El fil¨®sofo de la opini¨®n dibujada
El misterio era por qu¨¦ este hombre, M¨¢ximo, el fil¨®sofo de la opini¨®n dibujada, siendo tan civil, tan recto, tan moralmente exigente con los hombres y por tanto consigo mismo, eligi¨® a Dios como el interlocutor m¨¢s habitual de sus reflexiones y de sus diatribas.
Dios, un tipo tan encerrado en su tri¨¢ngulo, tan dejado de las cosas del mundo, recib¨ªa con frecuencia la intemperancia educada de este pintor perplejo. Como si le tachara la conducta, como si le estuviera advirtiendo de las consecuencias que ten¨ªa en la tierra esa dejadez del Cielo, M¨¢ximo le reprochaba a Dios, le llamaba la atenci¨®n, le interrogaba.
Nadie pod¨ªa sentirse ofendido, ni Dios mismo, porque el dibujo de M¨¢ximo, su manera de hacerlo, era como el de quien dibuja una mariposa cuando esta se va camino del firmamento: su huella est¨¢ en el propio vuelo; la huella de M¨¢ximo estaba, como la huella de las mariposas, en el dibujo mismo.
Puede haber muchas teor¨ªas sobre por qu¨¦ eligi¨® a Dios, pero la que parece que cuadra m¨¢s con su manera de ser ensimismado incluso en la facundia, es la que sit¨²a a Dios, esa entelequia lejana que ¨¦l formulaba en sus cuadros de peri¨®dico, como el m¨¢s adecuado para recibir sus mensajes ¨¦ticos, est¨¦ticos y pol¨ªticos. Dios no iba a responder nunca, eso era evidente, pero es as¨ª c¨®mo pasa en la vida misma: t¨² dibujas, escribes, denuncias¡, y ni Dios responde. El Dios de M¨¢ximo quedaba ah¨ª, interpelado y, como los hombres, o la pol¨ªtica, o la vida, jam¨¢s dijo nada. Hasta ahora jam¨¢s ha dicho nada.
La escritura sagrada, a la que M¨¢ximo le dio la vuelta al derecho y al rev¨¦s, tiene la sinuosa virtud que reclamaban sus dibujos: es una cosa y la contraria a la vez, sirve para un roto y para un descosido, para la ternura y tambi¨¦n para la salvajada; y como en sus dibujos M¨¢ximo no quer¨ªa adornarse de verdades ni de discursos, sino de met¨¢foras, era mejor el Eclesiast¨¦s que el manifiesto de Marx.
Leer sus dibujos era asistir a sus conversaciones por otros medios. M¨¢ximo era el hombre que hablaba, pero ten¨ªa un alter ego: en persona, cuando te lo encontrabas, parec¨ªa desde?oso del tiempo; si hab¨ªa algo que decir su conversaci¨®n no estaba obligada a un fin, ni a un interludio; se prolongaba como un r¨ªo, o como el mar. Pero en sus dibujos era veloz, sint¨¦tico; no necesitaba m¨¢s de una l¨ªnea y a veces no necesitaba absolutamente nada sino el vuelo de su mano. Su escritura en el dibujo era una prolongaci¨®n del dibujo mismo; no se pod¨ªan concebir esos cuadros (esos cuadros de peri¨®dico, dej¨¦ dicho) sin la palabra, pero muchas veces no estaba la palabra. Pero estaba su discurso, la manera de hacer de M¨¢ximo.
Era un hombre preocupado por lo que suced¨ªa; hizo teatro, discursos, prepar¨® su lenguaje para lo p¨²blico, y fue un gran conversador con la realidad como fondo, aunque a veces pareciera que volaba. En este sentido, era un hombre que opinaba, pero era un t¨ªmido; su lenguaje de conversador se aturrullaba en medio de la multitud, as¨ª que ¨¦l prefer¨ªa (esa es la impresi¨®n que siempre tuve) la conversaci¨®n uno a uno, enfrentarse con el espejo que es el otro y decirle y decirle, esperar del otro una convicci¨®n distinta, un modo nuevo de ver las costuras que ¨¦l le ve¨ªa a la vida.
Era como un amigo de Plat¨®n en la caverna, perplejo, interrog¨¢ndote, interrog¨¢ndose. Te situaba en medio de la gente, te hac¨ªa una se?a, se prove¨ªa de la simpat¨ªa esencial de su mirada, que era una mirada clara, como su l¨ªnea de dibujo, y ya hablaba contigo, a solas, aunque alrededor hubiera cientos.
Quiz¨¢ era la manera de ser de sus propios dibujos: hechos desde el amanecer para los lectores de los peri¨®dicos en los que estuvo (en ¨¦ste, muchos a?os, desde que empez¨® EL PA?S, en 1976, hasta 2007), pero dibujados sobre todo para cada uno de los posibles lectores. Uno a uno, como un artesano que le dejara en la mesa del maquetista cientos, miles, de originales que al fin eran un solo original, dibujado d¨ªa a d¨ªa como una variaci¨®n multiplicada de su perplejidad ante los hechos del mundo. A la f¨ªsica le opuso la metaf¨ªsica, y desde ah¨ª sobrevol¨® el mundanal ruido.
Era un hombre t¨ªmido, pues, por eso se acerc¨® a un interlocutor tan alejado como Dios. Aquella perplejidad que lo hizo artista, y ciudadano, no lo dej¨® nunca, jam¨¢s abandon¨® su cara, en ninguna circunstancia. Como si ¨¦l mismo, en un momento determinado de su vida, se hubiera quedado en esa posici¨®n perpleja en la que se quedan los ni?os cuando no entienden algo y saben que jam¨¢s van a entenderlo del todo.
Creo que por eso busc¨® en sus dibujos la interlocuci¨®n de Dios, porque Dios es, acaso, lo m¨¢s incomprensible del mundo y s¨®lo pueden se?alarlo con cierta solvencia los ni?os perplejos o los artistas como M¨¢ximo San Juan.
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