Los grandes nombres salvan al Dreambeach
Cox, Hawtin y otros 'dj' de primera l¨ªnea ofrecen 'sets' brillantes en el festival de Villaricos
Este fin de semana, el Dreambeach ha realizado a medias su pretensi¨®n de afianzarse como festival electr¨®nico de referencia. La asistencia de p¨²blico aument¨® (seg¨²n sus primeros c¨¢lculos, metieron en el recinto a 80.000 personas, frente a las 60.000 del a?o pasado) y los cabezas de cartel ¨Cde primera talla mundial¨C brillaron con luz propia. Sin embargo, una organizaci¨®n a medio gas y un cartel solo medianamente equilibrado dibujaron una segunda edici¨®n un tanto deslavazada del encuentro en Villaricos (Almer¨ªa). La sombra de Creamfields Andaluc¨ªa, su padre en muchos sentidos y que ha tra¨ªdo momentos memorables a los anales del g¨¦nero en Espa?a, es alargada. En cualquier caso, hubo muchas horas de baile y buena m¨²sica, sin incidentes notables que rese?ar.
En las cuatro carpas se combinaron las apuestas seguras de los viejos perros de pelea (Jeff MIlls, Carl Cox, Adam Beyer, Ritchie Hawtin, ?scar Mulero o Paco Osuna) con otras m¨¢s j¨®venes (Zomboy, Krewella, Maya Jane Coles) o comerciales (el laureado Armin van Bureen, elegido cinco veces consecutivas mejor pinchadiscos por la revista Dj Magazine). Una ensalada de estilos que se mov¨ªan entre techno, dubstep o EDM, con un par de incursiones hip-hop (Snoop Dogg y los ingleses I Am Legion) que m¨¢s de uno no termin¨® de entender.
De los m¨¢s de 100 artistas presentes, fueron los mayores los que mejor hicieron los deberes. Buenas atm¨®sferas en sus actuaciones, exceptuando, por poner alguna pega, a un Adam Beyer m¨¢s mon¨®tono y plano de lo habitual. Hawtin no puede evitarlo, su estilo es seco y oscuro, y cuando est¨¢ a los platos se le identifica f¨¢cilmente por el vicio y mimo que pone en cada transici¨®n. Jeff Mills son¨® adictivamente ruidoso y a un ritmo bastante r¨¢pido, bastante acelerado. Tanto Paco Osuna como ?scar Mulero dejaron alto el estandarte patrio en la primera l¨ªnea, con sesiones de la dureza a la que acostumbran.
En cuanto a Snoop Dogg y I Am Legion, parece que el p¨²blico no era el m¨¢s puesto en m¨²sica rap, quiz¨¢ por su muy acusada juventud. Ambas actuaciones sonaron dignas (los ingleses no dieron tregua, a pesar de la desidia del p¨²blico), y Snoop rape¨® parte de su repertorio m¨¢s conocido y un par de versiones, que tampoco avivaron demasiado al respetable, que iba m¨¢s bien a lo suyo.
Con el cierre del festival, de Armin van Bureen, pas¨® algo. O bien la parroquia estaba, a la altura del domingo por la ma?ana, demasiado perjudicada y/o cansada como para poner todo su empe?o, o directamente no trag¨® la propuesta del holand¨¦s. Por eso no protest¨® demasiado cuando la m¨²sica se termin¨® a las nueve menos diez de la ma?ana, cuando deber¨ªa haber durado hasta las nueve y media. El d¨ªa anterior fue distinto.
El closing set del s¨¢bado por la ma?ana, a cargo del siempre animoso Carl Cox, estaba siendo apote¨®sico. Sus bajos de alto octanaje retumbaban en la sala, mientras tiraba asiduamente del delay. Todav¨ªa quedaba una hora larga de diversi¨®n, cuando Cox, jugando durante 20 minutos con el mismo tema, dej¨® ver que se avecinaba el final, haci¨¦ndolo romper hasta seis, siete, ocho, nueve veces, para regocijo de los presentes. Entonces, con la pista poco menos que ardiendo y a cincuenta minutos del final previsto, silencio. Los aplausos fueron al segundo sustituidos por una sonora pitada que a esa hora pod¨ªa sonar a mot¨ªn, y que las explicaciones de la organizaci¨®n no consiguieron acallar.
La polic¨ªa hab¨ªa avisado de que hab¨ªa que desalojar el recinto. No es que hubiera problemas con el sonido, o que hubiera pasado alg¨²n incidente grave. Cumpl¨ªan simplemente con el protocolo de actuaci¨®n que desde el Ayuntamiento se hab¨ªa preparado con motivo del festival, que inclu¨ªa un horario estricto para empezar con las tareas de limpieza y acondicionamiento. El que las horas de los conciertos y las del protocolo no fuesen compatibles fue culpa de la organizaci¨®n, como ellos mismos reconocen. Evidentemente, algo falla cuando un festival tiene que parar la m¨²sica antes de lo que marca el plan.
La experiencia de otros a?os demuestra que el entorno que brinda Villaricos es el ideal para un festival de m¨²sica electr¨®nica. Lo que nunca ha estado tan claro es si lo es para el formato de dos d¨ªas, en lugar del de una sola jornada. Un debate de largo recorrido en el pueblo, que ha acogido ya cinco Creamfields (de un solo d¨ªa) y la primera edici¨®n de Dreambeach, (que tuvo por primera vez dos).
Doblar el tiempo implica acampada. La distancia entre los escenarios y la zona de tiendas de campa?a obliga a caminar un m¨ªnimo de 20 minutos (en el mejor estado de forma) por una estrecha carretera. En el trayecto, sin ninguna iluminaci¨®n, pasa lo acostumbrado en los caminos oscuros anejos a festivales ¨Ctrapicheos, paradas para enfocar una conversaci¨®n trascendental, beber o hacer el amor¨C, pero adem¨¢s, en el caso del Dreambeach pasaba cada cinco minutos uno de los autobuses fletados por la organizaci¨®n para ahorra el paseo a cambio de un euro.
Los vecinos y veraneantes del pueblo echan de menos el formato de un solo d¨ªa. Protestan por la subida de precios durante el fin de semana, por la basura que se acumula y por la cantidad de festivaleros que, sea por no pagar el suplemento de camping en la entrada (20 euros), sea por no llegar hasta all¨ª, tiran la esterilla en una acera sombr¨ªa o en la playa y se duermen ah¨ª. Tambi¨¦n a?oran el p¨²blico de anta?o, de mayor edad media. "A estos los miro y los veo mal, muy mal", afirmaba desde su terraza una sexagenaria mientras se?alaba a dos j¨®venes que roncaban en el suelo.
En definitiva, el segundo Dreambeach tuvo, en principio, virtudes suficientes para soportar la comparaci¨®n con otros eventos similares de su entorno, como Monegros, los portugueses Boom y Optimus o el ya extinto Creamfields. Pero algo fall¨®. Queda por ver si se puede solucionar en ediciones venideras. Aunque solo sea porque grandes momentos como los de este fin de semana no se vean empa?ados.
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