El talento y el genio
Ver a Barenboim y Argerich en acci¨®n a cuatro manos es un milagro musical que no se olvida
Pocas propuestas pueden despertar la ilusi¨®n de los mel¨®manos de cualquier rinc¨®n del mundo de forma tan excitante como un encuentro de Martha Argerich y Daniel Barenboim. Si adem¨¢s esa propuesta tiene lugar en la ciudad donde ambos nacieron con s¨®lo un a?o de diferencia ¡ªella en 1941; ¨¦l en 1942¡ª y en un escenario tan cargado de historia como el Teatro Col¨®n, hay que hablar de aut¨¦ntico acontecimiento cultural.
De origen jud¨ªo, ambos tienen ra¨ªces musicales ligadas a la mejor tradici¨®n argentina, representada por el gran Vicente Scaramuzza, que fue maestro del padre de Daniel, Enrique Barenboim, y de Martha: quiz¨¢ esa forma natural de cantar desde el piano proviene de esas ense?anzas, de esa tradici¨®n que les mantiene unidos, aunque desde personalidades musicales muy distintas. Argerich es la pasi¨®n pura, volc¨¢nica, el piano como expresi¨®n natural de sentimientos. Ambos son colosos del piano, pero mientras que ella naci¨® pianista y en el piano encuentra todo lo que necesita para ser feliz haciendo m¨²sica, sola o en compa?¨ªa de otros, Barenboim es un pianista con alma, coraz¨®n y mente de director de orquesta.
Les unen muchas cosas, incluida la atracci¨®n por Espa?a, donde llegaron siendo j¨®venes artistas de la mano de Ernesto Quesada, hist¨®rico promotor y agente de Arthur Rubinstein, al que ambos idolatraban, pero sus carreras son la expresi¨®n de dos tipolog¨ªas de artista muy distintas. Probablemente, como pianista es m¨¢s genial Martha, y por ello mucho m¨¢s imprevisible dentro y fuera del escenario. No es f¨¢cil controlar, ni mucho menos domar el genio en estado puro, con ese punto de exaltaci¨®n que marca la diferencia entre la exhibici¨®n de un talento musical fuera de serie, como sucede con Barenboim en cualquiera de sus facetas art¨ªsticas, y la fuerza imprevisible que late en el interior de Argerich cada vez que se sienta frente a las teclas del piano.
Verlos en acci¨®n a cuatro manos es uno de esos milagros musicales que no se olvidan
No es extra?o, pues, que a lo largo de su carrera, las cancelaciones, los desencuentros, convivan con los triunfos en su agenda. La m¨²sica de c¨¢mara ha sido su refugio natural, la manera de enfrentarse mejor a la presi¨®n, a los temores que marcan la vida de una estrella del piano. Frente a la soledad del recital, siempre ha preferido compartir escenario con artistas como el violonchelista Mischa Maisky y el violinista Gidon Kremer, tocar con pianistas como Stephen Kovacevich, Mikhail Pletnev o Nelson Freire o actuar como solista con grandes orquestas bajo la direcci¨®n de m¨²sicos cercanos, como Charles Dutoit, Claudio Abbado, Riccardo Chailly¡ y de nuevo Barenboim: m¨²sico grande, capaz de planificar al detalle su carrera, multiplicando sus actuaciones, liderando proyectos y aventuras musicales tan fascinantes como la orquesta cuyo sonido hace posible la amistad entre instrumentistas ¨¢rabes y jud¨ªos. Dos artistas de temperamento distinto; extrovertido y gran comunicador Barenboim, siempre dispuesto a conceder entrevistas, todo lo contrario de Martha, que lleva toda la vida huyendo de los focos.
En Buenos Aires, como sucedi¨® en Berl¨ªn el a?o pasado, Beethoven y su primer concierto para piano y orquesta ha sido punto de encuentro natural para dar forma a la gira con la West-Eastern Divan Orchestra. Tambi¨¦n en Berl¨ªn naci¨® la idea de volver a tocar juntos el piano tras d¨¦cadas sin hacerlo. Ciertamente, es Barenboim quien mueve el proyecto, quien logra hacer realidad un encuentro forjado desde el respeto y la admiraci¨®n mutuos. Y Argerich se suma con alegr¨ªa, por el placer de hacer m¨²sica con un querido amigo de la infancia. D¨ªa grande, pues, para la m¨²sica, y no solo para la historia del Col¨®n, sino para la escena internacional: verlos en acci¨®n tocando obras para piano a cuatro manos y dos pianos ¡ªSchubert, Mozart y la explosiva versi¨®n de La consagraci¨®n de la primavera, de Stravinski¡ª es uno de esos milagros musicales que no se olvidan.
Babelia
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