¡°Los ¡®gadgets¡¯ deber¨ªan tener un prospecto que explique su peligro¡±
Este pensador reivindica la lectura en papel y advierte contra la transici¨®n digital
Tras estudiar asuntos tan distintos como los agujeros y las sombras, el fil¨®sofo Roberto Casati (Mil¨¢n, 1961) aborda los efectos m¨¢s perniciosos de la cultura digital en Elogio del papel. Contra el colonialismo digital (Ariel). En ¨¦l, este pensador reivindica la lectura en papel y pone en guardia contra la transici¨®n hacia lo digital, que considera que no debe ser obligatoria. Por ello, ha sido comparado con quienes siglos atr¨¢s se opusieron a la imprenta o a la televisi¨®n. Casati rebati¨® la acusaci¨®n en esta conversaci¨®n en su despacho del Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) de Par¨ªs, instituci¨®n de referencia en Europa, dependiente del Estado franc¨¦s.
Pregunta. ?Es su punto de vista el de un reaccionario?
Respuesta. En absoluto. No me opongo al formato digital, que utilizo a diario como profesor y en mi vida personal. El colonialismo digital es preocupante, esa ideolog¨ªa que propugna una migraci¨®n integral y determina que la totalidad de nuestra existencia tiene que transcurrir en el entorno digital. Mi opini¨®n es que debemos ser precavidos y distinguir la transici¨®n buena de la mala. Por poner dos ejemplos, la fotograf¨ªa digital ha supuesto un avance. En cambio, el voto electr¨®nico me parece una idea terrible, que puede dejar la democracia en manos de las mafias.
P. ?Qu¨¦ cambio ha supuesto la conectividad permanente?
R. Uno de tipo mayor. Hace diez a?os, un ordenador era una m¨¢quina inscrita en el espacio dom¨¦stico, que llen¨¢bamos de software y poco m¨¢s. Hoy, el ordenador imperante es el smartphone y la tableta, que son objetos conectados de manera permanente y destinados a la venta de contenidos y a la recolecci¨®n de datos personales, susceptibles de ser vendidos a terceros. Hasta ahora, la recogida de datos se ha limitado a lo que hacen plataformas como Facebook y no ha sido muy grave. Lo que va a suceder ahora lo ser¨¢ bastante m¨¢s. Por ejemplo, al utilizar una aplicaci¨®n para mejorar nuestro estado f¨ªsico, de esas que cuentan los pasos que damos o el latido de nuestro coraz¨®n, estamos regalando datos personales sobre nuestra salud. Y ese gesto no es anodino: esos datos quedan almacenados en la nube de un servidor estadounidense, que podr¨¢ venderlos a cualquier compa?¨ªa aseguradora.
P. La pregunta es c¨®mo puede oponerse uno a esa conectividad sin verse condenado a cierto aislamiento.
¡°Me opongo a un uso indiscriminado de tabletas y libros electr¨®nicos en las aulas¡±
R. Efectivamente, el comportamiento de quienes se resisten a esa colonizaci¨®n digital se ha convertido en una desviaci¨®n. Por ejemplo, quienes se niegan a estar geolocalizados de forma permanente pasan a estar socialmente estigmatizados, cuando en realidad no est¨¢n haciendo nada ilegal o inmoral. De hecho, los ciudadanos no conectados son considerados in¨²tiles por las corporaciones como Google, porque no est¨¢n cumpliendo con su funci¨®n: abastecerlos de datos gratis de manera permanente. No propugno una resistencia total, que en efecto me parece dif¨ªcil, sino una negociaci¨®n caso por caso. Cada vez que nos encontramos frente a una de esas transacciones, tenemos que preguntarnos hasta d¨®nde estamos dispuestos a ceder.
P. Dice que el impresionante dise?o de esas m¨¢quinas ha sido clave en la conquista de nuevos mercados.
R. El trabajo sobre el dise?o y la interacci¨®n ha tenido efectos positivos, porque han logrado democratizar esa tecnolog¨ªa. Pero, en el fondo, ha servido para conquistar nuevas cuotas de mercado. En ese sentido, lo que ha hecho Apple es paradigm¨¢tico. La forma es tan atractiva que resulta dif¨ªcil resistirse a ella. Sus objetos son maravillosos, pensados para estimular mecanismos de respuesta perceptiva inherentes al ser humano desde hace decenas de siglos, como la interacci¨®n con formas cambiantes que uno puede manipular. Creo que los legisladores deber¨ªan proteger mejor al consumidor, porque detr¨¢s de esos objetos magn¨ªficos se esconde una tentativa permanente de recolecci¨®n de datos a escala masiva. Yo propongo que los objetos tecnol¨®gicos vengan acompa?ados de un prospecto parecido al de los medicamentos, donde se nos expliquen los peligros que corremos al utilizarlos¡
P. Su obsesi¨®n es preservar la lectura sobre papel. ?Qu¨¦ cambia respecto a hacerlo en un libro electr¨®nico?
R. El libro en papel es un objeto m¨¢s adaptado a la lectura en inmersi¨®n, porque favorece la concentraci¨®n y el aprendizaje de conceptos complejos. No ofrece ninguna distracci¨®n posible, a diferencia de los dispositivos electr¨®nicos. Las investigaciones recientes demuestran que el aprendizaje y el gusto por la lectura sigue procediendo del libro en papel. Un estudio desarrollado en grandes universidades estadounidenses demuestra que m¨¢s del 90% de los alumnos prefieren estudiar con libros en papel. En Italia, los ¨²ltimos datos revelan que existe una erosi¨®n fuerte en la lectura de libros en papel. Lo curioso es que la causa no es el libro electr¨®nico, que ha tenido un impacto marginal. El verdadero retroceso est¨¢ en el grupo que va de los 15 a los 25 a?os, que ya no leen porque prefieren dedicarse a otras cosas. Cuando el inter¨¦s por leer no surge por voluntad propia y la familia no contribuye a la causa, solo queda la escuela como agente de protecci¨®n de la lectura. Por eso me opongo a un uso indiscriminado de tabletas y libros electr¨®nicos en las aulas. Creo incluso que se deber¨ªan leer libros enteros en clase. Ser¨ªa una se?al institucional fuerte sobre la importancia de la lectura.
P. ?No tiene algo idealizada esa lectura en papel? Tampoco queda al margen de las distracciones que describe: leemos sobre papel, pero con dispositivos electr¨®nicos conectados al lado.
¡°El voto electr¨®nico me parece una idea terrible, que puede dejar la democracia en manos de las mafias¡±
R. Es cierto, pero la tableta y el ordenador no hacen m¨¢s que amplificar ese zapping. Hay que protegerse respecto a las distracciones. No crea que a m¨ª no me cuesta; soy igual de d¨¦bil que cualquiera. Pero hay que ser fuertes en la interacci¨®n con los dem¨¢s. Por ejemplo, como profesor, me niego a competir con una actualizaci¨®n en un muro de Facebook. Obligo a mis alumnos a apagarlo todo. Cuando estoy en una reuni¨®n y un compa?ero empieza a mirar el m¨®vil, dejo de hablar hasta que deje de hacerlo. No porque exista la comida r¨¢pida hay que ingerirla cada d¨ªa. Con la tecnolog¨ªa pasa lo mismo: que exista no significa que haya que utilizarla permanentemente. Es un asunto que implica una negociaci¨®n constante.
P. Otra de sus teor¨ªas es que no existen los llamados nativos digitales.
R. Claro que no. Le pondr¨¦ un ejemplo. Mi madre tiene 80 a?os y nunca hab¨ªa utilizado un ordenador. Hace poco le regalamos una tableta y entendi¨® c¨®mo funcionaba en 15 minutos. No es que los cerebros de los j¨®venes hayan mutado gracias a su exposici¨®n a la tecnolog¨ªa. Es al rev¨¦s: son los ordenadores los que han cambiado para que puedan manejarlos hasta los ni?os.
P. ?Por qu¨¦ ha desarrollado su carrera en Francia?
R. Simplemente segu¨ª lo que me propon¨ªa el mercado del trabajo. He desarrollado mi carrera en Francia y no me considero un inmigrante: sigo pagando en euros, no necesito permiso de residencia y formo parte de una red universitaria transeuropea. Abogo por esa movilidad en el marco comunitario. Las instituciones deber¨ªan favorecerla a trav¨¦s de m¨¢s ayudas. Es un modelo muy estadounidense que nunca se ha impuesto en Europa, aunque conllevar¨ªa muchos beneficios en t¨¦rminos de dinamismo laboral. En Italia, el 80% de la poblaci¨®n vive a menos de 10 kil¨®metros del lugar donde nacieron sus abuelos. Yo creo mucho en Europa. Decimos que la convergencia europea no es ¨®ptima, pero no nos damos cuenta de que llevamos 60 a?os viviendo en paz, tras siglos de guerra. Mi abuelo estuvo toda la vida con un pulm¨®n da?ado por una bala durante la I Guerra Mundial. Mis hijos tienen una vida totalmente distinta. En solo dos generaciones, el cambio ha sido impresionante.
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