Senderos de gloria
El 2 de julio de 1934, el escritor Humphrey Cobb ley¨® un suelto en The New York Times que dec¨ªa: ¡°Los franceses absuelven a cinco fusilados por amotinamiento en 1915. Dos de sus viudas reciben una indemnizaci¨®n de un franco cada una¡±. Investig¨® y descubri¨® que no hab¨ªa habido tal amotinamiento: tras el fracaso de la toma de una colina en Souain, el general R¨¦veilhac orden¨® que cinco cabos del Regimiento 136, elegidos al azar, fueran fusilados ¡°para dar ejemplo a la tropa¡±. En 1935, Cobb public¨® Senderos de gloria, una novela nacida de la indignaci¨®n y el conocimiento. Fue uno de los primeros voluntarios americanos en partir al frente occidental y luch¨® en la batalla de Amiens, donde fue herido y gaseado. El texto tiene a ratos un aire desma?ado, como si hubiera sido escrito a gran velocidad, para escupir el recuerdo de todo aquel horror, pero sin duda sabe de lo que habla. Habla de la implacable m¨¢quina b¨¦lica, habla de la farsa del consejo de guerra, habla de lo que pasa en las trincheras y en los cuerpos. Un veterano le dice a un soldado biso?o: ¡°Cuando los hombres se asustan, todo en su interior se solidifica. Las funciones se interrumpen. Las secreciones se secan. Cuando un ob¨²s viene hacia ti contienes todo, hasta la respiraci¨®n. Por eso esas caras parecen grises. La piel se seca. Los ojos est¨¢n vidriosos por falta de sue?o. Cada vez que un hombre sale de la primera l¨ªnea, en su interior parece romperse el resorte de un reloj¡±.
En su momento, Senderos de gloria pas¨® casi inadvertida. Tampoco funcion¨® su adaptaci¨®n al teatro, a cargo de Sidney Howard: al p¨²blico de Broadway, por lo visto, no le apeteci¨® que le recordaran todo aquello. Howard, que hab¨ªa escrito el guion de Lo que el viento se llev¨®, dijo: ¡°Hollywood tiene la sagrada obligaci¨®n de llevar esta novela al cine¡±.
Habla de la implacable m¨¢quina b¨¦lica, de lo que pasa en las trincheras y en los cuerpos
Por aquellos a?os, un ni?o llamado Stanley Kubrick ley¨® la novela, y quiz¨¢s se le quedaron grabados p¨¢rrafos tan cinematogr¨¢ficamente precisos como este: ¡°El sable cay¨® con un destello. La descarga reson¨® con estruendo, sali¨® escupido el humo y 36 hombros retrocedieron al un¨ªsono. El humo se dispers¨® hacia los lados y desapareci¨®. Los cuerpos r¨ªgidos de los postes comenzaron a relajarse casi imperceptiblemente¡±. En 1957, tras el rechazo de varios estudios, Kubrick logr¨® llevar la novela al cine gracias al apoyo de Kirk Douglas y United Artists. En Francia no se estren¨® hasta 1975. En Espa?a, hasta 1986, once a?os despu¨¦s de la muerte de Franco: los militares de ambos pa¨ªses, al parecer, consideraron que su contenido era problem¨¢tico.
La editorial Capit¨¢n Swing ha publicado Senderos de gloria, en traducci¨®n de Ricardo Garc¨ªa P¨¦rez y con un pr¨®logo iluminador de David Simon, el creador de The Wire, donde, entre otras cosas, dice que gracias a la contenci¨®n del estilo de Cobb la historia gana en lucidez y c¨®lera. Acabo de leer el libro y creo que puede sumarse a la lista de textos clave sobre los horrores de la guerra, una lista en la que yo colocar¨ªa (aunque hace tiempo que no las visito) Catch 22, de Joseph Heller; Im¨¢n, de Ramon J. Sender; Los desnudos y los muertos, de Norman Mailer; La forja de un rebelde, de Arturo Barea; Las cosas que llevaban los hombres que lucharon, de Tim O¡¯Brien, y Despachos de guerra, de Michael Kerr. Hay muchas m¨¢s: el tema, por desgracia, no se agota.
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