Por circunstancias que no vienen al caso, tuve que pasar unos d¨ªas trabajando sobre el tiempo y su medida ¡ªlos relojes, b¨¢sicamente¡ª y c¨®mo uno y otros se han ido reflejando en el cine. Por supuesto, a una escala m¨¢s dom¨¦stica que lo que hizo el artista suizo-americano Christian Marclay con su extraordinaria videoinstalaci¨®n de 24 horas de duraci¨®n The clock, que hace poco pudo verse en el Guggenheim de Bilbao, y en la que todas las escenas (de cientos de pel¨ªculas) contienen una medici¨®n horaria y est¨¢n sincronizadas con el tiempo real de la proyecci¨®n; de modo que si ¡ªpongamos¡ª por el reloj de p¨¦ndulo de S¨®lo ante el peligro son las doce menos veinte del mediod¨ªa, esa es precisamente la hora real del espectador que est¨¢ viendo el fragmento, y as¨ª durante el d¨ªa completo (con su noche) que dura el v¨ªdeo. Me result¨® fascinante la b¨²squeda de relojes en las pel¨ªculas, desde aquel gigante de cuyo minutero se queda colgado sobre el vac¨ªo (a las 14.40, por cierto) Harold Lloyd en El hombre mosca (Safety Last, 1923), hasta la colecci¨®n de relojes de pulsera de alta gama (Rolex, Breitling, Tag Heuer, Omega, etc¨¦tera) que lucen los distintos avatares cinematogr¨¢ficos de James Bond y que, en cada una de las pel¨ªculas, revelan qu¨¦ marca hab¨ªa obtenido (mediante ¡°patrocinio¡±) el espaldarazo que supone que el Agente 007 ¡ª¨¦l mismo una marca hecha de marcas¡ª luciera uno de sus productos mientras combate al villano de turno. As¨ª que, de una u otra forma, cine y tiempo han estado indisolublemente ligados desde que los inventores del primero filmaran aquel c¨¦lebre corto (un emocionante vagido de neonato) de 46 segundos llamado La salida de los obreros de la f¨¢brica Lumi¨¨re de Lyon, en 1895.
En todo caso, nunca habr¨ªa podido imaginarme, antes de mi peque?a investigaci¨®n sobre los relojes, que esas prodigiosas y cotidianas m¨¢quinas de medir algo tan sutil como el tiempo ¡ªque sabemos lo que es, pero no sabemos explicarlo, como afirmaba Agust¨ªn de Hipona¡ª fuesen objeto de tanto inter¨¦s en Internet y las redes sociales. Para mi sorpresa, las p¨¢ginas webs, los blogs y los foros de los aficionados a los relojes constituyen todo un mundo inesperado al que me he asomado levemente, pero con creciente estupefacci¨®n durante unos d¨ªas, permiti¨¦ndome una mirada oblicua y alucinada sobre aficionados y coleccionistas entre los que abundan los otaku de toda clase y condici¨®n, por designarlos con el apelativo que reciben en Jap¨®n las personas excesivamente obsesionadas por cualquier objeto o asunto. Para mi informaci¨®n sobre los relojes y su evoluci¨®n me fueron imprescindibles dos libros que recomiendo: Revoluci¨®n en el tiempo, de David Landes (Cr¨ªtica, 2007), que me convenci¨® de que la primera funci¨®n de esas m¨¢quinas perfectas no es la de seguir el paso de las horas, sino la de coordinar las acciones humanas, y Autoridad, libertad y maquinaria autom¨¢tica en la primera modernidad europea, de Otto Mayr (Acantilado, 2012), en el que se analiza el impacto que el reloj mec¨¢nico tuvo en las ideas y la cultura de su tiempo.
Mi admirado papa Francisco
A otro nivel me vino bien cierta revista ¡ªsu lema es Luxury Lifestyle¡ª que requis¨¦ en la consulta de mi dentista. En ella ¡ªuna publicaci¨®n evidentemente dirigida al segmento m¨¢s pudiente y caprichoso de los otakus¡ª, me enter¨¦, por ejemplo, de que los ¡°sencillos¡± Carlos Slim y Barack Obama no gastan mucho en relojes (el segundo lleva un modelo John Gray valorado en 300 euros), que a Castro y el Che les encantaban los Rolex, que a Mourinho y a Cristiano Ronaldo les han fichado respectivamente las firmas Hublot y Tag Heuer para que ejerzan de ¡°embajadores¡±, que Christine Lagarde viste un ¡°discreto¡± Patek Philippe, la misma marca del reloj que le regal¨® Roosevelt al Dalai Lama (¡°confeso enamorado de los relojes¡±) en 1947, y que el Bulgari modelo Ammiraglio del Tempo que pensaba regalarle a Pablo Iglesias por su cumplea?os (para probar su incorruptibilidad) me habr¨ªa costado 316.000 eurillos de nada. La ¨²nica satisfacci¨®n fue comprobar que mi admirado papa Francisco usa un antiguo y austero modelo Casio ¡ªel peridoto de los relojes, podr¨ªamos decir¡ª ¡°con un precio en el mercado de ocho euros¡±. Suerte que tuvo el pont¨ªfice: el m¨ªo, adquirido en el chino de mi barrio, me cost¨® 12.
Chechenia
Contin¨²a el aumento del inter¨¦s hacia el c¨®mic. En Norteam¨¦rica (Estados Unidos y Canad¨¢) ese sector creciente de la producci¨®n editorial gener¨® en 2013 unos 870 millones de d¨®lares, casi 65 millones m¨¢s que en el ejercicio anterior, con un marcado predominio de los ¨¢lbumes y las novelas gr¨¢ficas. En general, los lectores prefieren ¡ªen proporci¨®n mucho mayor que con el resto de los libros¡ª comprar los c¨®mics en papel que en formato electr¨®nico, entre otras razones porque la mayor¨ªa de los consumidores son tambi¨¦n coleccionistas a los que gusta releer y hojear sus adquisiciones. Entre los ¨¢lbumes gr¨¢ficos publicados ¨²ltimamente en Espa?a me han interesado especialmente los Cuadernos rusos (Salamandra Graphic), del veterano fumettista italiano Igort (Igor Tuveri), que se dio a conocer internacionalmente en los a?os ochenta en revistas y fancines como Linus, Vanity o Metal Hurlant. Su ¨²ltimo ¨¢lbum hasta la fecha es una especie de ¡°ensayo gr¨¢fico¡± de car¨¢cter period¨ªstico y testimonial (por tanto, con grandes dosis de subjetividad) en el que, siguiendo la trayectoria personal de la periodista asesinada Anna Politk¨®vskaya, y bas¨¢ndose en un trabajo de campo que incluye entrevistas y relatos intercalados de otros personajes y testigos, se traza un tremendo panorama de la lucha entre chechenos y rusos, con el ¨¦nfasis puesto en la brutalidad de la sangrienta represi¨®n y los abusos cometidos por los ¨²ltimos. Catalina Mej¨ªa, la flamante editora gr¨¢fica de Salamandra, ya hab¨ªa publicado los Cuadernos ucranianos, una obra anterior (2010) del autor, cuando trabajaba en Sins Entido.
Cruz
En realidad, Londres despu¨¦s de medianoche (Seix Barral), del mexicano Augusto Cruz, ten¨ªa sobre el papel casi todo para gustarme, como una intriga de car¨¢cter policiaco en torno a la b¨²squeda de la m¨ªtica London after midnight, una pel¨ªcula silente de Tod Browning (1927) con Lon Chaney, cuya ¨²ltima copia se quem¨® en los a?os sesenta y de la que la leyenda dice que se rod¨® con vampiros de verdad; o la presencia de algunos ¡°artistas invitados¡± de la realidad ¡°real¡±, como el historiador cultural del cine David J. Skal (autor, entre otros, del interesante Monster Show, Valdemar, 2008) o de Forrest J. Ackermann (1916-2008), escritor de relatos de terror y uno de los m¨¢s grandes gur¨²s y coleccionistas de memorabilia cinematogr¨¢fica de terror y fantas¨ªa que en el mundo han sido. Pero, como dice alguien en un momento dado de esta novela que pod¨ªa haber sido grande, ¡°uno es due?o de lo que calla y esclavo de lo que habla¡±, y a Cruz le hace una mala pasada narrativa su entusiasmo y su af¨¢n por contarnos todo lo que sabe y le gusta y ha visto y le¨ªdo, lo que le lleva a poblar su relato de v¨ªas muertas que acaban por aplastarlo y llenarlo de incongruencias, reiteraciones y salidas en falso. L¨¢stima: me hubiera gustado que se librara del caj¨®n de desechables.
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