Si mal no recuerdo
A pesar de la calidad de los int¨¦rpretes, la pieza de Brook no llega a esa punta de emoci¨®n
Para Aleksandr Scriabin, el ¡°mi bemol¡± es violeta y el ¡°la¡±, verde esmeralda. Tambi¨¦n Rimski-K¨®rsakov, Kandinski y Charles Blanc-Gatti ve¨ªan colores al escuchar m¨²sica. La sinestesia (activaci¨®n simult¨¢nea de dos sentidos a trav¨¦s de est¨ªmulos dirigidos a uno solo de ellos) es un don, con efectos colaterales: ver de ni?o cada letra del alfabeto con color propio puede obstaculizar el aprendizaje de la lectura. La persona sinest¨¦sica tiende tambi¨¦n a tener un o¨ªdo absoluto y una memoria prodigiosa. Peter Brook cre¨® en 1998 Je suis un ph¨¦nom¨¨ne (Soy un prodigio), espect¨¢culo fascinante en torno al periodista ruso Solom¨®n V. Shereshevski, capaz de aprenderse con tan solo o¨ªrlas riadas de palabras inconexas o en idiomas extra?os.
EL VALLE DEL ASOMBRO
Autores y directores: Peter Brook y Marie-H¨¦l¨¨ne Estienne. Int¨¦rpretes: Kathryn Hunter, Marcello Magni y Jared McNeill. M¨²sicos: Rapha?l Chambouvet y Toshi Tsuchitori. Luz: Philippe Vialatte. Madrid. Teatros del Canal. Del 23 al 26 de octubre.
El an¨¢lisis del caso Shereshevski, recogido en 1968 por el eminente neuropsic¨®logo sovi¨¦tico Aleksandr L¨²riya en su Peque?o libro de una gran memoria (KRK Ediciones, 2009), determin¨® la orientaci¨®n de la obra de Oliver Sacks, autor de El hombre que confundi¨® a su mujer con un sombrero, colecci¨®n de casos cl¨ªnicos a partir de la cual Brook escenific¨® L¡¯homme qui (El hombre que), uno de los montajes m¨¢s celebrados de su carrera. Aunque se presente como si fuera un espect¨¢culo enteramente nuevo, El valle del asombro es una refundici¨®n reducida de Soy un prodigio, salpimentada con citas de El hombre que y de La conferencia de los p¨¢jaros.
Respecto al montaje original, han cambiado los actores y el sexo del protagonista (convertido ahora en la se?ora Costas), se han volatilizado escenas completas y han aparecido otras, insertas a modo de par¨¦ntesis, quiz¨¢ para darle nuevo apresto a la funci¨®n, que tiene la calidad ritual y la econom¨ªa expresiva caracter¨ªsticas de Brook.
Como Shereshevski en Soy un prodigio, tras ser despedida del peri¨®dico, la se?ora Costas se ve obligada a exhibir su capacidad mnemot¨¦cnica por esos teatros de Dios ¨Ca raz¨®n de dos funciones diarias como m¨ªnimo¨C y tambi¨¦n se ve en la imposibilidad tr¨¢gica de olvidar ninguna de las series de palabras que, convertidas en im¨¢genes para memorizarlas mejor, ha ido colocando mentalmente en las esquinas, en los portales y ante los escaparates de las calles que mejor conoce.
A pesar de la calidad de los int¨¦rpretes (encabezados por una Kathryn Hunter extraordinaria), el espect¨¢culo no llega a prender en momento alguno esa punta de emoci¨®n neta que suscitaba Soy un prodigio, especialmente cuando Luria y Shereshevski se pon¨ªan a recitar sucesivamente el comienzo de La divina comedia (mientras ve¨ªamos proyectadas en tres pantallas las im¨¢genes que se iban produciendo en la cabeza del memorioso ex plumilla), y cuando ambos se reencontraban en Nueva York, en una escena que en El valle del asombro no tiene equivalente. Lo asombroso es como a la postre este remake libre de aquel bell¨ªsimo espect¨¢culo de hace 16 a?os sobre la memoria y el olvido nos lo rememora escena por escena, a pesar de que ni en el dossier ni en el programa de mano se reconoce su condici¨®n deudora respecto de aqu¨¦l.
Babelia
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