Morir en verano
La muerte de Ana Mar¨ªa Matute ha sido, como la de Carmen Mart¨ªn Gaite, obviamente, en verano. Y, probablemente, todos los premios Cervantes y sus asimilables, los Nobel y los Pritzker, deb¨ªan contar con galardonados cuya ¨²ltima gloria consista en fallecer entre las hogueras estivales que bendijo Thomas Mann, Shostakovich o Le Corbusier. Cualquier muerte en invierno lleva en su frente una rutinaria premonici¨®n. Se muere siempre sin temperatura o incluso bajo cero (bajo tierra) cuando el cuerpo empieza a disponerse, entre copiosas nevadas, para la congelaci¨®n final.
La muerte, tan convencionalmente unida al fr¨ªo, tan carente de pulso tibio, yace en coherencia con los inviernos paup¨¦rrimos o revestidos de andrajos entre una naturaleza en banca rota. La econom¨ªa se enfr¨ªa cuando va mal y se recalienta cuando se cree que va muy bien. En ambos casos puede esperarse una cat¨¢strofe pero mientras la primera opci¨®n lleva a la desolaci¨®n absoluta la segunda se alza sobre la insoportable morbidez del mont¨®n.
La muerte en verano es de hecho mucho mayor e insoportable. M¨¢s dif¨ªcil de tragar que la muerte en invierno, donde parece que el cad¨¢ver ha solicitado ese caldo letal y lo sorbe en un paraje incoloro, sin la guindilla del sexo. Muertos l¨ªvidos a semejanza de los paisajes demacrados. Y cuerpos inertes como ¨¢rboles sin hojas que abandonados a su perfil proclaman la desesperanza de dar frutos y a la humillante conformidad de haberlo aceptado.
No es as¨ª, sin embargo, como los seres famosos sucumben bajo el sol. Acaso perecer en est¨ªo no ser¨¢ por completo una elecci¨®n personal del cad¨¢ver, pero su gloria ardiente les corona de una categor¨ªa superior. Una luz vibrante recubre el f¨¦retro como una colecci¨®n de premios y alrededor del entierro los admiradores son cegados por la corona del sol. Un sol inclemente en correspondencia con la tremenda defunci¨®n del personaje que, a pesar de su facundia, ya no necesita hablar. Musita tan solo su descomposici¨®n como si el ingenio que lo distingu¨ªa se hubiera concentrado en su interior y llevara sus meditaciones al l¨ªmite de la putrefacci¨®n. Putrefacci¨®n de plata y de pestilencias que hacen vivir su gran poder organol¨¦ptico con cuya intensidad se gestaba la calidad de sus obras.
A efectos hist¨®ricos, todo se quema antes de la incineraci¨®n que no ser¨¢ sino un elemento ajeno. En el crematorio el cuerpo se hace puro mineral pero antes, en la insolaci¨®n, el cuerpo y la mente son m¨¢s brillantes que nunca. Todos los grandes festejos mortales, los funerales de calidad, las exequias memorables tienen lugar en est¨ªo como hizo saber Kafka, puesto que el verano es una estaci¨®n destinada a aniquilar la vida fr¨ªvola. Con la frivolidad, en fin, de la vida. Tiempo en que una majestuosa garganta engulle los mejores condimentos humanos y los guisos inimitables de los creadores con mejor talento.
Manjares que el est¨®mago estival aguarda para incorporarlos a su eterna digesti¨®n. En ella, los autores y autoras con mayor cantidad de mol¨¦culas geniales arden y, al cabo, aumentan la hoguera humana que asciende la efem¨¦ride hasta el es¨®fago y provoca su conocido v¨®mito de oro.
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