?rase una vez el fin
El poder de la literatura se erige frente al dolor de la ausencia Repasamos grandes libros escritos despu¨¦s del desgarro
Escritos dos meses despu¨¦s, o dos a?os m¨¢s tarde, o al pie de la cama donde yace la carne querida. Amparados en la piedad de las elipsis, o repletos de detalles drenados al recuerdo. Bajo la forma de diarios, de ep¨ªstolas, de canciones de cuna con ardiente error de paralaje. Erizados de esquirlas de un incendio que no cesa. Hijos de un g¨¦nero al que nadie querr¨ªa dedicarse. Libros. Libros que cuentan el fin (la muerte del padre, el tormento del hijo, la agon¨ªa tapizada de metotrexato) y que, para contar el fin, deben empezar por el principio. Y, para empezar por el principio, hay que recordar.
Y recordar duele.
¡°Tu hijo ha muerto y debes empacar una maleta para viajar hasta donde te espera su cad¨¢ver. Y lo haces. Alguien te ayuda, dice un pantal¨®n negro, dice es mejor meter los zapatos en una bolsa¡±, escribe la colombiana Piedad Bonnett en Lo que no tiene nombre (Alfaguara).
¡°Me sigo preguntando c¨®mo se escribe eso¡±, dice Piedad Bonnett desde su casa en Bogot¨¢. ¡°Por momentos me digo: ¡®?Qu¨¦ ser humano soy yo, que soy capaz de eso?¡¯. Cuando tuve la idea de escribir este libro me escandalic¨¦, me aterroric¨¦. ?C¨®mo puede ser que a los dos meses de la muerte de Dani yo estuviera pensando en escribir esto?¡±.
Lo que no tiene nombre empieza con una escena inocente: Bonnett, sus hijas y su marido entran a un departamento en el que parecen haber estado antes. En la segunda p¨¢gina, Bonnett escribe: ¡°Me pregunto qu¨¦ sucedi¨® aqu¨ª en los ¨²ltimos veinte minutos de vida de Daniel¡±. Dos p¨¢rrafos despu¨¦s, una pareja de vecinos pregunta si son parientes del estudiante que se mat¨® ayer. Y as¨ª, de una manera lateral, el lector entiende que la autora est¨¢ en el departamento de su hijo, y que su hijo se ha suicidado. M¨¢s adelante, Bonnett describe la conversaci¨®n con una funcionaria que chequea datos para proceder a la donaci¨®n de los ¨®rganos:
¡ªLa piel de la espalda.
¡ªS¨ª.
¡ªLos huesos de las piernas.
¡ªS¨ª.
¡°Y Daniel, mi hijo entra?able, el muchacho de labios carnosos y piel bronceada, se fue deshaciendo con cada palabra m¨ªa¡±.
¡°Llor¨¦ muchas veces mientras escrib¨ªa esa escena. Y dud¨¦: ?debo escribir esto? Pero yo creo que la vida es f¨ªsica, y era tan contundente ese despedazamiento. Mientras escrib¨ªa, tuve que tomar miles de peque?as decisiones narrativas, y esa fue mi salvaci¨®n¡±.
Algunos queremos reconquistar el territorio que saquean los gur¨²s y depredadores de lo cursi¡±, opina Sergio del Molino
Para reconstruir las horas que precedieron al suicidio, Bonnett averigu¨®, junt¨® las piezas: a tal hora, Daniel habl¨® con su hermana, a tal otra subi¨® a la terraza. Y eso, duro como fue, no lo fue tanto como reconstruir los padecimientos previos a la muerte.
¡°Yo hab¨ªa lidiado diez a?os de incertidumbre, por su enfermedad. Todav¨ªa hoy, cuando dicen ¡®su hijo esquizofr¨¦nico¡¯¡ La gente tiene la idea de la esquizofrenia como ¨²ltimo estado de locura, y eso me duele. Fue muy duro escribir eso, era una confesi¨®n muy dura¡±.
La palabra esquizofrenia aparece poco en el libro de Bonnett. Quiz¨¢s porque escribir la vida ¡ªcontar todo lo que hubo para contar todo lo que se perdi¨®¡ª es m¨¢s dif¨ªcil que escribir la muerte.
***
La lista es larga y podr¨ªa ser interminable. A El libro de mi madre, de Albert Cohen (1954); Una muerte muy dulce (1964) y La ceremonia del adi¨®s (1981), de Simone de Beauvoir; Una pena en observaci¨®n, de C. S. Lewis (1961); Desgracia impeorable, de Peter Handke (1972); Mortal y rosa, de Francisco Umbral (1975); La invenci¨®n de la soledad, de Paul Auster (1982); Mi madre, in memoriam, de Richard Ford (1988), podr¨ªan sumarse t¨ªtulos recientes, varios de ellos con ventas importantes y muchas reediciones, como La rid¨ªcula idea de no volver a verte (2013), de Rosa Montero; Tiempo de vida, de Marcos Giralt Torrente (2010); El olvido que seremos, de H¨¦ctor Abad Faciolince (2006); Lo que no tiene nombre, de Piedad Bonnett (2013); La hora violeta, de Sergio del Molino (2013); Di su nombre, de Francisco Goldman (2011); Canci¨®n de tumba, de Juli¨¢n Herbert (2011); Memorias de una viuda, de Joyce Carol Oates (2011); Un mar de muerte, de David Rieff (2008); Mi libro enterrado, de Mauro Libertella (2013); Ojal¨¢ octubre, de Juan Cruz Ruiz (2007); Diario de un duelo, de Roland Barthes (escrito entre 1977 y 1978, publicado en 2009); Mi abuela, Marta Rivas Gonz¨¢lez, de Rafael Gumucio (2013); El a?o del pensamiento m¨¢gico (2005) y Noches azules (2011), de Joan Didion. Libros que se internan en recuerdos tristes ¡ªel rastro del cuerpo del ni?o en las s¨¢banas vac¨ªas, las huellas de los dedos de la mujer en el envase de champ¨²¡ª para hacer, de una pesadilla, una pieza de literatura.
¡°La actual renovaci¨®n de un g¨¦nero durante mucho tiempo vilipendiado, el memoir de duelo, es quiz¨¢s un s¨ªntoma de que algunos escritores queremos reconquistar el territorio que ahora saquean los gur¨²s y los depredadores de lo cursi¡±, escrib¨ªa el espa?ol Sergio del Molino en Babelia en mayo de 2013. Del Molino, autor de La hora violeta (Random House), naci¨® en 1979. Eso quiere decir que era muy joven cuando tuvieron lugar los acontecimientos que dieron origen a este libro, que comienza as¨ª: ¡°Mi hijo Pablo ten¨ªa diez meses cuando ingres¨® en el hospital, y estaba a punto de cumplir dos a?os cuando arrojamos sus cenizas¡±.
¡°Durante ese tiempo yo tomaba notas sueltas¡±, dice Del Molino, desde Zaragoza. ¡°Mi mujer me dijo: ¡®Tienes que escribir un libro sobre esto, escribir es tu forma de estar en el mundo¡¯. Si ella no me hubiera animado, yo hubiera sentido pudor. El reto era que el texto no se me fuera de las manos en clave melodram¨¢tica¡±.
Despu¨¦s de aquel principio, el libro retrocede hasta el momento en que los m¨¦dicos diagnostican la leucemia y, a partir de entonces, avanza en una trama pudorosa, falsamente expl¨ªcita: ¡°He aprendido a sostener a Pablo en brazos sin que se obstruyan los muchos cables a los que est¨¢ conectado. Los cirujanos le han instalado un reservorio en una vena del pecho y las enfermeras le pinchan en un botoncito que sobresale bajo su piel amarillenta y descuidada¡±.
¡°Cualquiera que haya estado en ese universo de la oncolog¨ªa pedi¨¢trica sabe que es mucho peor de lo que yo cuento. Pero hab¨ªa cosas que no estaba dispuesto a contar¡±.
Piedad Bonnett: ¡°Cuando tuve la idea de escribir el libro me escandalic¨¦, me aterroric¨¦. ?C¨®mo pod¨ªa pensar en eso?¡±
Sobre el final, Del Molino, por obra de una elipsis, evita contar la muerte del hijo. S¨®lo dice: ¡°Si Pablo fuera mi personaje, no habr¨ªa muerto¡±.
¡°Yo necesitaba que el libro fuera sobrio y contenido. Y no hay una manera de narrar de forma sobria y contenida la muerte de un ni?o¡±.
***
¡°Mi libro en realidad no es un libro de duelo¡±, dice Rosa Montero. ¡°Yo no hubiera escrito sobre la muerte de Pablo si no hubiera surgido este libro, que habla de la muerte como contrapunto de la vida¡±.
En La rid¨ªcula idea de no volver a verte (Seix Barral), Rosa Montero cuenta la vida de Madame Curie a partir de un diario que empez¨® al quedar viuda. La experiencia personal de Montero ¡ªsu marido, el periodista Pablo Lizcano, falleci¨® en 2009¡ª aparece en pocas escenas, ¨ªntimas y discretas. En un momento, ella y ¨¦l est¨¢n en el hospital: ¡°Imag¨ªnate esa habitaci¨®n de hospital en penumbra, los niquelados brillando con un destello oscuro como de nave espacial (¡), la soledad infinita¡±. ?l abre los ojos y dice dos palabras: un c¨®digo de enorme intimidad. Y, punto y seguido, Montero desbarata cualquier sensibler¨ªa: ¡°Lo que acabo de hacer es el truco m¨¢s viejo de la humanidad frente al horror. La creatividad es justamente esto: un intento alqu¨ªmico de transmutar el sufrimiento en belleza¡±.
¡°Es un dolor que siempre queda en la zona de lo indecible. Pero se puede hablar de ese dolor, y de lo bello que hay en ese dolor. Creo que esa es la funci¨®n del arte: convertir carbones en diamantes¡±.
Hundir palabras en el dolor para que su materia terrible suelte esquirlas luminosas, astillas de una ¨²ltima, posible, herida belleza.?
***
¡°Recuerdo la manera en que pronunciaba Frank cuando est¨¢bamos solos y c¨®mo enciende mi coraz¨®n. Puedo escucharlo y sentirlo en mi interior, es casi un graznido suave acariciado por labios espl¨¦ndidos, una vocal poco cargada que flota en su aliento hasta pasar la n y luego chasquea levemente la k. Pero en su escritura, en sus correos electr¨®nicos, siempre me llamaba Paco¡±. La escritora mexicana Aura Estrada muri¨® el 25 de julio de 2007, despu¨¦s de que una ola, en una playa del Pac¨ªfico, le produjera heridas irreparables. Su marido, el escritor estadounidense Francisco Goldman, se hundi¨® en un proceso enloquecido ¡ªdemasiado alcohol, demasiado sexo¡ª y, seis meses despu¨¦s, empez¨® a escribir. El resultado es Di su nombre (Sexto Piso), donde Goldman expone el cu¨¢ndo y el qu¨¦ desde la primera frase ¡ª¡°Aura muri¨® el 27 de julio de 2007¡±¡ª, pero no dice el c¨®mo hasta el final, cuando los dos entran al mar y s¨®lo uno de ellos sale sano y salvo.
¡°Este libro fue escrito desde un trauma total¡±, dice Goldman, desde EE UU. ¡°Despu¨¦s de su muerte yo fui diagnosticado con el s¨ªndrome de estr¨¦s postraum¨¢tico, y en medio de eso empec¨¦ a escribir. Cada hombre tiene su oficio. Si yo hubiese sido m¨¦dico, hubiera pasado un tiempo como loco, pero al final hubiera vuelto a trabajar. En mi caso, escribo. Mi deber era sentarme y escribir. Y no ten¨ªa ninguna otra cosa acerca de la cual escribir que no fuera Aura¡±.
Mauro Libertella es argentino, periodista, y en 2013 escribi¨® Mi libro enterrado (Mansalva), donde cuenta la muerte de su padre ¡ªH¨¦ctor Libertella, un escritor de culto en Argentina¡ª y empieza, como si la honestidad desde el arranque fuera imprescindible (¡®A partir de aqu¨ª, monstruos¡¯, advierte el t¨ªtulo del cap¨ªtulo que abre La hora violeta), yendo al grano: ¡°Mi padre muri¨® hace cuatro a?os, un mediod¨ªa de octubre, en su departamento de dos ambientes en el que ahora vivo yo¡±.
¡°La creatividad es justamente eso: un intento alqu¨ªmico de transmutar el sufrimiento en belleza¡±, dice Montero
¡°Cuando muri¨® sent¨ª que ten¨ªa ganas de escribir algo sobre eso. Empec¨¦ a leer libros sobre la muerte del padre y pens¨¦ en escribir un libro de ensayos, alternando cap¨ªtulos con mi propia experiencia. Pero no sal¨ªa. Y un d¨ªa anot¨¦ quince escenas que me interesaba contar de la muerte de mi viejo y de mi relaci¨®n con ¨¦l. Y las fui escribiendo una por una¡±.
¡ª?Tomaste apuntes mientras tu padre estaba enfermo?
¡ªNo me acuerdo. Si me ven¨ªan ideas, supongo que habr¨¦ tratado de aplacarlas. Porque me debe haber parecido irrespetuoso tomar notas mientras ¨¦l estaba vivo.
?Antes, despu¨¦s, durante: en qu¨¦ momento alguien se dice ¡°amor parti¨® y todo fue dolor, y ahora escribir¨¦ sobre su muerte¡±? H¨¦ctor Abad Faciolince esper¨® veinte a?os, desde 1987, para contar el asesinato de su padre en El olvido que seremos (Planeta). En Tiempo de vida (Anagrama), Marcos Giralt Torrente dice que hab¨ªa pensado en este libro antes de que fuera decoroso tomar notas para ¨¦l. ¡°Durante meses, mientras mi padre se apagaba delante de m¨ª, supe que escribir¨ªa de nosotros¡±, recuerda. El 24 de octubre de 1977, Roland Barthes perdi¨® a su madre y el 25 escribi¨® su primera entrada en Diario de duelo. Extremando el m¨¦todo, el mexicano Juli¨¢n Herbert empez¨® a tomar notas al pie de la cama de su madre cuando, en 2008, fue internada con un diagn¨®stico de leucemia. En Canci¨®n de tumba, el libro que result¨® de esa experiencia, se pregunta: ¡°?Y si mam¨¢ no muere? ?Valdr¨¢ la pena haber dedicado tantas horas de desvelo junto a su cama, un estricto ejercicio de memoria, no poca imaginaci¨®n, cierto decoro gramatical; valdr¨¢ la pena este archivo de Word si mi madre sobrevive a la leucemia?¡±.
¡°Empec¨¦ a escribir antes de que se muriera, eso fue lo m¨¢s gravoso¡±, dice Rafael Gumucio, desde Chile. ¡°Necesitaba un final para el libro. Y el final era que mi abuela se muriera¡±.
En 2013, Gumucio public¨® Mi abuela, Marta Rivas Gonz¨¢lez (Ediciones Universidad Diego Portales), que cuenta la vida de su abuela y su relaci¨®n con ella hasta el d¨ªa de su muerte. ¡°Me entrenaba, me aleonaba, pero cuando empezaba la pelea abandonaba mi rinc¨®n (¡). Porque en su desprecio por lo que yo escrib¨ªa hab¨ªa ante todo preocupaci¨®n, temor a verme hecho polvo (¡), quer¨ªa ahorrarme todo eso porque no era su pupilo, ni su alumno, ni su aprendiz de brujo: era su nieto¡±.
¡°Mi abuela ten¨ªa 93 a?os y yo estaba desesperado porque se muriera pronto para poder terminar. Pens¨¦ que estaba preparado para su muerte, porque hac¨ªa a?os que ella hab¨ªa perdido la cabeza. Y lo sorprendente fue que cuando muri¨®, en 2008, me afect¨® much¨ªsimo. La culpa y la dificultad del material hicieron que me desmoronara. Y termin¨¦ por publicar el libro cinco a?os despu¨¦s¡±.
El proceso de escritura da sentido a todo lo que parece no tenerlo, pero, a la vez, exige chapotear en fango de dolor. Es probable que, del malestar que esa tensi¨®n produce, provenga una curiosa simetr¨ªa: Una pena en observaci¨®n, de C. S. Lewis, tiene 103 p¨¢ginas; Mi libro enterrado, de Mauro Libertella, 77; Lo que no tiene nombre, de Piedad Bonnett, 131; Noches azules, de Joan Didion, 150; Mi madre, in memoriam, de Richard Ford, 93. Como si nadie pudiera permanecer en ese territorio demasiado tiempo ¡ªcomo si estas fueran, desde el principio, historias que buscan su final¡ª, casi todos son libros breves.
?***
Un hombre o una mujer se despiertan cada d¨ªa dispuestos a escribir, a arrancar detalles del recuerdo: los mejores momentos de una vida juntos. ¡°Ten¨ªa un espacio entre los dientes superiores y un lunar bajo el lado derecho del labio inferior (¡) Era la chica latinoamericana de mis sue?os, pero diez a?os m¨¢s tarde¡±, escribe Francisco Goldman acerca del momento en que conoci¨® a Aura Estrada. Un hombre, una mujer, se despiertan cada d¨ªa dispuestos a escribir, a arrancar detalles del recuerdo: la punci¨®n medular, los v¨®mitos, los aullidos. ¡°(¡) los doctores en Seattle entraron en su habitaci¨®n para decirle que el trasplante de m¨¦dula hab¨ªa fracasado (¡)¡±, escribe David Rieff en Un mar de muerte (Debate), sobre la muerte de su madre, Susan Sontag. ¡°Mi madre grit¨®: ¡®?Pero esto significa que voy a morir!¡¯. Nunca olvidar¨¦ ese grito, nunca pensar¨¦ en ¨¦l sin querer gritar yo mismo¡±. ?C¨®mo se escribe la muerte: en qu¨¦ estado de lucidez, de horror, de algarab¨ªa?
¡°Ha salido como un torrente¡±, dice Montero. ¡°Lo escrib¨ª en estado de gracia. No hubo momentos tediosos, sino momentos intensos, y momentos m¨¢s intensos todav¨ªa¡±.
¡°El tiempo de la escritura fue un tiempo de luz y de alegr¨ªa¡±, dice Del Molino. Aunque algunas ma?anas acabase llorando y tuviese que abandonar despu¨¦s de haber escrito media p¨¢gina.
¡°?Y si mam¨¢ no muere? ?Valdr¨¢ la pena haber dedicado tantas horas de desvelo junto a su cama?¡±, escribi¨® Juli¨¢n Herbert
¡°Escribir era una manera de no soltarla¡±, dice Goldman. ¡°Estuve tres a?os escribiendo. Fueron a?os de oscuridad total y la ¨²nica luz que exist¨ªa era estar trabajando. La escritura era combatir el abismo¡±.
?C¨®mo se escribe la muerte? ?Azuzando el dolor, punzando sus alas de drag¨®n para que salga entero de su espantosa madriguera? ?Vel¨¢ndolo de manera pudorosa? ¡°Contin¨²a sin cagar pero mea cada veinte minutos (¡) tengo que traer el c¨®modo y meterlo bajo sus nalgas, retirarlo cuando cesa el sonido, limpiar el co?o con un kleenex y vaciar luego los meados en el inodoro¡±, escribe Juli¨¢n Herbert en Canci¨®n de tumba. ¡°Y al cabo de seis semanas estaba muerta. No hay nada excepcional que contar al respecto¡±, escribe en Mi madre, in memoriam, Richard Ford. ?C¨®mo se cuenta la muerte: hay una forma? En 2004, Joan Didion empez¨® a escribir El a?o del pensamiento m¨¢gico (Global Rythm), que comienza diciendo: ¡°No hice cambios en ese archivo desde que escrib¨ª esas palabras en enero de 2004, dos o tres d¨ªas despu¨¦s del suceso¡±. Tensando la cuerda del suspenso por varias p¨¢ginas m¨¢s, sin aclarar de qu¨¦ se trata ese suceso, finalmente aclara: ¡°Hace nueve meses y cinco d¨ªas, aproximadamente a las nueve de la noche del 30 de diciembre de 2003, mi marido, John Gregory Dunne (¡) sufri¨® (¡) un repentino y severo ataque al coraz¨®n que le caus¨® la muerte. Nuestra ¨²nica hija, Quintana, llevaba cinco noches inconsciente en una unidad de cuidados intensivos¡±. En agosto de 2005 su hija tambi¨¦n muri¨®, y Didion volvi¨® a escribir sobre eso en Noches azules (Random House), publicado en 2011.
¡°Mis propias necesidades expresivas me iban diciendo: ¡®Empieza por el final, y genera tensi¨®n¡±, explica Bonnett. ¡°Y me dije que ser¨ªa vergonzoso que me pusiera a hacer una prosa ornamentada con semejante tragedia. As¨ª que lo escrib¨ª bien seco¡±.
¡°En el libro¡±, dice Goldman, ¡°est¨¢n todas las cosas que yo necesito para escribir una novela: patrones, ritmos, climas. Yo quer¨ªa un estilo muy transparente, que no se sintiera vanidoso¡±.
¡°?Tengo derecho a escribir que mi madre y sus hermanos fueron todos, en un momento u otro de sus vidas (o durante toda su vida), heridos, da?ados, desequilibrados?¡±, escribe Delphine de Vigan en Nada se opone a la noche (Anagrama, 2012), un libro presentado como novela en el que escribe sobre su madre despu¨¦s de encontrarla muerta en su departamento.
¡°Es raro, porque la versi¨®n que uno escribe es la que todos van a recordar¡±, dice Gumucio. ¡°Le estoy quitando el derecho a mis primos de ser los portadores de la historia, y todo eso es una culpa. Pero tambi¨¦n siento que si no lo escribiera se perder¨ªa y que la historia de mi abuela puede ser de utilidad para alguien m¨¢s. Pero es una justificaci¨®n que uno inventa, porque el trabajo es ligeramente inmoral¡±.
¡°Yo creo que no tendr¨ªa que dar ninguna explicaci¨®n¡±, dice Piedad Bonnett. ¡°Alguien me dijo: ¡®Escr¨ªbalo, pero ?para qu¨¦ publicarlo?¡¯. Y yo dije que escribo para publicar, esto no es escritura terap¨¦utica¡±.
Y un d¨ªa, finalmente, hay que poner en marcha los relojes, deshacer el hechizo, y escribir the end. ¡°En la medida en que estas notas pudieran suponer una defensa contra el colapso total (¡) han dado alg¨²n resultado (¡); y si no dejo de escribir esta historia en un momento determinado, por caprichoso que sea, no habr¨ªa raz¨®n para que dejara de escribir nunca¡±, escribe C.?S. Lewis en Una pena en observaci¨®n (Anagrama), donde aplica una lente de aumento sobre su duelo despu¨¦s de la muerte de su mujer por un c¨¢ncer ¨®seo.
¡°Uno escribe para no morir, o para que la gente no muera¡±, dice Gumucio. ¡°El resultado de la escritura es parad¨®jico. Yo pude hablar con los muertos, estar con mi abuela los ¨²ltimos cinco a?os. Lo que no pude hacer es que estuviera viva¡±.
¡°Escribes porque est¨¢ en el ADN del escritor¡±, dice Sergio del Molino. ¡°Pero yo dilat¨¦ la escritura para no tener que enfrentarme a la habitaci¨®n vac¨ªa de mi hijo. Para no salir a enfrentar la vida sin Pablo¡±.
¡°(¡) Te nos rompiste, mi amor, y no s¨¦ c¨®mo decirte lo siento¡±, escribe Del Molino. ¡°Y ahora ni siquiera te voy a encontrar aqu¨ª, en la punta de mis dedos, mientras tecleo este libro que no quiero dejar de escribir (¡). No s¨¦ qu¨¦ har¨¦ sin estas p¨¢ginas¡±.
Libros que terminan, quiz¨¢s, por el mismo motivo por el que empezaron: porque no pod¨ªa hacerse otra cosa.
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