Un nuevo romanticismo
'Ocho apellidos vascos' rescata las vistas de Zumaia y Getaria, las colinas verdes, el mar azul
Era tiempo de cerezas, verano de 1955, cuando Orson Welles puso sus c¨¢maras en Etxalar, Ziburu y otros lugares del Pa¨ªs Vasco con el objeto de realizar un documental que le hab¨ªa encargado la BBC para la serie Around The World. Uno de sus protagonistas, que Orson Welles interroga y convierte en narrador, es un muchacho estadounidense que dice llevar siete de sus once a?os viviendo entre vascos, Chris Wertenbaker. Explica, subido precisamente a un cerezo, las diferentes modalidades del jai-alai o pelota, el juego que, casi constantemente, muestran las im¨¢genes. Hablar¨¢ luego, en diferentes momentos, de los bailes, las canciones y otros elementos de la vida vasca.
El documental, The Land of The Basques (La tierra de los vascos), posee la misma luz y el mismo sol que hace madurar a las cerezas, y conforma un retrato encantador. Encantan los caser¨ªos solitarios, las peque?as iglesias de torre puntiaguda, los frontones abiertos, los vallecitos y las colinas que, a pesar de ser el documental en blanco y negro, se adivinan verdes, de tots els colors del verd, que dir¨ªa Raimon. M¨¢s encantadoras resultan a¨²n las personas: el pastor que, en perfecto ingl¨¦s, explica sus vivencias como emigrante en Estados Unidos; la due?a de un restaurante que, durante la ocupaci¨®n alemana, escond¨ªa en el s¨®tano a los pilotos ingleses derribados; el ni?o que, tambi¨¦n durante la ocupaci¨®n alemana, fue torturado para que diera informaci¨®n sobre las actividades de su padre, miembro de la Resistencia (¡°pero no habl¨®¡±, dice Orson Welles, ¡°porque los vascos no delatan¡±); el cura que se mueve de un lado a otro del front¨®n y golpea la pelota con br¨ªo, haciendo volar los faldones de la sotana; la mujer madura (¡°es la vendedora de cacahuetes¡±, explica Chris Wertenbaker) que baila un fandango en la plaza con expresi¨®n risue?a.
Orson Welles pregunta a la madre de Chris Wertenbaker, Lael Tucker, escritora, antigua corresponsal del Times en Berl¨ªn, por la raz¨®n de vivir en Ziburu, far away, ¡°lejos¡±. Ella habla de la belleza del paisaje y de la excepcional personalidad de las gentes: ¡°Piensan que nada les puede ocurrir. Poseen una suerte de dignidad, de orgullo¡±. Orson Welles se interesa a continuaci¨®n por el eskuara o euskera, la ¡°misteriosa lengua¡±, y Lael Tucker explica las dos versiones sobre su posible origen. Seg¨²n una de ellas, ser¨ªa la lengua de Dios; seg¨²n la otra, la del diablo.
Lo que se predica y muestra en el documental de Orson Welles es lo com¨²n, la doxa, el estereotipo que alimenta casi todos los discursos sobre las gentes y el paisaje vascos desde los tiempos de Wilhelm von Humboldt. Para el sabio alem¨¢n, los vascos ¡ªlo dice en sus Apuntaciones sobre un viaje por el Pa¨ªs Vasco en primavera de 1801¡ª son una naci¨®n que, sin mezclarse jam¨¢s con sus vecinos, ha permanecido ¡°en un estado de sencillez de costumbres primitiva¡±, conservando siempre ¡°la peculiaridad de su car¨¢cter nacional y, ante todo, el antiguo esp¨ªritu de libertad e independencia que ya ensalzaban los escritores griegos y romanos¡±. Humboldt alab¨® asimismo, de palabra y obra, aprendi¨¦ndola, la lengua del lugar, y por primera vez en la historia la calific¨® de antigua, ¡°la m¨¢s antigua de Europa¡±. Con alg¨²n que otro aderezo m¨¢s, la versi¨®n acab¨® triunfando y se extendi¨® por medio mundo. Hubo otras versiones, como la que reflejan algunas p¨¢ginas de Robinson Crusoe ¡ªPirineos intransitables, nieves terribles nada m¨¢s salir de Pamplona, osos y lobos por doquier¡ª, o las del Viaje a Espa?a de Te¨®filo Gautier ¡ªversi¨®n arabizante¡ª, pero fueron r¨¢pidamente olvidadas. Olvidadas, igualmente, las zonas del Pa¨ªs Vasco que no pertenec¨ªan al universo rural o primario.
Hilarante y ambiciosa
?Existe el vasco vasco? ?Podemos construir un Robocop de las esencias euskaldunas? Diego San Jos¨¦ y Borja Cobeaga, guionistas de Ocho apellidos vascos, as¨ª lo creen, y si durante d¨¦cadas en Espa?a se han hecho chistes de catalanes, vascos, gallegos, andaluces (sobre todo, leperos), si en la pantalla hab¨ªan funcionado otras visiones ridiculizadoras de los lugares comunes que todo pa¨ªs alberga, llegaba el momento de que el cine espa?ol metiera el dedo en la llaga. A trav¨¦s, eso s¨ª, de ocho t¨®picos, los que acompa?an a Gabilondo (saga ep¨ªtome de la nobleza vasca), Igartiburu (la mujer mujer, que por cierto, ?c¨®mo hay tantas rubias en el Pa¨ªs Vasco?), Urdangarin (apellido que ha cambiado mucho de adjetivaci¨®n en los ¨²ltimos meses), Erentxun (el vasco esconde un alma musical y art¨ªstica), Zubizarreta (otro fornido guardi¨¢n de las esencias), Otegi (la faceta independentista y radical), Argui?ano (el buen comer, humor socarr¨®n, el filetazo con perejil, men¨²s sin fin) y Clemente¡ Ah no, que no contabiliza como apellido vasco. El resultado, una hilarante pel¨ªcula, dirigida por Emilio Mart¨ªnez L¨¢zaro, que se ha convertido en la m¨¢s taquillera de la historia del cine en espa?ol y que es m¨¢s ambiciosa en su texto de lo que a primera vista parece.
Fue Moncho Armend¨¢riz quien, en 1982, film¨® la cr¨®nica de la desaparici¨®n del modo de vida que sustentaba aquel discurso, Tasio, y a ella le siguieron, ahondando en la brecha, La muerte de Mikel (Imanol Uribe, 1984); 27 horas (tambi¨¦n de Moncho Armend¨¢riz, 1987), Ke arteko egunak (1990, Antxon Ezeiza y Koldo Izagirre), o Asesinato en febrero (2001, Eterio Ortega y El¨ªas Querejeta). La imagen anterior se resquebraj¨® en un doble sentido: en primer lugar, porque irrumpi¨® en las pantallas todo lo que Orson Welles y otros no hab¨ªan querido ver, el mundo industrial, el paisaje urbano, los conflictos de la gente que, efectivamente, viv¨ªa a finales del siglo XX, no en el 1801 de Humboldt. En segundo lugar, por el vuelco valorativo que, coincidiendo con la actividad de ETA, se dio en torno a la imagen rom¨¢ntica anterior: desapareci¨® la mirada amorosa o emp¨¢tica, y los vascos dejaron de ser vistos como seres inocentes o ad¨¢nicos; se volvieron ¡ªla parte por el todo, otra vez¡ª fan¨¢ticos y violentos. Surgi¨®, en ese contexto, el paisaje que sustitu¨ªa a las colinas verdes y a los vallecitos, visible en una fotograf¨ªa-icono decenas de veces reproducida: una depresi¨®n monta?osa, un pinar oscuro, casi negro; entre los pinos, hundido en la espesura, un caser¨ªo. Era la nueva versi¨®n dominante, y, al menos en Espa?a, los elementos positivos del universo vasco, las cerezas, quedaron para los documentales tur¨ªsticos
Llegamos as¨ª a nuestros d¨ªas, hasta Ocho apellidos vascos. Se estren¨® m¨¢s dos a?os despu¨¦s del fin de ETA, el pasado mes de marzo, y en el nuevo ambiente, en el aligerado estado de ¨¢nimo que propici¨® dicho final, ha rescatado el humor que en los a?os ochenta emple¨® Juan Carlos Eguillor en sus tiras c¨®micas, ampliado y renovado luego por los creadores televisivos de Vaya semanita o Wazemank; ha rescatado tambi¨¦n ¡ªvuelta al principio¡ª el paisaje y las gentes que bien pod¨ªan figurar en el documental de Orson Welles: vistas de Zumaia, de Getaria, colinas verdes, mar azul. En cuanto a los personajes, ?no es Koldo, el personaje interpretado por Karra Elejalde, un vasco de los de ¡°antes¡±? La extraordinaria recepci¨®n de Ocho apellidos vascos indica que los tiempos han vuelto a cambiar, y que hay lugar para un nuevo romanticismo.
¡°Dame una cereza, que tengo hambre¡±, le dice Orson Welles a Chris Wertenbaker, y el muchacho le lanza la fruta desde la rama en la que est¨¢ sentado. Escena de dudosa veracidad o, si se quiere, escena ¨²nicamente justificada por las necesidades del guion, porque para los ni?os de Ziburu el cerezo deb¨ªa ser un ¨¢rbol prohibido; no por sus frutos, como el manzano del para¨ªso, sino por sus quebradizas y traidoras ramas, causantes de ca¨ªdas y muertes. Dudoso tambi¨¦n, si no falso, el ¨¦nfasis que pone Orson Welles cuando pregunta a Lael Tucker por las razones de vivir tan far away, ¡°tan lejos¡±; al cabo, Ziburu est¨¢ a muy poca distancia de dos famosos centros tur¨ªsticos, Biarritz y San Sebasti¨¢n. Dudosa, por fin, por sesgada, por parcial, la visi¨®n de los vascos de m¨¢s all¨¢ de los Pirineos como luchadores de la Resistencia, porque los hubo tambi¨¦n como Jean Ibarnegaray ¡ªpelotari, diputado, ministro¡ª, vascos que se alinearon con el Gobierno de Vichy y defendieron el III Reich. Nada nuevo, quiz¨¢s, porque la realidad no cabe entera en ninguna representaci¨®n, y todas arrastran, como ganga, materiales que tienen poco de verdad; lo mismo el documental de Orson Welles que todas las pel¨ªculas que sobre el tema vinieron despu¨¦s, incluyendo la ¨²ltima, Ocho apellidos vascos. No hay mal que por bien no venga: la tarea no se acaba, y ser¨¢ necesario seguir creando.
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