El hombre H, del mar a la Luna
Jes¨²s Hermida fue el periodista que cont¨® el primer paso del hombre sobre la Luna
Jes¨²s Hermida fue el periodista que cont¨® el primer paso del hombre sobre la Luna, pero antes hab¨ªa sido un humilde muchacho de Huelva que buscaba fortuna en el periodismo y que la hall¨® haciendo de s¨ª mismo en un peri¨®dico que fue caladero de algunos de los mejores periodistas de Espa?a, el diario Pueblo de Emilio Romero. Estuvo en el peri¨®dico EL PA?S como responsable de la revista semanal, y aqu¨ª dej¨® memoria de su extravagancia mundana pero tambi¨¦n de su profesionalidad rigurosa, como si en alma Hermida fuera dos, el exquisito y el que saltaba por encima de las mesas para buscar la colilla de su tabaco.
En Televisi¨®n Espa?ola, de vuelta de Nueva York, donde hizo una corresponsal¨ªa legendaria, hizo entrevistas que fueron famosas por su desparpajo sentimental y profesional, condujo programas ¨®mnibus (en los que tuvo como contertulio a gente como Camilo Jos¨¦ Cela) y termin¨® su carrera, cuando ya estaba lejos del oficio, haci¨¦ndole al Rey don Juan Carlos una entrevista que recibi¨® cr¨ªticas y alabanzas que ¨¦l, como hac¨ªa con la chaqueta, se puso indolentemente sobre sus hombros de dandy radical que nunca se resign¨® al tup¨¦ con el que lo caricaturizaron.
Jes¨²s Hermida fue un periodista at¨ªpico en Espa?a; aquella P¨¢gina Hache que desarroll¨® en Pueblo cuando la escritura no era la ambici¨®n principal de los del oficio, rozaba el delirio autosatisfecho de un periodista de salones, pero ten¨ªa dentro la metralla de un hombre acostumbrado a pescar en cualquier sitio perlas negras o blancas de la vida. ?l era humilde de cuna, y lo ten¨ªa a gala, pero era tambi¨¦n un exquisito; su vestimenta, pasada por los roces neoyorquinos, era exacta, cortada como para ¨¦l hasta cuando era de supermercado; fumaba puritos peque?os, y colocaba los pies sobre la mesa, como los periodistas legendarios de Hollywood, para marcar esa tendencia que s¨®lo sigui¨® ¨¦l, de modo que era la tendencia Hermida.
Televisi¨®n Espa?ola, despu¨¦s de Pueblo, fue su casa, y Nueva York su destino. Podr¨ªa decirse que jam¨¢s volvi¨® de Nueva York, que bajo el puente de Brooklyn, donde le dio sentido a su acento (entre norteamericano y onubense), se hizo un periodista distinto al que en Espa?a ve¨ªan con el morbo de los que no quieren que alguien se comporte con la libertad que envidian. Y fue ¨¦l mismo, hasta el final; esa entrevista reverenciosa al rey no era tan solo un servicio a la Corona: era la reminiscencia institucional que anidaba en el esp¨ªritu de Jes¨²s Hermida, capaz de la canalla de Pueblo y capaz tambi¨¦n de subirse al trono como si all¨ª hubiera estado toda la vida, como un cortesano que por dentro despreciaba el lujo con el que a veces lo revisti¨® la vida. Cuando ocurri¨® ese famoso incidente de su entrevista con el rey Juan Carlos, le pregunt¨¦ si quer¨ªa decir algo sobre las cr¨ªticas que le cayeron como huevos en un escenario. Me dijo que estaba de acuerdo con todos sus cr¨ªticos, ¡°pues no faltaba m¨¢s¡±.
?l era humilde de cuna, y lo ten¨ªa a gala, pero era tambi¨¦n un exquisito
A pesar de que su estilo cruzaba muchas veces el espacio de lo permisible en t¨¦rminos de lenguaje televisivo, era sobrio en las relaciones con otros, respetuoso siempre, a pesar de que la arrogancia que iba inherente a su car¨¢cter de guerrillero de la tele; su tendencia a la pose hizo rebosar en los dem¨¢s la irritaci¨®n y, acaso, la envidia. A fuerza de querer parecerlo, termin¨® siendo m¨¢s Hermida que Jes¨²s, pero en los ¨²ltimos a?os, hasta que gan¨® el premio Nacional de Televisi¨®n y lo vimos por ¨²ltima vez, era mucho m¨¢s Jes¨²s que nunca, aunque, c¨®mo no, ah¨ª tambi¨¦n fue Hermida. Era un hombre educado hasta los l¨ªmites a los que se puede llegar en la pleites¨ªa. El d¨ªa que recogi¨® ese premio, en 2013, ante los entonces pr¨ªncipes de Espa?a, hizo un recorrido sin papeles por toda su trayectoria. No se le escap¨® ni una s¨ªlaba en el aire: ya no hac¨ªa televisi¨®n, pero sab¨ªa que estaba hablando ante gente que lo hab¨ªa escuchado alguna vez ser el corresponsal inefable que tambi¨¦n quiso ser infalible. Y, sobre todo, estaba hablando delante de una compa?era que conoc¨ªa el oficio¡
Naci¨® en Ayamonte, en 1937, su trayectoria fue resumida as¨ª por los miembros del jurado que le concedieron ese premio: "Por su profunda significaci¨®n en su completa trayectoria como periodista, creador y conductor de programas televisivos desde los inicios de la televisi¨®n p¨²blica¡±. Destac¨® tambi¨¦n el jurado ¡°su decisiva contribuci¨®n al nacimiento y desarrollo de las televisiones privadas en Espa?a¡±. El jurado no tuvo en cuenta, no ten¨ªa por qu¨¦ seguramente, su etapa de Informaciones, su tiempo decisivo en Pueblo. Es injusto porque esa fue la escuela en la que Hermida aprendi¨® una de las facultades del ego: si no escribes, si no investigas, si no trabajas el ego, no sirve sino para cenicero.
Esa corresponsal¨ªa famosa la asumi¨® en 1968 y la desarroll¨® hasta 1978; hizo de todo, en televisi¨®n, en radio y en prensa; pas¨® de TVE a Antena 3, y acab¨® su tiempo dirigiendo la segunda edici¨®n de noticias de la televisi¨®n de Castilla La Mancha. Usaba anillos, por cierto, pero al contrario de lo que dice su imagen no era propenso a dejarlos caer ante cualquier reto, por m¨ªnimo que fuera.
Era un atrevido; ese estilo Hermida que viene de su H en Pueblo nunca se le atenu¨®, hasta aquel discurso ante los Pr¨ªncipes
Era un atrevido; ese estilo Hermida que viene de su H en Pueblo nunca se le atenu¨®, hasta aquel discurso ante los Pr¨ªncipes. En diciembre de 2006 le pregunt¨¦ c¨®mo estaba y ¨¦l dijo, distante, como dicen los poemas de ?ngel Gonz¨¢lez que a veces se ponen las personas para decir por fuera lo que sienten por dentro: ¡°Bien, distante en muchas cosas, esc¨¦ptico con respecto a un mont¨®n de ellas. Pero, sobre todo, contemplativo¡±. Hab¨ªa tenido en la mano el oro de la popularidad; Espa?a es un pa¨ªs que despide mal, y que retiene mal, y ¨¦l eso lo estaba padeciendo no como un insulto, pero s¨ª como un desd¨¦n inmerecido. As¨ª que le pregunt¨¦ despu¨¦s de aquella declaraci¨®n contemplativa qu¨¦ hab¨ªa tenido que pasar para que un entusiasta deviniera de tal modo en un esc¨¦ptico. Me dijo: ¡°El curso normal de la vida. Es un proceso ben¨¦fico de la naturaleza humana. Al final siempre hay cosas en las que crees m¨¢s, en esas te concentras, y de las obras te muestras distante¡±. Ahora cre¨ªa, me dijo, en la vida¡ ¡°Vivir es lo m¨¢s, de eso te das cuenta. Un amigo me dijo esta ma?ana: 'Qu¨¦ d¨ªa m¨¢s asqueroso hace hoy'. Y yo le dije: 'Pues si estuvieras muerto, ya te gustar¨ªa un d¨ªa como este".
D¨ªas as¨ª tuvo a miles, asquerosos y vivos; ahora ya no podremos pensar en ¨¦l sino como el hombre que se va con la chaqueta al hombro, fum¨¢ndose un purito, subiendo una cuesta de la que al final desaparec¨ªa elegante como un lobo de mar triste.
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