El pionero de la cr¨®nica musical
Acantilado publica los libros de viaje de Charles Burney por Francia e Italia, considerados por cr¨ªticos, music¨®logos e int¨¦rpretes como el inicio de ese g¨¦nero literario
La exposici¨®n sobre Veronese se ha convertido estos d¨ªas en uno de los acontecimientos de la temporada art¨ªstica en Londres. Si Charles Burney (Shrewsbury, 1726-Chelsea, 1814) viviera hoy, y no en el picante y efervescente siglo XVIII, no hubiera tenido que llegarse hasta Venecia para quedar deslumbrado por el pintor que le impact¨® colgado en algunas de las casas donde lo acogieron. Tampoco habr¨ªa pasado a la Historia como el pionero de la cr¨®nica musical moderna, tras pasearse por Francia, Italia y Alemania, haciendo acopio de todo lo que tuviera que ver con un arte necesitado entonces de testigos curiosos y notarios apasionados.
Eso es lo que hizo este m¨²sico, tambi¨¦n escritor de fuste y retranca, en su Viaje musical por Francia Italia en el siglo XVIII (Acantilado). Dejar constancia de la variedad, el genio y la desmesura con que se encend¨ªan los sentidos en teatros y conventos, en iglesias y plazas, donde la m¨²sica brotaba de una forma natural y desacomplejada entre los borbotones del advenimiento de las luces.
Esta obra siempre fue considerada por cr¨ªticos, music¨®logos, int¨¦rpretes y compositores como uno de los documentos claves para entender el barroco. Pero hasta el momento no hab¨ªa sido publicada en espa?ol. Ahora se puede acudir directamente a la fuente con una edici¨®n cuidada, amplia y certera en su contextualizaci¨®n a cargo del escritor y estudioso de la m¨²sica Ram¨®n Andr¨¦s, quien reflexiona: ¡°Es cierto que existe ese consenso acerca de la importancia de esta obra, pero no entiendo c¨®mo hasta ahora a nadie se le hab¨ªa ocurrido sacarla a la luz en nuestro idioma¡±.
Amigo de los grandes
- Charles Burney naci¨® en 1726, en Shrewsbury, y muri¨® en 1814, en Chelsea (Inglaterra).
- Fue alumno del compositor Thomas Arne, autor del tema que se convertir¨ªa en el himno nacional, Dios salve a la reina.
- Entre sus amigos estaban Voltaire y Samuel Johnson, quien adem¨¢s de escritor, fue uno de los grandes cr¨ªticos literarios de la Historia.
- Disfrutaba de la compa?¨ªa de grandes artistas de la ¨¦poca como Farinelli, il castratto, sigue los pasos de Giuseppe Tartini y reivindica a figuras como Rousseau.
La alarma y la sugerencia del propio Andr¨¦s, y el gusto de Jaume Vallcorba, editor de Acantilado, han zanjado esta deuda. Y, de paso, ambos han debido de disfrutar de lo lindo con este trabajo. Lo han pasado en grande sin duda, porque el viaje de Burney se transforma en un relato vivaz y jugoso, entusiasta e iluminador, sobre toda una ¨¦poca. ¡°Aparte de lo simp¨¢tico que resulta el personaje¡±, apunta Andr¨¦s.
Bien es cierto que su curiosidad de hombre vivaz, su ojo cl¨ªnico, un juicio atinado y personal¨ªsimo sobre lo que le sale al paso, colocan a Burney en la ¨®rbita de un g¨¦nero propio, perfectamente comparable con lo que exploraron alrededor del mismo periodo, en clave de memorias, cl¨¢sicos como Casanova, Chateaubriand o Lorenzo da Ponte.
Burney, en la l¨ªnea de aquellos brillantes autores que se zamparon la vida y dieron cuenta de ello, impone una mirada abierta. Se muestra moderno, desprejuiciado y cosmopolita. Expectante ante los placeres y penitente con los achaques. No deja sin tarjeta de visita ning¨²n archivo, tampoco colecciones ni casas en que se le d¨¦ cuartel. Acude a todos los lugares donde se cuece un ensemble o una orquesta renombrados, cualquier cantante de quien le den noticia y muestra un especial inter¨¦s en catalogar los ¨®rganos de cada iglesia. Una aut¨¦ntica fijaci¨®n en ¨¦l, que le ven¨ªa de dominar el instrumento y de haber sido alumno de Thomas Arne, el creador de Rule Britannia.
Ram¨®n Andr¨¦s: ¡°Es un libro ¨²nico, te hace rendirte por su honestidad y talento¡±
Pero junto a ese trabajo de campo, centrado ante todo en la m¨²sica, Burney disfruta del arte, la amistad, la tertulia improvisada y la comida. Se mezcla y adentra con el mismo desparpajo en las tabernas que en los palacios. Da rienda suelta a su mitoman¨ªa acudiendo a visitar a Voltaire, por ejemplo. El monstruo que todos pintan resulta un anciano encantador y deseoso de escuchar noticias de Inglaterra. Solo espera que su visitante no se asuste al encontrarse con un muerto viviente. Tambi¨¦n Burney acude tras los pasos de Tartini, el m¨²sico que supo explorar la creatividad de su disciplina unida a las matem¨¢ticas, muerto antes de su llegada a Padua, mientras da cuenta de gloriosas conversaciones y reivindicaciones de otros cient¨ªficos, de jesuitas marcados a los que apoya, de artesanos y lutieres. Ni que decir tiene que disfruta de la compa?¨ªa de Farinelli, el mayor castratto de todos los tiempos, a quien acude a visitar como un peregrinaje, lo mismo que se muestra cruel con algunos talentos, para ¨¦l, sobrevalorados. Sus comentarios son tan enjundiosos como vitri¨®licos. Y su capacidad de s¨ªntesis o comparaci¨®n, ejemplar: ¡°La ¨®pera francesa tiene una ventaja sobre la italiana: si la despoj¨¢is de m¨²sica sigue teniendo el encanto de una comedia, mientras que a la ¨®pera italiana, si le quit¨¢is la m¨²sica, se queda en nada y, desde el punto de vista dram¨¢tico, se hace poco menos que insoportable".
Despotrica sobre las posadas y aplaude en comandita cuando se encuentra con mujeres bellas. Reivindica a Rousseau, describe minuciosamente los instrumentos con que se va topando y se escandaliza ante el p¨²blico de Par¨ªs cuando lo ve capaz de destrozar asientos y tir¨¢rselos a los int¨¦rpretes si no les place lo que escuchan. Claro que lleg¨® en una ¨¦poca un tanto traum¨¢tica. Cuando las celebraciones por la boda del delf¨ªn que ser¨ªa Luis XVI y Mar¨ªa Antonieta hab¨ªan provocado una tragedia. Casi mil personas hab¨ªan muerto, comenta Burney, tras padecer el efecto de unos fuegos de artificio desbocados.
¡°Este es un libro ¨²nico, pionero por lo que supone en la manera de contar lo que ve, te hace caer rendido ante su honestidad, su estilo y su talento. Transmite un entusiasmo juvenil, te enamoras del personaje¡±, asegura Andr¨¦s. Concebido como un paseo cronol¨®gico por las ciudades que pisa, de Par¨ªs a N¨¢poles y vuelta, Burney muestra cierto estr¨¦s por la necesidad de hacer acopio y sus escasos medios para alargar el viaje. Pero en cualquier esquina y por sorpresa, salta con un comentario y un punto de vista que ayuda a comprender toda una mentalidad: lo mismo si contempla Pompeya o cae rendido ante Miguel Angel como si desprecia a un cantante que en vez de afinar adecuadamente grita como un cordero degollado.
Conforma as¨ª Burney un paseo completo por las cotidianeidades, los traumas y el color de un mundo, dejando patente su amplio sentido de la curiosidad y una voluntad de fresca elocuencia. ¡°Es una ¨¦poca cuyo protagonismo ha quedado en la Ilustraci¨®n y la Revoluci¨®n Francesa, pero que a trav¨¦s de libros as¨ª, comprobamos c¨®mo se expande y se contagia un gusto por el saber aleccionador para cualquier circunstancia¡±, explica Ram¨®n Andr¨¦s.
Entre el exceso y una sabia medida moral y est¨¦tica, guiado por el ansia de descubrimiento y la determinaci¨®n de devorar lo que le sale al encuentro, Burney nos regal¨® un cl¨¢sico que proporciona luz al detalle, contagi¨¢ndonos lo que en su d¨ªa vio y admir¨®.
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