimos escalones del s¨®tano de su casa; ad¨®nde llevar¨¢n sus pasos a Horacio Oliveira, por Par¨ªs y por Buenos Aires; qu¨¦ malla de corruptelas, crueldades y cobard¨ªas mantuvo sometido a Per¨² a una dictadura militar de ocho a?os; cu¨¢ntas historias caben en la vida de un solo hombre, en el rel¨¢mpago de despedida y rememoraci¨®n antes de que los fusiles lo derriben, cuando le sobreviene ese recuerdo infantil que lo devuelve a la fundaci¨®n del mundo.
Mi amor por la literatura inclu¨ªa un acopio de primeras frases. Y la emoci¨®n era mayor porque aquellos escritores estaban vivos y escrib¨ªan en mi propio idioma, aunque en variantes que a m¨ª me parec¨ªan m¨¢s libres, dotadas de una flexibilidad y de un rumor de habla que no sol¨ªa encontrar en la mayor parte de la literatura de mi propio pa¨ªs. Aquellas novelas, aquellos cuentos, no habr¨ªan sido tan buenos sin la contundencia irresistible de sus arranques. Era como leer el principio de ?Absalom, Absalom! o el de Luz de agosto, con la muchacha negra sentada al costado del camino, embarazada, con los pies descalzos en el polvo, mirando venir una carreta lenta; o como empezar La metamorfosis o Por el camino de Swann. Hab¨ªa una exaltaci¨®n f¨ªsica: las dos manos apretando el libro abierto y combando las hojas, la cabeza inclinada, el mundo exterior dejado en suspenso, aunque uno anduviera por la calle o en un autob¨²s. Raymond Chandler tambi¨¦n ten¨ªa el don de los comienzos suntuosos: en el de El largo adi¨®s Philip Marlowe recuerda la primera vez que sus ojos vieron a Terry Lennox, desmoron¨¢ndose borracho en un coche reci¨¦n abierto, cayendo al suelo de un aparcamiento.
De joven yo le¨ªa a Garc¨ªa M¨¢rquez para aprender a hacerme escritor. Luego lo segu¨ªa admirando, pero ya hab¨ªa dejado de leerlo
La muerte de Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez es uno de los finales tristes de aquellos principios, y la tristeza no es solo la del apagarse de una vida y el paso del tiempo. De muy joven uno no sabe que hay arranques de historias tan demasiado brillantes que han de acabar forzosamente en finales sin lustre, en la decepci¨®n de las promesas que no pod¨ªan cumplirse. La apoteosis p¨®stuma del escritor elevado a monumento ahoga el rumor siempre en voz baja de la literatura. Guardias presidenciales, banderas, disputas sobre el destino de las cenizas, como sobre las reliquias milagrosas de un santo. Que se quiera exhibir una parte de las cenizas del escritor en una urna de vidrio, en el museo de su ciudad natal, quiz¨¢s es una prueba de que las desmesuras del realismo m¨¢gico pueden ser tan perjudiciales en la vida c¨ªvica como en la novela. Gobiernos olig¨¢rquicos que niegan a la inmensa mayor¨ªa de sus ciudadanos el derecho a la educaci¨®n y por lo tanto al disfrute de la literatura se condecoran a s¨ª mismos con la pompa vac¨ªa de la glorificaci¨®n del escritor y gastan en ella lo que no gastar¨¢n nunca en bibliotecas ni escuelas p¨²blicas ni becas de estudio. Personajes de rango econ¨®mico y pol¨ªtico nos informan en sus necrol¨®gicas de la amistad ¡ªentra?able¡ª que los un¨ªa al difunto y hasta de la alta opini¨®n que este ten¨ªa de ellos.
De muy joven yo le¨ªa a Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez para aprender a hacerme escritor. Luego, en alg¨²n momento, lo segu¨ªa admirando, pero ya hab¨ªa dejado de leerlo. Mi idea de la escritura se fue volviendo m¨¢s austera, y la sobreabundancia verbal que antes me hab¨ªa, literalmente, encantado, ahora me fatigaba, con su monoton¨ªa de desmesuras y prodigios. Garc¨ªa M¨¢rquez empez¨® a representar para m¨ª una clase de escritor a la que me siento muy ajeno: el escritor Victor Hugo, que act¨²a ya en vida como un monumento de s¨ª mismo, que proyecta sobre un pa¨ªs entero su sombra excesiva de caudillo. Me gusta m¨¢s el escritor reservado, el escritor Onetti o Flaubert. Lo que m¨¢s me queda de la obra de Garc¨ªa M¨¢rquez es el recuerdo de los art¨ªculos que publicaba en EL PA?S en los a?os ochenta y esa primera frase que sigo sabi¨¦ndome de memoria, seguida ahora por un gran espacio en blanco. Por curiosidad literaria, por lealtad a lo que me import¨® tanto, me hago el prop¨®sito de abrir de nuevo la novela y leerla de principio a fin.
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