La renovaci¨®n de Vila-Matas
El escritor barcelon¨¦s recoge el premio Formentor Se une a nombre como Fuentes, Goytisolo y Mar¨ªas
¡°Eleg¨ª un camino dif¨ªcil. Si veo algo f¨¢cil lo reh¨²yo¡±. Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) confiesa que si escribir no le resulta complicado, se muere de aburrimiento. Precisamente ese ansia de ir m¨¢s all¨¢ y de enfrentarse a lo nuevo le ha convertido en uno de los m¨¢s importantes renovadores de la novela actual, m¨¦rito que le ha llevado a recibir el premio Formentor de las Letras a toda su trayectoria literaria.
La obra de Vila-Matas salta de la novela al ensayo, mezclando ficci¨®n con realidad hasta entremezclarse y derribar las fronteras de ambos g¨¦neros. ¡°Yo no he inventado nada¡±, dice el escritor barcelon¨¦s, que no comparte la idea de que la narrativa est¨¦ en decadencia. ¡°Hay mucho por hacer. Hay que buscar el negativo en la literatura, no est¨¢ todo inventado. Y si lo est¨¢, est¨¢ olvidado¡±. Vila-Matas recibi¨® el premio con la ca¨ªda de la tarde, a la orilla del mar, y en su discurso se?al¨® que se acerca a lo literario ¡°desde la conciencia de que el mundo no es narrable: ¡°Pero, eso s¨ª, no dejo nunca de relatar. No deseo abandonar la escritura sino todo lo contrario¡±.
Autor de obras como La asesina ilustrada, Bartleby y compa?¨ªa. El mal de Montano o Dublinesca, Vila-Matas ha sido traducido a 32 idiomas y ha alcanzado un gran ¨¦xito a nivel internacional, en pa¨ªses como Francia donde est¨¢ considerado uno de los diez grandes de la literatura extranjera. ¡°No soy un resentido, yo eleg¨ª este camino y forma parte de algo coherente¡±, afirma acerca de la trayectoria de su obra en Espa?a y Catalu?a, de las que, opina, tienen que llegar a un acuerdo beneficioso para ambas.
El autor barcelon¨¦s se une a premiados como Fuentes, Goytisolo y Mar¨ªas
La trayectoria de Vila-Matas le lleva a unirse a otros escritores de ¨¦xito, que tambi¨¦n han obtenido este galard¨®n creado en 1961 por Carlos Barral y Camilo Jos¨¦ Cela. En su primera etapa (hasta 1967), recay¨® en autores como Jorge Luis Borges, Samuel Beckett y Juan Garc¨ªa Hortelano, y fue recuperado en 2011 con motivo de su cincuenta aniversario. Desde entonces, el premio dotado con 50.000 euros se ha concedido a Carlos Fuentes, Juan Goytisolo y Javier Mar¨ªas para reconocer el conjunto de la obra narrativa de autores que prolongan la tradici¨®n literaria europea.
El escritor se siente satisfecho de que su escritura haya calado entre el p¨²blico joven. ¡°Significa mucho¡±, afirma el autor, que cree que su forma de ver la vida llega a los nuevos lectores porque ha ¡°envejecido f¨ªsicamente, pero no hay muchos otros cambios¡±. Algunos de esos j¨®venes que por la crisis han tenido que salir a buscar trabajo en el extranjero, como ¨¦l tambi¨¦n hizo en su juventud cuando pas¨® dos a?os en Par¨ªs. Encuentra el autor similitudes entre la situaci¨®n de entonces con la actual, aunque insiste en que ¡°el exilio no es un desastre, es fundamental conocer nuevos horizontes¡±.
El arte es uno de los aspectos fundamentales en su vida y en el que ha centrado su ¨²ltimo trabajo: Kassel no invita a la l¨®gica, una obra que lo llevar¨¢ por un periplo a trav¨¦s de varias ciudades de Sudam¨¦rica durante el pr¨®ximo mes. ¡°Habr¨ªa inventado el arte si no existiera. La curiosidad y el humor son fundamentales en la vida. Curiosidad es el vivir, es la vida. Sin esto, no habr¨ªa nada¡±.
Vila-Matas recogi¨® el premio en un lugar al que ya se sent¨ªa vinculado y que evoc¨® ante todos: ¡°Se cumplen 50 a?os exactos desde el d¨ªa de 1964 en que visit¨¦ con mis padres y mis dos hermanas este hotel [el Barcel¨® Formentor] y, al caer la tarde y llegar la hora de irse, en las escalinatas que, escoltadas por cipreses, descienden hasta el mar, inici¨¦ un movimiento de resistencia para impedir que dej¨¢ramos el lugar¡±. Un enclave que, reconoce, ha servido de inspiraci¨®n a muchos otros. ?Puede que lo encontremos en su pr¨®xima novela? ¡°Yo voy a donde pocos han dejado huella y, sin embargo, soy feliz aqu¨ª¡±.
Discurso de Vila-Matas
Un paseo en la vida.
Por extra?o que pueda parecer, hoy, 30 de agosto de 2014, se cumplen cincuenta a?os exactos del d¨ªa de 1964 en que visit¨¦ con mis padres y mis dos hermanas este hotel y, al caer la tarde y llegar la hora de irse, en las escalinatas que, escoltadas por cipreses, descienden hasta el mar, inici¨¦ un movimiento de resistencia para impedir que dej¨¢ramos el lugar.
?Qu¨¦ pudo pasar para que incluso llorara en las escalinatas? ?Por qu¨¦ tanta desesperaci¨®n al o¨ªr que nos ¨ªbamos? La orden de nuestro padre no carec¨ªa de sentido: empezaba a oscurecer y hab¨ªa que volver a la camioneta alquilada, regresar al hotel de Palma. Pero yo deseaba a toda costa seguir aqu¨ª. ?Por qu¨¦?
Aquel paseo interrumpido ser¨ªa un incidente ya olvidado de no haber sido porque, al modo de una gota malaya, la escena de mi llanto ha venido siendo puntualmente evocada en familia a lo largo de estos cincuenta a?os. La versi¨®n paterna sostuvo siempre que mi negativa de joven adolescente revel¨® tan s¨®lo debilidad por los hoteles lujosos. Pero nunca estuve de acuerdo con esto, sabiendo como sab¨ªa que llor¨¦ porque me sent¨ªa vivamente conmovido por tanta belleza y porque, por mucho que faltaran doce veranos para conocerla, intu¨ªa que en la isla viv¨ªa Paula de Parma.
?Era tanto lo que me reten¨ªa aqu¨ª! Y qui¨¦n sabe si no llegu¨¦ incluso a intuir que no val¨ªa la pena irse teniendo esta cita inexcusable con ustedes hoy medio siglo m¨¢s tarde.
Cuanto m¨¢s reviso aquel llanto en las escalinatas y aquella intuici¨®n de futuro, m¨¢s veo que se perfila en el recuerdo de aquel d¨ªa el leve ¨Clev¨ªsimo, si ustedes quieren- destello que, filtr¨¢ndose por una especie de tejido ajado, anul¨® de golpe el tiempo, borr¨® sus fronteras, y dej¨® de pronto al descubierto una relaci¨®n ¨ªntima entre el pasado y el futuro, entre los vivos y los muertos.
No fue hasta el a?o pasado en Par¨ªs cuando de golpe recobr¨¦ la memoria de aquel olvidado destello en el tiempo. Caminaba feliz por la ciudad y de repente, al doblar una esquina para llegar hasta el r¨ªo, me pareci¨® ver al poeta Arthur Rimbaud, plantado s¨®lidamente sobre el viejo empedrado de la entrada del Puente de las Artes, expuesto a las miradas de todos los paseantes, pero aparentemente no percibido por nadie, salvo por m¨ª. El pasado no est¨¢ muerto, pens¨¦, y ni siquiera es pasado y nunca termina de pasar. Volv¨ª a mirar, casi incr¨¦dulo. All¨ª estaba Rimbaud a plena luz del d¨ªa, como un muerto entre los vivos, apostado inm¨®vil, de pie, apoyado en una baranda, quiz¨¢s armado de droga hasta los mism¨ªsimos dientes, o bien simplemente muy ido; su mirada parec¨ªa estar viajando hacia el reloj en lo alto del Instituto de Francia, el viejo edificio cuya sombra se proyecta sobre el puente.
Rimbaud mirando hacia lo alto, como si el reloj fuera una esfera donde cupiera el sol y, m¨¢s all¨¢ de ella, pudiera verse el aire, con su hondo azul interminable. Rimbaud, visto en el tiempo exacto de un sollozo. Rimbaud visto con naturalidad entre los vivos, quiz¨¢s pasado de rosca, all¨ª posando con discreci¨®n, pero de alg¨²n modo exhibi¨¦ndose, exponi¨¦ndose literalmente, a la entrada del puente. Rimbaud, visto con asombro en medio del destello que atraves¨® la pesada luz rutinaria.
Algunos dir¨¢n: ?Se trataba del poeta, o de su fantasma, o de un simple imitador? Y otros quiz¨¢s quieran saber si el tejido ajado no es el mismo por el que me muevo de un modo tan confortable desde hace a?os: ese tejido parecido a la brumosa frontera, imprecisa y aparentemente infinita, que separa la ficci¨®n de la realidad.
Ser¨ªa f¨¢cil ahora, en el contexto de este discurso de agradecimiento que tolera muy bien las observaciones en torno a la propia obra, reconocer que me muevo por ese tejido como por un territorio propio y que, en efecto, la brumosa frontera se parece a esa zona borrosa en la que encuentro siempre la continuidad natural entre lo real y lo ficticio.
Pero precisamente porque ser¨ªa f¨¢cil, no lo har¨¦. Si escribir no me resulta dif¨ªcil, me muero de aburrimiento. No lo har¨¦ pues para burlar al tedio, pero tambi¨¦n porque, a decir verdad, no estoy seguro de nada. O de casi nada. Conf¨ªo en lo que narro. Pero tengo una absoluta desconfianza en mi lugar en el mundo.
Alguien pensar¨¢: ya es mucho si conf¨ªa en lo que narra.
S¨ª, claro, pero sucede que la confianza en lo narrado surge en m¨ª desde una cierta obstinaci¨®n por la negatividad y desde una gran desconfianza hacia la posibilidad de que se pueda todav¨ªa relatar. Es un tipo de confianza muy desconfiada, que probablemente se origin¨® en mi temprano encuentro con unas palabras de Rainer Maria Rilke en Cuadernos de Malte: "Que se narrara, lo que se dice narrar, eso debi¨® de hacerse en otro tiempo. Yo nunca he o¨ªdo narrar a nadie".
Rilke parec¨ªa ah¨ª sugerir que en el mundo ya no existe la simplicidad inherente al orden narrativo, ese simple orden que consiste en poder decir a veces: ¡°Cuando hubo pasado aquello, pas¨® esto, y luego pas¨® lo otro, etc¡±. Porque es cierto que nos tranquiliza la simple secuencia, la ilusoria sucesi¨®n de los hechos, pero no lo es menos que hay diferencia entre una confortable narraci¨®n y la realidad b¨¢rbara y brutal, sin significado, de las cosas. ¡°Todo se ha vuelto ahora no narrativo¡±, dec¨ªa Musil, frecuentador de un universo multidimensional, fragmentario, de un mundo sin posibilidades reales de acceder a un orden como el que pudo tal vez en otro tiempo existir.
Yo me acerco a lo literario desde la conciencia de que el mundo no es narrable, pero, eso s¨ª, no dejo nunca de relatar. No deseo abandonar la escritura, sino todo lo contrario. Narro desde la sospecha de que el ¨²nico camino abierto a la creaci¨®n es aquel que es consciente de la imposibilidad de narrar y de que s¨®lo de la pulsi¨®n negativa puede surgir la escritura por venir.
Por eso trabajo desde el No, viviendo en esa brumosa frontera, imprecisa y aparentemente infinita, en la que encuentro siempre la continuidad natural entre lo real y lo ficticio. Ah¨ª vivo a mis anchas, como si tuviera casa, como si el universo me hubiera acogido. Ah¨ª, por las noches, doy por sentado que la fusi¨®n entre ficci¨®n y realidad, practicada de un modo convincente, colabora con eficacia a la hora de ayudar a la literatura a sustituir la p¨¦rdida de su antiguo sentido por otro nuevo. De hecho, creo saber que, sin esta clase de procesos, el arte de la escritura estar¨ªa condenado a repetirse y dejar¨ªa de conmover y se apagar¨ªa.
Dicho de otro modo, la negaci¨®n es el gran mecanismo del que dispone la literatura para poder renovarse y seguir viva. ¡°Hacer lo negativo a¨²n nos ser¨¢ impuesto, lo positivo ya nos ha sido dado¡±, dice un aforismo de Kafka que, entre otras interpretaciones, se abre a la idea de que deber¨ªamos ahondar m¨¢s en la b¨²squeda del negativo de la escritura y as¨ª tratar de completar el hasta ahora recorrido casi exclusivamente positivo de lo literario; un recorrido de luz di¨¢fana que tenemos ya m¨¢s que le¨ªdo y visto, pues nos ha sido sobradamente dado a lo largo de la iluminada historia.
Lleg¨® la hora de ahondar en la b¨²squeda del negativo. De un modo no deliberado, muy imprevisto, esa b¨²squeda, empez¨® en la torre de un castillo, hace ya unos cuantos siglos, cuando Michel de Montaigne invent¨® el g¨¦nero del ensayo al decidir dibujarse a s¨ª mismo en su verdad cotidiana. Toda la literatura de la ¨¦poca moderna nacer¨ªa en lo alto de aquella torre en el momento exacto en el que Montaigne confes¨®, al inicio de los Ensayos, que escrib¨ªa con la intenci¨®n de conocerse a s¨ª mismo. Hoy sabemos ya perfectamente qu¨¦ clase de consecuencias trajo aquello. No mucho despu¨¦s de que en la escritura empez¨¢ramos a "buscarnos a nosotros mismos", comenz¨® a desarrollarse una lenta pero progresiva suspicacia en las posibilidades del lenguaje y el temor a que ¨¦ste nos arrastrara a zonas de profunda perplejidad.
A principios del siglo pasado, la carta ficticia y tan negativa en la que Hofmannsthal renunciaba a la escritura (en realidad para poder seguir escribiendo) precedi¨® a casos como el de diversos poetas europeos que percibieron pronto que la materia verbal no pod¨ªa llegar a ser nunca plenamente transparente y, conscientes de esto, se fraccionaron ellos mismos en una serie de personajes heter¨®nimos: toda una estrategia para poder adaptarse a la imposibilidad de afirmarse como sujetos unitarios, compactos y perfectamente perfilados. Era la misma imposibilidad que, discurriendo acerca de los diferentes estados cotidianos de su humor, ya hab¨ªa apuntado el propio Montaigne en sus ensayos. En realidad, es la misma que me permite hoy precisamente tener confianza en lo que narro, aunque ninguna acerca de mi lugar en el mundo.
Claro est¨¢ que esto tiene sus ventajas, pues mis propias dudas sobre ese lugar me impiden la ca¨ªda en cualquier dogmatismo y me disuaden de indicar, por ejemplo, que una tendencia narrativa sea superior a otras, pues yo s¨¦ que, de encontrarme con una que pudiera ser m¨¢s alta, no dar¨ªa jam¨¢s con el modo de demostrarlo, no podr¨ªa nunca sellar mi propuesta con aquel envidiable Quod demonstrandum est que Spinoza a?ad¨ªa a sus escritos.
De hecho, las teor¨ªas acerca de la literatura, es decir, todas esas grandes polvaredas que levantan las pol¨¦micas que dividen a los literatos, acaban en el balbuceo incoherente al que conduce la incapacidad de todos por formular algo que pueda sellarse diciendo que ha quedado debidamente demostrado.
Con el tiempo, las propias dudas sobre mi lugar me han servido para sentirme m¨¢s cercano de ese personaje ¨²nico de diferentes personalidades que, narraci¨®n tras narraci¨®n, ha ido asomando su t¨ªmida mente: alguien ansioso por encontrar un espacio, siquiera humild¨ªsimo, en un Orden cualquiera; en el universo, en un garaje, en una oficina, en un manicomio, suizo¡ Su inseguridad es la misma que debi¨® de alcanzar a Rimbaud al final de sus d¨ªas, cuando, tal como por fin empieza a saberse, quer¨ªa regresar a Par¨ªs, al lugar de la escritura, y all¨ª exponerse en p¨²blico, exponerse en el sentido m¨¢s literal de la palabra, as¨ª se lo indic¨® a su madre en una carta todav¨ªa no muy conocida ¨Cquiz¨¢s porque destruye su mito- que le env¨ªo desde Abisinia: "La pr¨®xima vez quiz¨¢s podr¨¦ exponer los productos africanos y quiz¨¢ de paso exponerme a m¨ª mismo, dado que creo que uno debe tener un aire extremadamente raro despu¨¦s de una larga temporada en pa¨ªses como ¨¦ste".
Todo este af¨¢n de exhibicionismo modifica el mito de Rimbaud, fundado en su af¨¢n de borrarse, y nos remite, adem¨¢s, a la tensi¨®n entre literatura y vida, que ya estaba en Cervantes y ha estado despu¨¦s en tantos otros. Esa tensi¨®n que, dice Ricardo Piglia, es el tipo de debate que precisamente ha desarrollado la novela contempor¨¢nea. De hecho, lo que llamamos novela ser¨ªa en realidad ese debate. ?Qu¨¦ es lo que uno se pierde si elige s¨®lo escribir? ?Hemos de preferir a la Abisinia de Rimbaud que al final de su vida ni Rimbaud quer¨ªa?
Al final, supongo que todo acabar¨¢ result¨¢ndonos m¨¢s bien risible y, adem¨¢s, sencillo, sobre todo cuando descubramos que lo esencial nunca fue encontrarse a uno mismo, sino aprender a no bajar la guardia ante el tedio o a las ideas inm¨®viles. Quiz¨¢s por eso siempre me pareci¨® id¨®nea la respuesta que, seg¨²n cuenta Baroja, dio un andaluz cuando alguien le pregunt¨® si su apellido era G¨®mez o Mart¨ªnez. Da igual, dijo, la cuesti¨®n es pasar el rato.
Al final, nada encontraremos que sea fijo y definitivo, salvo quiz¨¢s ese concepto franc¨¦s de l?esprit de l'escalier (el esp¨ªritu de la escalera), que consiste en dar demasiado tarde con la r¨¦plica a algo que nos dijeron arriba, pero que ya no nos sirve, porque estamos bajando la escalera.
?No es toda la historia de la literatura la de una larga venganza, el dilatado relato universal de c¨®mo completar por escrito lo que en su momento habr¨ªamos tenido que poner en la vida?
Ante esta pregunta, que remite de nuevo a la b¨²squeda de un negativo que complete el concepto literatura que parec¨ªa no tener reverso, la ¨²nica posibilidad de avanzar que veo ahora en la tarde espectacular es darles a todos ustedes las gracias y d¨¢rselas tambi¨¦n, por supuesto, a los cabales organizadores y al l¨²cido jurado, agradecerles tanta gentileza, as¨ª como solicitar ahora un discreto permiso para poder regresar a las escalinatas flanqueadas por cipreses, y en ellas, mientras va cayendo el d¨ªa y un destello vuelve a borrar el tiempo, tratar de completar mi llanto y el paseo interrumpido.
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