Historia visible
Hombre pragm¨¢tico, a la manera holandesa, a Cees Nooteboom se le nota mucho una indiferencia instintiva hacia las abstracciones
Uno mira el mundo presente a trav¨¦s de su propio pasado. Lo que se ve de la realidad es lo que filtra la memoria. A lo largo de casi cuarenta a?os, desde los tiempos m¨¢s s¨®rdidos de la Guerra Fr¨ªa, Cees Nooteboom ha ido y ha vuelto muchas veces a Berl¨ªn, y ha viajado por toda Alemania, pero su mirada sobre el pa¨ªs, y sobre la ciudad en la que un d¨ªa de noviembre vio a una multitud desbordar un Muro sombr¨ªo, de repente irrisorio, ha estado siempre filtrada por recuerdos antiguos que el tiempo no debilita. Cees Nooteboom es un viajero ilustrado y curioso, de la escuela inmemorial de Herodoto, de Bruce Chatwin, de Jan Morris, pero todo lo que observa, sobre todo lo que observa con tanto detalle en Alemania y en Berl¨ªn, le trae una y otra vez el recuerdo de algunas cosas que vivi¨® en la ni?ez y que determinaron su vida. En su casa, en La Haya, escuchaba por la radio los discursos de Hitler, secos ladridos que asustaban m¨¢s porque apenas comprend¨ªa entonces el idioma en que aquel hombre gritaba. Con siete a?os vio desfilar por una avenida de su ciudad columnas de soldados alemanes con uniformes verdegris, con estandartes coronados de ¨¢guilas de metal. Una noche vio en la lejan¨ªa, como en los horizontes infernales de Brueghel o El Bosco, la gran hoguera de Rotterdam bajo las bombas. Perdi¨® a su padre en un bombardeo de los Aliados sobre La Haya.
Este hombre de mirada ir¨®nica y sonrisa apacible guarda dentro de s¨ª todos esos recuerdos, y las cosas que observa con sus ojos muy claros, aunque ¨¦l no lo diga, aunque hayan pasado casi tres cuartos de siglo, est¨¢n te?idas por ellos. Cuando escribe sobre Berl¨ªn, o cuando hace la cr¨®nica de un viaje en coche por carreteras y ciudades alemanas, Cees Nooteboom se define como un forastero, pero no es un forastero como cualquier otro. Es un ciudadano de un peque?o pa¨ªs fronterizo con un pa¨ªs enorme que lo invadi¨® y lo ocup¨® durante m¨¢s de cuatro a?os. Es un holand¨¦s en Alemania, un hijo de la ?msterdam desahogada y acu¨¢tica en la maciza solemnidad de Berl¨ªn, un ciudadano de una democracia abierta y viva, muy discutidora, muy fortalecida por amplias conquistas sociales, que tuvo la oportunidad de infiltrarse en el macabro mausoleo de la utop¨ªa comunista, en unos a?os en los que su brillo a¨²n perduraba, al menos para la miop¨ªa fr¨ªvola de una parte considerable de la izquierda y de la intelectualidad occidentales.
Hombre pragm¨¢tico, a la manera holandesa, a Cees Nooteboom se le nota mucho una indiferencia instintiva hacia las abstracciones y una vocaci¨®n inversa por fijarse en lo concreto, en lo muy singular, en el testimonio de los sentidos. Leyendo el primer cap¨ªtulo de sus Noticias de Berl¨ªn, bellamente traducido por M. C. Bartolom¨¦ y P. van de Paverd, se siente todo el fr¨ªo del mes de enero de 1963, se huele una desolaci¨®n de gasolina mal quemada y humo de lignito. La mirada del viajero se detiene en pormenores siniestros: las botas de cuero negro de una oficial del ej¨¦rcito golpeando el suelo helado de cemento, debajo de una mesa, en un puesto fronterizo; por la llanura nevada, al otro lado de vallas de alambre, junto a una torre de vigilancia hecha de troncos sin desbastar, guardias con uniformes de camuflaje blanco patrullan tirando de las correas de feroces perros negros. En una estaci¨®n inmensa de ferrocarril, bajo las b¨®vedas met¨¢licas y las hileras de banderas rojas y pancartas triunfales, una multitud aguarda durante horas, en congelada inmovilidad, la llegada de Nikita Jruschov.
La cr¨®nica de Nooteboom tiene la urgencia de lo reci¨¦n sucedido y la perspectiva del tiempo
En 1963, con el muro de Berl¨ªn reci¨¦n levantado, parece que el invierno alem¨¢n va a ser tan crudo y tan eterno como el r¨¦gimen comunista, como la frontera de p¨²as de alambre y cristales rotos que divide en dos la ciudad y el pa¨ªs. La historia casi siempre es invisible y nadie sabe vaticinar el porvenir. La historia, dice Nooteboom, es invisible porque suele suceder muy despacio, y la conciencia humana no est¨¢ preparada para captar ciertas lentitudes, igual que el ojo no ve por encima o por debajo de una franja muy estrecha de longitudes de onda. Pero de vez en cuando, cuando nadie lo esperaba, la historia se acelera y se vuelve visible, cegadora en su ¨ªmpetu. En el oto?o de 1989 Cees Nooteboom est¨¢ de nuevo en Berl¨ªn. Ahora es un visitante privilegiado, un residente temporal. Instalarse durante varios meses en una ciudad extranjera puede ser uno de los grandes regalos de la vida. No est¨¢s en un hotel, sino en un apartamento. Adquieres costumbres, te sumerges en el idioma, lees los peri¨®dicos en un caf¨¦ que r¨¢pidamente se te ha vuelto familiar, visitas las casas de la gente. El espacio plano del turista deja paso a la tercera dimensi¨®n de la vida cotidiana. En 1989, cuando reside en Berl¨ªn Oeste, Cees Nooteboom todav¨ªa debe cruzar los mismos puestos de control para ir al otro lado, y cuando se encuentra all¨ª tiene la misma sensaci¨®n de alarma y extra?eza de muchos a?os atr¨¢s. Berl¨ªn Este sigue oliendo a gasolina mala y a holl¨ªn de calefacciones de carb¨®n. Las mismas pancartas y las mismas banderas rojas lo ocupan todo, los mismos rostros de bur¨®cratas viejos se repiten en los peri¨®dicos y en los programas de la televisi¨®n. Ante los uniformes, los taconazos y los malos modos de los polic¨ªas fronterizos, Nooteboom se acuerda de otros uniformes, otros gritos alemanes de cuando era ni?o.
De pronto, casi de la noche a la ma?ana, lo que hab¨ªa permanecido firme durante tantos a?os se desmorona como un decorado, como una entelequia. El transe¨²nte holand¨¦s y su esposa fot¨®grafa se encuentran perdidos en una muchedumbre festiva que toma en un asalto pac¨ªfico lo que hasta entonces hab¨ªa sido la tierra de nadie, que escala y salta sin peligro el gran muro junto al que murieron tantos que intentaban escapar y cayeron abatidos por las r¨¢fagas de metralla de los guardias, cegados por las luces de los reflectores. Ahora los mismos guardias con los mismos cascos y uniformes contemplan sin hacer nada el r¨ªo desbordado, el mar de la gente.
Nooteboom se va de Berl¨ªn, vuelve a Berl¨ªn. Su cr¨®nica tiene la urgencia de lo reci¨¦n sucedido y la perspectiva del paso de los a?os, la de lo aprendido en cada regreso: Noticias de Berl¨ªn no es una obra cerrada, sino un libro en marcha, un testimonio que acaba revelando lo que estuvo latente desde el principio, la confesi¨®n personal de un hombre que se ha ido haciendo mayor, que recuerda cosas que otros solo conocen por los libros de historia o ignoran por completo. En cada regreso nota lo que ya no existe del Berl¨ªn anterior. A la gran borrachera de la libertad le sucede la monoton¨ªa sin lustre de la democracia. Zonas enteras del pasado desaparecen bajo las arquitecturas de un nuevo Berl¨ªn formidable, que al viajero le despierta simpat¨ªa y un fondo sordo de alarma. Ya no quedan muchos como ¨¦l, que se acuerden de todo: de esa voz en la radio en 1940, del fr¨ªo en la estaci¨®n en 1963, del delirio en noviembre de 1989.
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