Pieles rojas contra el K¨¢iser
Los nativos norteamericanos lucharon en la I Guerra Mundial bajo el mando de EE UU y Canad¨¢
Al margen de la aparente uniformidad que provocaron el fango, la sangre y el miedo en las trincheras,?la I Guerra Mundial vio desfilar una serie de abigarrados contingentes m¨¢s o menos ex¨®ticos, venidos de los rincones de los imperios en liza, que pusieron una nota de rom¨¢ntica aventura en aquella carnicer¨ªa. Figuraban entre esas tropas pintorescas los espah¨ªes argelinos, vistosos jinetes del desierto con capas y turbantes; la animosa y vociferante caballer¨ªa australiana con sus sombreros de ala ancha bush hat, los gurkas, o los fusileros de Kumaon, venidos a los campos de Flandes desde las estribaciones himalayas ¡ªy uno de cuyos mandos era el coronel Jim Corbett, el valiente cazador que mat¨® al c¨¦lebre leopardo devorador de hombres de Rudraprayag¡ª. ?Y tambi¨¦n hab¨ªa guerreros sioux!
Efectivamente, entre esos combatientes inesperados est¨¢n los miles de nativos norteamericanos de todas las tribus ¡ªsioux, apaches, cheyenes, kiowas, comanches, sem¨ªnolas, iroqueses¡ª que desenterraron el hacha de guerra contra el K¨¢iser y pelearon bajo las banderas de EE UU y Canad¨¢. Personajes como el bravo Fred Caballo R¨¢pido, sioux de la reserva de Rosebud, en Dakota del Sur, cuyo padre hab¨ªa luchado contra los cuchillos largos de Custer y que qued¨® inv¨¢lido a resultas de un ataque de la artiller¨ªa alemana en el Argonne. O como el winnebago Jim Green Grass que nada m¨¢s llegar al frente se irgui¨® en el parapeto de la trinchera y lanz¨® dos poderosos gritos de guerra desafiantes, contestados inmediatamente por el enemigo con una lluvia de bombas. ¡°Quer¨ªa mostrar a los alemanes que estaba ah¨ª y era un gran guerrero¡±, explic¨® su camarada Sam Thundercloud en el responso.
En la peripecia de esos luchadores indios ¡ªv¨¦ase North american indians in the Great War (2007), de la antrop¨®loga Susan Applegate, publicado (qui¨¦n sino) por la Universidad de Nebraska¡ª es como si pas¨¢ramos sin soluci¨®n de continuidad de El ¨²ltimo mohicano o Bailando con lobos a Senderos de gloria y Sin novedad en el frente. El brillo de las historias de Fenimore Cooper, Karl May o James Curwood ti?e, volvi¨¦ndola muy singular, la experiencia b¨¦lica de los pieles rojas entre el gas, las alambradas y las trincheras. Combatieron en todas las armas, aunque m¨¢s en infanter¨ªa (hubo algunos en aviaci¨®n, como el sioux oglala James Sears, pero no llegaron a volar en combate; e incluso uno fue tripulante de globo de observaci¨®n, el choctaw Preston Hudson). Los pawnees, sin que se sepa el porqu¨¦, resultaron ser muy buenos con los morteros. Fueron en general, estando como estaban muchas tribus embebidas de tradici¨®n de combate (¡°me alist¨¦ porque mi pueblos somos guerreros¡±, adujo Caballo R¨¢pido), magn¨ªficos soldados, que destacaron por su arrojo y por su habilidad militar, como prueban las numerosas menciones y condecoraciones que recibieron. Pelearon en cierta medida a su manera, especialmente como exploradores, correos de primera l¨ªnea (Sam Little Soldier o el arickara Joe Young Hawk) y francotiradores. Se les acreditaba una natural predisposici¨®n para el camuflaje, el sigilo, la orientaci¨®n, la incursi¨®n y el tiro.
Entre un 3% y un 5% de los nativos caus¨® baja frente a un 1% de sus camaradas
De hecho, uno de los mejores francotiradores aliados de la contienda fue el ojibwa Francis Pegahmagabow, Peggy, del primer batall¨®n de infanter¨ªa canadiense, un sargento York con plumas que luch¨® en Ypres, el Somme y Passchendale, nada menos, y al que se le atribuyen ¡ªaunque no hay registro oficial¡ª hasta 378 alemanes, v¨ªctimas de su rifle de precisi¨®n (que sin duda no se llamaba Silberb¨¹chse, como el de Winnetou). ?L¨¢stima que no lo hubiera tenido en sus filas Nube Roja para atacar Fort Laramie! El certero indio fue tambi¨¦n un gran mensajero y un inigualable scout y merodeador en el laberinto de las trincheras enemigas y la tierra de nadie (es curioso pensar que en un golpe de mano pudo encontrarse con J¨¹nger: el indio le habr¨ªa acaso abierto con su pala como si fuera un tomahawk la cabeza al escritor y stormtrooper al grito de ?toma tempestades de acero!). Pegahmagabow, que no se separaba de su tradicional bolsita de poder, con talismanes, hizo 300 prisioneros y gan¨® la Medalla Militar tres veces, y lo que es m¨¢s fuerte: volvi¨® vivo ¡ªpara convertirse en jefe tribal y luchar por los derechos indios¡ª.
Aunque sometidos a la disciplina, el uniforme y el equipamiento del ej¨¦rcito (y el dr¨¢stico corte de pelo ¡ªyo en cambio escribo esto en Formentera con felices gre?as de oglala y una bandana que me da un aire a lo Cochise¡ª), los indios a veces hac¨ªan gala de las formas tradicionales de lucha de sus ancestros. Hay varios casos de soldados nativos (el sioux Walter Strongheart) que atacan las ametralladoras alemanas de frente con gran coraje como si arremetieran contra una patrulla del S¨¦ptimo de Caballer¨ªa, o (el cherokee Ute Crow) arrancan las bayonetas de las manos de los enemigos y las dirigen contra estos. Joseph Oklahombi, un choctaw, recibi¨® la Croix de Guerre de manos del mism¨ªsimo Petain por tomar una posici¨®n alemana y hacer 171 prisioneros apuntando luego los ca?ones capturados contra el enemigo y mantenerse fuertes cuatro d¨ªas en el emplazamiento a pesar de los continuos ataques con artiller¨ªa y gas. Por cierto fueron choctaws del 142? regimiento de Infanter¨ªa de EE UU los primeros en usar los enrevesados lenguajes indios para servir como Code Talkers, codificadores de mensajes radiof¨®nicos, precediendo a los c¨¦lebres navajos de la II Guerra Mundial. Tuvieron que inventarse algunas palabras: ametralladora era ¡°peque?o ca?¨®n que dispara r¨¢pido¡±.
Se produjeron tambi¨¦n algunos episodios siniestros de vieja crueldad tribal (para la cual en realidad no hac¨ªa falta ser indio). El apache Emilio Areilo testimoni¨® que hab¨ªa alineado a cinco prisioneros alemanes en las cercan¨ªas de Verd¨²n y disparado a sangre fr¨ªa sobre dos de ellos tras efectuar una danza de guerra. El choctaw Jesse Lewis explic¨® como mat¨® a otros dos que se hab¨ªan rendido solo despu¨¦s de agotar las municiones de su ametralladora, los muy listos. ¡°Ten¨ªan mucho miedo a los indios. Uno de ellos hablaba ingl¨¦s, y dijo: ¡®Indios verdaderos americanos, indios grandes hombres, nosotros mucho miedo de indios, puedo luchar contra franceses e ingleses, pero no quiero luchar contra americanos¡±. La perorata no le sirvi¨® de mucho al soldado alem¨¢n ¨¦mulo de Old Shatterhand y seguramente lector de Prisioneros de los oglalas. El sargento ponca Richard Hinman liquidaba siempre a los prisioneros, indefectiblemente con la bayoneta. ¡°Me he alistado para matar alemanes¡±, arg¨¹¨ªa. El sargento sioux James H. Crowe se enfrent¨® a una posici¨®n de ametralladoras en los bosques de Aronnge el 27 de septiembre de 1918 y consigui¨® reducirlas y capturar a los servidores. Entonces el guerrero se abalanz¨® sobre ¡°un huno grande¡±, lo lanz¨® al suelo y ?trat¨® de escalparlo para hacerse con su cabellera! ¡°Pero mis camaradas me lo impidieron, as¨ª que lo dej¨¦ ir¡±. Probablemente no habr¨ªa sido un gran trofeo visto el corte de pelo prusiano. El episodio recuerda la escena de Leyendas de pasi¨®n (1994), una de las pocas que mezcla Primera Guerra Mundial y guerra india, en la que Tristan Ludlow (Brad Pitt), criado por un indio, a fin de vengar la muerte de su hermano mata y escalpa a dos artilleros alemanes y se cuelga sus cabelleras al cuello, para horror de sus camaradas.
El recorrido de las tipis a las trincheras (por utilizar el t¨ªtulo que le dio a la experiencia Joseph K. Dixon, que recopil¨® los testimonios de los veteranos), o de las praderas y los bosques a los arduos predios de los obuses lo hicieron 12.000 indios norteamericanos (mil de ellos sioux) ¡ªaunque no todos estuvieron en el frente¡ª, muchos de los cuales ni siquiera eran oficialmente ciudadanos de EE UU o Canad¨¢. Algunos incluso estaban considerados todav¨ªa indios hostiles: entre los que se enrolaron figuran dos apaches chiricahuas que a¨²n ten¨ªan el estatus de prisioneros de guerra. Los indios sufrieron un porcentaje de bajas muy alto (entre el 3% y el 5%), superior al de sus camaradas blancos (1,16%), lo que se explica tanto por su ardor guerrero como por la peligrosidad de las misiones que se les encomendaron, y que nunca eran reacios a presentarse voluntarios. En total murieron unos 600. Aparte de los ca¨ªdos en acci¨®n fueron numerosos los que murieron de enfermedades como neumon¨ªa o gripe. El propio Foch reconoci¨® la aportaci¨®n india a la victoria aliada acudiendo el 28 de noviembre de 1921 ¡ªy mira que tendr¨ªa cosas que hacer el mariscal¡ª a una ceremonia en la reserva crow en la que fue investido jefe honor¨ªfico de la tribu, penacho incluido.
Luch¨¦ para que los alemanes no hicieran lo que hizo con nosotros el hombre blanco
Tambi¨¦n se enrolaron algunas mujeres: Tsianina Pluma Roja, una india creek fue al frente a cantar para los soldados ¡ªno creo que les cantara Soldier Blue¡ª, y la cherokee Anne Ross ayud¨® como cantinera, mientras que otras pocas trabajaron de enfermeras. No solo sostuvieron el esfuerzo de guerra los que marcharon al frente: los indios de casa suscribieron bonos de guerra por valor de 15 millones de d¨®lares (de entonces) con gran patriotismo, entre ellos la viuda y los hijos de Ger¨®nimo. El viejo jefe ?guila Caballo vestido con toda la pompa de los indios de las praderas actu¨® como vistoso agente de reclutamiento.
?Por qu¨¦ se alistaron tan masivamente los indios (20% o 30% de los hombres mientras que los blancos solo lo hicieron en un 15%), esos nativos, ¡°vanishing race¡±, a los que se consideraba inferiores y cuyos abuelos y padres hab¨ªan sufrido las crueldades de las Guerras Indias, para combatir en la lejana Big Fight de los blancos? Aparte de las respuestas m¨¢s simplistas como la de que ¡°ning¨²n buen indio se perder¨ªa una lucha¡± (jefe Joseph Cloud) y ¡°quer¨ªa matar a los damned boches¡± (Young Eagle), las ganas de aventura, el viejo esp¨ªritu guerrero de algunas tribus, el prestigio del servicio militar o el objetivo de escapar a una vida m¨ªsera, influy¨® mucho ¡ªseg¨²n los testimonios¡ª la voluntad de reivindicarse como verdaderos estadounidenses o canadienses leales y la esperanza (malograda) de lograr a la vuelta un trato mejor para ellos y sus gentes. En EE UU muchos de los indios que marcharon a Francia se hab¨ªan educado en las escuelas obligatorias del Gobierno que los alejaban de sus ra¨ªces, persegu¨ªan asimilarlos y los imbu¨ªan de patriotismo y esp¨ªritu militar. Algunas respuestas a la pregunta de por qu¨¦ combatieron tienen miga: ¡°Luch¨¦¡±, escribi¨® un veterano, ¡°para que los alemanes no hicieran al mundo lo que el hombre blanco nos hizo a los indios¡±. ?How!
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