El viejo lenguaje
Los sabios han buscado denodadamente un sistema de notaci¨®n alternativo m¨¢s transparente
Aunque hoy sea normal considerar el lenguaje como un instrumento de comunicaci¨®n y entendimiento entre los hombres, durante siglos los fil¨®sofos modernos vieron en ¨¦l justo lo contrario: la ra¨ªz de las disputas, el instrumento de los malos entendidos, de la confusi¨®n, de la ignorancia y hasta de la guerra. ?Se equivocaban? La verdad es que ten¨ªan buenos motivos para desconfiar: Europa atravesaba un periodo despiadado de contiendas sanguinarias, interminables y enconadas, guerras de religi¨®n animadas por miles de palabras siniestras y cargadas de razones, por toneladas de declaraciones sentenciosas que avivaban el fuego de las batallas con el sello de los te¨®logos.
Como dice uno de los l¨²cidos Pensamientos despeinados de Stanislaw Jerzy Lec, ¡°Caronte ten¨ªa que sacar a menudo de las bocas de los muertos las palabras que les hab¨ªan metido¡±. Por eso los sabios buscaban denodadamente un sistema de notaci¨®n alternativo que tuviese la transparencia y la universalidad de la l¨®gica, la precisi¨®n de la matem¨¢tica y la claridad de la intuici¨®n, un lenguaje superior al lenguaje que en lugar de encubrir el pensamiento lo revelase en su pureza, y que en lugar de interponerse entre la mente y la naturaleza sirviese a esta ¨²ltima para inscribirse de manera espont¨¢nea en aquella, sin perderse en los meandros insondables de la diversidad idiom¨¢tica con la que una divinidad vengativa castig¨® a los soberbios ingenieros que idearon la torre de Babel. Entre otros muchos, Raimon Llull trabaj¨® denodadamente en la invenci¨®n de sus signos, los racionalistas lo rebautizaron como Mathesis Universalis, y Leibniz lo redefini¨® como un ¨¢lgebra que, sin dejar lugar a la interpretaci¨®n ni margen a la controversia, permitir¨ªa a quienes estaban enfrentados en alg¨²n litigio sentarse serenamente con un l¨¢piz y un papel para que un c¨¢lculo racional resolviese el conflicto sin necesidad de recurrir a la fuerza, eliminando la impudicia de las negociaciones y de las presiones, y la brutalidad de la violencia.
Durante siglos los fil¨®sofos
Todav¨ªa en los albores del siglo XX, Gottlob Frege, Bertrand Russell y Alfred N. Whitehead creyeron haber encontrado algo parecido en los prodigiosos desarrollos de la l¨®gica matem¨¢tica que luego vino a desembocar en la teor¨ªa de la computaci¨®n que sustenta a¨²n el softwarede los aparatos inform¨¢ticos de los que todos somos hoy usuarios. Los fil¨®sofos neopositivistas del c¨ªrculo de Viena, herederos de aquella consigna de Newton de abandonar lo que el vulgo entend¨ªa por tiempo y espacio, sustituy¨¦ndolo por la expresi¨®n matem¨¢tica de estas instancias (a la que ya Galileo consideraba como la lengua en la que est¨¢ originariamente cifrado el libro de la naturaleza), acu?aron la despectiva f¨®rmula ¡°lenguaje ordinario¡± para designar esa peligrosa herramienta siempre sospechosa de falsedad, de imprecisi¨®n y de doble intenci¨®n.
La idea de superar las ¡°turbulencias¡± causadas por el lenguaje y las ¡°ilusiones¡± creadas por la gram¨¢tica (de las cuales, seg¨²n muchos testimonios, ser¨ªan hijas tanto las pol¨¦micas entre religiones como las hip¨®stasis metaf¨ªsicas, qui¨¦n sabe si incluso las trifulcas vecinales), con todo, no es exclusiva de las ciencias formales. Muchos naturalistas han estado investigando las pautas de comunicaci¨®n animal, con la mira secretamente puesta en la posibilidad de hallar una inmediatez en el intercambio de informaci¨®n y en el acceso a una verdad evidente que soslayase la irremediable ambig¨¹edad de las palabras y en la que no tuviese cabida la posibilidad de torcer interesadamente el sentido con las m¨¢s perversas intenciones. Y, ya fuera del terreno cient¨ªfico, lo que luego se llamaron las ¡°bellas artes¡± abrigaban desde antiguo la esperanza de descubrir los n¨²meros secretos de la percepci¨®n sensible y de la belleza espiritual, la estructura oculta de los cuerpos y de las figuras, de las dimensiones y de las proporciones de los mismos, m¨¢s all¨¢ de los enga?osos nombres que las recubren y disfrazan.
Los primeros atisbos de la abstracci¨®n en las artes visuales, y mucho m¨¢s marcadamente la aparici¨®n del cubismo, despertaron entre los aficionados la promesa de un ¡°sistema de representaci¨®n¡± (cuyas excentricidades se ve¨ªan entonces como analog¨ªas est¨¦ticas de las paradojas de la teor¨ªa de la relatividad que acababa de revolucionar la f¨ªsica) m¨¢s verdadero y aut¨¦ntico que el de la tradici¨®n naturalista o que el de la perspectiva renacentista (que no dejar¨ªan de ser ¡°ilusiones¡± veros¨ªmiles y f¨®rmulas eur¨ªtmicas para hacer pasar por verdadera una mentira). Y lo mismo sucedi¨® con el atonalismo en el terreno de la m¨²sica contempor¨¢nea: su llegada fue saludada como la emergencia de un nuevo lenguaje que, si al principio sonaba extra?o o ininteligible, acabar¨ªa mostr¨¢ndose como m¨¢s adecuado que el del clasicismo vien¨¦s en cuanto nos acostumbr¨¢semos a ¨¦l. Y cosas parecidas sucedieron en el ¨¢mbito de la pol¨ªtica, de la econom¨ªa o de la moral sexual. Era un tiempo en el que cada oto?o se anunciaba la aparici¨®n del esperado ¡°nuevo lenguaje¡±.
Muchos naturalistas han estado investigando las pautas de comunicaci¨®n animal, con la mira puesta en la posibilidad de hallar una inmediatez en el intercambio de informaci¨®n
En m¨¢s de un sentido podr¨ªa decirse que aquellos proyectos de los sabios fracasaron uno tras otro, chocando contra limitaciones insuperables. En cuanto a las vanguardias hist¨®ricas (no s¨®lo de las art¨ªsticas, tambi¨¦n de las pol¨ªticas), tambi¨¦n ha pasado ya el tiempo suficiente como para constatar que no hemos logrado acostumbrarnos a esas nuevas notaciones o sistemas de representaci¨®n, que no hemos conseguido aprender esos nuevos lenguajes artificiales ni enmendar con ellos las carencias de los naturales, y que incluso las m¨¢s sofisticadas propiedades de la f¨ªsica cu¨¢ntica s¨®lo son para nosotros imaginables cuando las traducimos, como m¨ªnimo, a los t¨¦rminos de la mec¨¢nica cl¨¢sica. Como en tantas otras ocasiones, Wittgenstein, con la terrible ingenuidad de sus apotegmas, dio en el clavo al protestar contra la arrogancia de sus colegas cuando repudiaban el ¡°lenguaje ordinario¡±, denunciando en ese rechazo la ilusi¨®n de un ¡°lenguaje extraordinario¡± que nadie ha encontrado ni encontrar¨¢ nunca, porque no tenemos m¨¢s lenguaje que el ordinario, porque la m¨²sica o la matem¨¢tica son lenguaje (es decir, son maravillosos mecanismos del lenguaje), pero no son un lenguaje distinto del lenguaje, ya que no hay para nosotros una alternativa al lenguaje m¨¢s all¨¢ de ¨¦l, y es s¨®lo en sus m¨¢rgenes en donde brillan los teoremas y las demostraciones, los ritmos y las armon¨ªas.
Pero los fil¨®sofos modernos estaban en lo cierto al notar que el lenguaje es el elemento de la confusi¨®n y del enga?o. Lo que nosotros hemos aprendido entretanto es que tambi¨¦n es el elemento del entendimiento y de la certidumbre, y que cualquier intento de librarnos definitivamente de sus peligros es un camino seguro para renunciar a la posibilidad, aunque sea improbable, de encontrar en la intransigencia de sus leyes un lugar, entre el retorcimiento que los hombres imponen a las palabras y la rigidez que las cosas exigen de ellas, para la verdad y para la dignidad.
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