El Museo del Prado exhibe la irresistible modernidad de El Greco
Un centenar de obras refleja el poderoso influjo del pintor sobre artistas como Picasso o Modigliani
El Greco no muri¨® en Toledo en 1614, por m¨¢s que digan los libros de Historia del Arte. Como el fantasma de Elvis en las gasolineras de Tennessee, el esp¨ªritu del pintor cretense se dej¨® ver guiando a Manet por las salas del Prado en aquel viaje inici¨¢tico a Madrid de 1865; se sent¨® en las cervecer¨ªas de M¨²nich para espolear medio siglo despu¨¦s a los miembros del Jinete Azul; o compareci¨® en el taller de Long Island de Pollock justo para el momento fundacional del action painting. Estas y otras apariciones alientan la exposici¨®n El Greco y la pintura moderna, con la que el Museo del Prado se suma hasta el cinco de octubre a las celebraciones del cuarto centenario de la desaparici¨®n del artista. Una efem¨¦ride que, en vista de lo mostrado hasta ahora (la exitosa cita de El Griego de Toledo y sus cerca de 250.000 visitantes, seg¨²n la organizaci¨®n, la Fundaci¨®n El Greco 2014, y La biblioteca de El Greco, que enfila en la pinacoteca madrile?a su ¨²ltima semana), arrojar¨¢ un retrato de su figura bien distinto y convenientemente limpio de t¨®picos; el pintor cat¨®lico, cegado de espiritualidad y corro¨ªdo por la ranciedad patri¨®tica fue en realidad un artista cosmopolita de maneras filos¨®ficas y autor de un corpus asombrosamente influyente en las vanguardias.
26 obras del Greco (entre ellas, excepcionales -y arduos- pr¨¦stamos, como el tenebrosamente majestuoso Laocoonte, llegado de la National Gallery de Washington, o La visi¨®n de San Juan, del Metropolitan) se enfrentan en distintos grados de literalidad con 80 piezas de artistas del siglo XIX y primera mitad del XX. La intenci¨®n del comisario Javier Bar¨®n, conservador del Prado, es la de probar que, una vez consumidos m¨¢s de doscientos a?os de tergiversaciones hist¨®ricas y malentendidos art¨ªsticos, resulta imposible exagerar el hechizo ejercido por el artista griego en el nacimiento y primeros pasos del arte moderno.
La exposici¨®n junta 26 obras del cretense con 80 de otros creadores
En ocasiones (y as¨ª se subraya en la muestra, levantada en colaboraci¨®n con Acci¨®n Cultural Espa?ola y financiada por la Fundaci¨®n BBVA), la influencia es tan palpable que se echa en falta uno de esos ingenios inform¨¢ticos que permiten pasar de un cuadro a otro descorriendo una cortinilla invisible: asombrosas son las parejas formadas por El caballero de la mano en el pecho y un retrato de Modigliani de Paul Alexandre (1913); el Gitano (1915) de Delaunay y el San Sebasti¨¢n pintado por el Greco trescientos a?os antes; o esa indisimulada versi¨®n de Adoraci¨®n del Nombre de Jes¨²s que Max Beckmann titul¨® en 1907 Estudio para La Resurrecci¨®n I.
En otros casos, el ascendente, aunque innegable, resulta m¨¢s latente, como en la contraposici¨®n de uno de los m¨¢s c¨¦lebres cuadros de ba?istas de C¨¦zanne (del museo de Orsay de Par¨ªs, una de las 40 ciudades prestadoras de la cita) con dos esculturas del Greco. La obra ¨²ltima del cretense est¨¢, seg¨²n las conclusiones presentadas en la muestra, tras el credo en la belleza convulsa ansiada por los surrealistas. Y si su pincel fluido dio la raz¨®n retrospectivamente a los naturalistas estadounidenses como John Singer Sargent, que posey¨® una versi¨®n de San Mart¨ªn y el mendigo, frente a los dos originales que tuvo Degas, la particular concepci¨®n de planos, el sentido r¨ªgido de los pliegues y la cierta desidia a la hora de acabar lo empezado tuvo por fuerza que influir a C¨¦zanne y la tribu de los cubistas, primero, y el orfismo, despu¨¦s.
M¨¢s ¡®a?o Greco¡¯
La exposici¨®n El Greco y la pintura moderna se enmarca en la conmemoraci¨®n del cuarto centenario del fallecimiento del artista. Otros hitos expositivos de la efem¨¦ride, impulsada por la Fundaci¨®n El Greco 2014, presidida por Gregorio Mara?¨®n y Bertr¨¢n de Lis, han sido las muestras Toledo contempor¨¢nea, El griego de Toledo, reci¨¦n clausurada en la ciudad castellanomanchega, y La biblioteca del Greco, que se puede visitar hasta el domingo.
En septiembre abrir¨¢ sus puertas, en el museo de Santa Cruz, la otra gran exposici¨®n toledana de este IV centenario: El Greco. Arte y oficio, con comisariado de Leticia Ruiz.
Para unos y otros, el Greco represent¨® el hallazgo de un artista desconocido, ¡°transterrado a una naci¨®n anta?o poderosa pero entonces perif¨¦rica¡±, como era Espa?a. ¡°Tuvieron con frecuencia la sensaci¨®n de descubrir un tesoro casi oculto¡±, explica el comisario Javier Bar¨®n. De ese descubrimiento de una terra incognita tambi¨¦n participaron los artistas espa?oles; desde aquella naci¨®n doliente, que se lam¨ªa las heridas del 98, el recuerdo de las postrimer¨ªas del siglo de Oro tal vez se asemejaba m¨¢s a la a?oranza de una rep¨²blica invisible que a una herencia real. Como buen ejemplo de ello y resumen del esp¨ªritu general de la muestra puede contar Mis amigos (1920-1936), dibujo inacabado de Zuloaga (a quien llamaban Le Greco en Francia). En ¨¦l, el artista guipuzcoano retrata a algunos de los m¨¢s ilustres miembros de la hinchada del cretense en aquel tiempo (Valle Incl¨¢n, Belmonte, Unamuno, Mara?¨®n, Baroja¡) en una composici¨®n presidida por La visi¨®n de San Juan, adquirida por Zuloaga en 1905.
Los gui?os metapict¨®ricos al artista cretense fueron frecuentes en la ¨¦poca. Sorolla, que comparte habitaci¨®n con su rival Zuloaga, retrat¨® a los dos impulsores oficiales del rescate del Greco a principios de siglo: Manuel Bartolom¨¦ Coss¨ªo, autor de la influyente primera monograf¨ªa sobre el artista, llamada a cambiarlo todo, y el marqu¨¦s de Vega-Incl¨¢n, fundador de la Casa del Greco en Toledo. Y Picasso, gran estudioso de su obra, se caricaturiz¨® como el cretense en una serie de dibujos y ¨®leos de finales del XIX, que lleg¨® a firmar como Yo, el Greco, pintor sobre el que volver¨ªa con la melanc¨®lica y serena gravedad que solo otorga la vejez en los setenta, hacia el final de su vida, con su serie Mosqueteros. El conjunto de obras del artista malague?o presentadas en la muestra funciona casi como una exposici¨®n dentro de la exposici¨®n, articulada en torno a la presencia de Evocaci¨®n. El Entierro de Casagemas (1901), obra maestra del periodo azul, y a las (l¨®gicas) ausencias de El entierro del se?or de Orgaz, su inspiraci¨®n, que no se puede mover de Toledo, y de Las se?oritas de Avignon (emparentada con La visi¨®n de San Juan).
Tambi¨¦n hay lugar en la propuesta, compartimentada en ¨¦pocas y lugares de influencia, para homenajear a los muchos y muy c¨¦lebres extranjeros que situaron al pintor en el big bang de la modernidad: el coleccionista William Stirling-Maxwell, el estudioso August L. Mayer, Julius Meier-Graefe, gran introductor del Greco en Alemania, que comparece en la exposici¨®n retratado por Lovis Corinth, o Hart Benton, maestro de Pollock, que aporta un estudio geom¨¦trico de la Resurrecci¨®n. Con todo, uno de los empe?os mayores, como corresponde a los intereses de Bar¨®n, Jefe del ?rea de Conservaci¨®n de Pintura del Siglo XIX, consiste en reivindicar que si el rescate internacional lleg¨® tras la apertura en 1838 de la Galer¨ªa Espa?ola de Luis Felipe de Orleans en el Louvre, en Espa?a le echaron cuentas al Greco ya desde el primer tercio del siglo XIX, como se demuestra al principio de la muestra y bajo la influencia de La trinidad, comprada en 1827 por Fernando VII para el Prado, que en 1902 le dedic¨® la primera gran muestra al pintor.
¡®Laocoonte¡¯ y ¡®La visi¨®n de San Juan¡¯, entre las joyas del recorrido
Lo que sigue tras esa introducci¨®n es un apasionante viaje en el que el color de las paredes (blanco crudo) y la n¨®mina de los artistas representados ("?bienvenida sea la vanguardia al Prado de la mano del Greco!", ha exclamado su director, Miguel Zugaza, durante la presentaci¨®n) producen un efecto de extra?amiento en el visitante despistado, que podr¨ªa acabar por creer que se halla en otro museo.
Un contundente golpe de efecto aguarda hacia el final del recorrido para sacudir todas las enso?aciones posibles. Bajo el lucernario del cubo de los Jer¨®nimos, late, en cuatro paneles enfrentados, el coraz¨®n de la muestra: en torno al Laocoonte, La visi¨®n de San Juan, La resurrecci¨®n y El bautismo de Cristo, se pueden contemplar en un barrido circular obras de Pollock y Orozco, Bacon, Saura y Giacometti, Kokoschka o Andr¨¦ Masson. O lo que es lo mismo: la influencia del Greco en los expresionismos germ¨¢nicos y del resto de Europa, en el surrealismo, en Estados Unidos, donde fue apreciado como un outsider del arte antiguo hecho a s¨ª mismo, y en las figuraciones posteriores a la II Guerra Mundial, espacio que despide a los visitantes con un ¨²ltimo gui?o, no tanto pict¨®rico como de justicia po¨¦tica.
In mem¨®riam Jos¨¦ ?lvarez Lopera, se lee en una de las paredes como recuerdo al conservador de la pinacoteca fallecido en 2008 y que fue, como han recordado Zugaza y Bar¨®n, el impulsor primigenio de este proyecto.
Babelia
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