Siete a?os de emoci¨®n, una hora de ensue?o
Pag¨¦s conquista a un Maestranza entregado con un testamento profesional de derroche y maestr¨ªa
Mar¨ªa Pag¨¦s sigue creando esa expectaci¨®n en el p¨²blico, esa casi certeza que tiene el que acude a un estreno suyo de que lo que va a ver all¨ª no ser¨¢ igual, ser¨¢ distinto, meditado y refrescante. Por eso anoche en el Teatro de la Maestranza pod¨ªa o¨ªrse un abanico muy diferente de lenguas en el patio de butacas, del franc¨¦s al ruso pasando por el ingl¨¦s. Con esas mismas lenguas, con la poes¨ªa que es m¨²sica hable en la lengua que hable, empezaba el espect¨¢culo Siete golpes y un camino ante un teatro abarrotado y expectante.
En la oscuridad y casi en el silencio arrancaba un baile literario con las palabras de Mar¨ªa Zambrano resonando en el coliseo de la orilla del Guadalquivir. Los libros serv¨ªan a Pag¨¦s y a su compa?¨ªa de excusa para empezar a bailar una danza con el ¨²nico acompa?amiento de acordes aislados de guitarras invisibles sobre poemas recitados en tantas lenguas como nacionalidades hab¨ªa en la platea. Un hipn¨®tico baile sobre un rombo de luz en el suelo donde las sobrias faldas de volantes trazaban elegantes motivos geom¨¦tricos como en una yeser¨ªa del Alc¨¢zar, en unos cruces medidos al mil¨ªmetro en los que jugaban alguna mala pasada los nervios.
Pero no tardar¨ªa la compa?¨ªa en entrar en calor llevados por la vor¨¢gine de una Bienal que ya conocen de sobra. Tras la poes¨ªa llegar¨ªa la tradici¨®n de la farruca y el duelo de casta?uelas. Pag¨¦s sale a lucirse: sabe que sus manos son r¨¢pidas y sus movimientos en pareja con una de las mujeres de su compa?¨ªa se transforman en una especie de clase en la que la bailaora amadrina a la joven para que levante el vuelo y culmine en un taconeado en grupo por relevos que se torna duelo de piernas puestas a prueba.
Pero despu¨¦s del bullicio, llega la calma. Y Pag¨¦s se reserva su momento con una bata de cola blanca, fiesta de volantes y foco dirigido sobre su cabeza, para empezar a bailar casi paralizada como una estatua sobre un teatro en silencio. La cola del traje dibuja unas ondas marinas y sus manos se elevan a un cielo que aqu¨ª es solo un foco que juega a un baile por tinieblas con la sevillana. Y entonces, una vez demostrado que el camino del silencio puede bailarse, despierta la guitarra. Y lo que viene despu¨¦s es un cante por alegr¨ªas en el que Pag¨¦s se enfrenta sola y brava a un Maestranza que lucha por no arrancar en aplausos con cada vuelta, con cada abrazo a la bata de cola que deja desnudos unos pies que parecen infatigables.
Ovaci¨®n aparte, que la hubo, es el turno del negro, de la fiesta gaditana de sal y de tanguillos, y Pag¨¦s arranca carcajadas en el p¨²blico cuando afronta descarada un minuto ininterrumpido de toque de casta?uelas ante la mirada at¨®nita de su compa?¨ªa. Tras ello, la sorpresa es que ser¨¢ ella misma la que lleve la voz cantante en los tanguillos, que cuentan la historia de un d¨ªa en familia, un d¨ªa de gira con la familia que en ese momento la arropa en el escenario, historias de arte y an¨¦cdotas de c¨®mo facturar un montaje completo en el aeropuerto o cartas de restaurante que no se entienden cuando el hambre aprieta.
Y, como en todo montaje flamenco, como en toda vida flamenca, el sentimiento da un vuelco y la jarana deja paso a la seriedad de un martinete en la penumbra. Sobre un ¨²nico foco lateral, Pag¨¦s se deja seducir por el claroscuro y en ¨¦l parece una ni?a a¨²n que camina por un sendero tenebroso. ¡°Caminante no hay camino¡±, dice la voz rasgada mientras Pag¨¦s parece tumbar el teatro con cada golpe de punta y tac¨®n para dar paso a tientos y tangos en los que ella sola se enfrenta a su p¨²blico, cara de desaf¨ªo y pasos valientes, intuici¨®n y desparpajo que la llevan al borde del escenario sin m¨¢s ornamento que el arrebato de una noche jonda.
Es entonces cuando despu¨¦s de la tormenta de emociones se hace la luz, y su compa?¨ªa, vestida de verano como en una tarde de playa en Sanl¨²car de Barrameda, despliega la maestr¨ªa que lleva el sello de Pag¨¦s desde hace tanto tiempo. Cruces a ritmo de trilla llenan el teatro de frescor mar¨ªtimo y los bailarines son piezas diferentes que, como en el Guernica, se encajan como en un gran rompecabezas a distintas alturas para configurar un baile que derrocha sincron¨ªa de manos y piernas curtidas en el trabajo duro que sufre aquel que se ponga en las manos de Pag¨¦s. Cada movimiento cuenta, todo ha de decir algo en cada estreno de la bailaora.
Y al fin, la apoteosis. Tras la marcha de su compa?¨ªa, que se despide de un p¨²blico entregado que ha visto en el ¨²ltimo n¨²mero dibujarse un azulejo trianero de cruces y manos sobre el escenario, llega Pag¨¦s y su soledad. Vestida de rojo vaporoso, el rojo de su Sevilla y de la pasi¨®n flamenca de haber repasado siete a?os en una hora, Pag¨¦s se quiere a los sones de una grana¨ªna que siembra el patio de butacas de emoci¨®n sostenida. El camino de la vida, al final, se recorre solo. En cada paso, una amargura y una alegr¨ªa, un vuelo de telas en espiral que lleva a la mujer a un nuevo comienzo. Y es entonces cuando solo ella decide marchar hacia un futuro incierto, y lo hace andando para hacer camino que dec¨ªa Machado, con la vista puesta en una luz al final del t¨²nel que llega desde el fondo del escenario mientras un chelo apaga su voz en el silencio y los pasos de Pag¨¦s suenan hasta perderse en una noche para el recuerdo que acaba con cinco minutos de ovaci¨®n y un teatro al completo puesto en pie que acaba de vivir una hora y cuarto de camino que han sido siete a?os de historia, pero que se ha pasado en un suspiro.
Babelia
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