Voz del insomnio
Desde la primera frase, el primer p¨¢rrafo, se comprende que 'Sleepless Nights' es otra cosa, aunque al principio no se sabe lo que es. Es una novela, una memoria, una confesi¨®n
Uno sue?a libros que le gustar¨ªa escribir como si atisbara m¨²sicas que le llegan de lejos y a rachas, rumores de voces que se vuelven claras aunque uno no las puede identificar y luego se pierden, como se pierden o se quiebran los hilos de los pensamientos y las obsesiones del insomnio. Y tambi¨¦n sucede que esos libros que a uno le gustar¨ªa escribir los encuentra ya escritos por otros, sue?os realizados que uno no supo que albergaba hasta que los tuvo delante, casi siempre por azar, entre las manos, reconoci¨¦ndolos de inmediato con la sabidur¨ªa del tacto, como los reconoci¨® la mirada al encontrarlos en la mesa o en los anaqueles de una librer¨ªa.
Son libros particulares. No se parecen a otros. No hay un g¨¦nero preciso en el que se les pueda etiquetar. No son extremadamente c¨¦lebres. Se han escrito en un trance de metamorfosis permanente: ensayo, confesi¨®n, diario, relato de viajes, collage de citas, apuntes. En su formato ya suele haber algo que invita a la confidencialidad y a la lectura errante: libros que caben en cualquier bolsillo, que pueden abrirse por cualquier p¨¢gina y permiten breves secuencias de lectura completa, como la de un poema o la de un epigrama. Algunas veces ni siquiera obedecen a un proyecto de su autor: libros p¨®stumos nacidos de borradores que nunca se publicaron en vida, ordenados de manera conjetural y variable por distintos editores; materiales acumulados durante a?os para libros que no llegaron a existir, porque el autor muri¨® o se desanim¨®.
Con ego¨ªsmo de lectores nos alegramos de que Pascal no pudiera llevar a cabo el gran tratado de teolog¨ªa del que habr¨ªan formado parte sus Pensamientos: sueltos, desordenados, rel¨¢mpagos de agudeza o terror, nos interpelan con una urgencia muy superior a la de cualquier volumen de argumentaci¨®n teol¨®gica o filos¨®fica, que a estas alturas nos ser¨ªa tan ajeno como un monumento funerario. Porque Pessoa no dio fin al Libro del desasosiego nos parece que est¨¢ m¨¢s vivo todav¨ªa y que sigue escribi¨¦ndose, baraj¨¢ndose y desbaraj¨¢ndose, una forma fluida que nunca se calcificar¨¢ en la rigidez de lo definitivo. Dice Virginia Woolf en uno de sus diarios: ¡°?Te imaginas que se pudiera mantener la incertidumbre de un borrador en la obra terminada?¡±.
Hay en el libro de Hardwick un fulgor de escenas aisladas en el tiempo: un aborto, un encuentro avergonzado de antemano con un hombre¡
Un libro as¨ª sue?a uno. Como The Unquiet Grave, de Cyril Connolly, y Watermark, de Joseph Brodsky, como Direcci¨®n ¨²nica, de Walter Benjamin, o El ¡®spleen¡¯ de Par¨ªs, de Baudelaire, o El monstruo ama su laberinto, de Charles Simic, o los libros miscel¨¢neos tard¨ªos de Czeslaw Milosz o Marguerite Duras: prosas muy contenidas y a la vez extraordinariamente volubles, prosas escritas por poetas o en ese estado de m¨¢xima concentraci¨®n y temblor de entusiasmo del que nace la poes¨ªa; y sin la necesidad y el peso de una trama sostenida, de una argumentaci¨®n contumaz, esa pasi¨®n de la mente europea por organizar secuencias compactas y cerradas, con principio y medio y final, planteamiento, nudo y desenlace, como nos explicaban en las clases de literatura del instituto: novelas, sinfon¨ªas, dramas, ¨®peras, pel¨ªculas, el inicio, la ascensi¨®n, el cierre, el arco narrativo, la servidumbre de lo completo.
Me acuerdo de cuando encontr¨¦ Watermark, Marca de agua en la traducci¨®n espa?ola. Conoc¨ªa a Brodsky solo de nombre. Alguien con quien estaba citado en una esquina de Bleecker Street tardaba en llegar, y como hac¨ªa mucho fr¨ªo me refugi¨¦ en una librer¨ªa de segunda mano, hace tiempo desa?parecida. Se llegaba a ella bajando unas escaleras. Hab¨ªa tantos libros y tan poco espacio que costaba moverse entre las estanter¨ªas. Ahora es una tienda de Gap. Abr¨ª el libro por pura curiosidad, sin saber de qu¨¦ trataba, y no he dejado de admirarlo y envidiarlo desde entonces, veinte a?os volviendo a ¨¦l y agradeciendo que exista, de esa manera discreta en la que perduran las mejores obras no evidentes, dibujos o acuarelas m¨¢s que grandes lienzos al ¨®leo, cuadernos de apuntes que examinamos inclin¨¢ndonos sobre la vitrina de un museo.
Parece que los libros llegan cuando quieren a la vida de uno. A la m¨ªa acaba de llegar Sleepless Nights, de Elizabeth Hardwick, aunque pod¨ªa haber aparecido mucho antes en ella, porque un amigo muy certero en sus recomendaciones me lo regal¨® hace unos a?os y yo lo guard¨¦ y lo olvid¨¦, apurado por otras lecturas. He visto que la editorial Duomo lo public¨® en 2009, traducido por Marta Alcaraz, Noches insomnes. Elizabeth Hardwick estuvo casada con el poeta Robert Lowell y perteneci¨® a la generaci¨®n irrepetible de escritores y cr¨ªticos que fund¨® en 1963 The New York Review of Books. Desde la primera frase, el primer p¨¢rrafo, se comprende que Sleepless Nights es otra cosa, aunque al principio no se sabe lo que es. Es una novela, una memoria, una confesi¨®n, un diario, una secuencia de rememoraciones inconexas y de aforismos, una galer¨ªa de retratos, casi todos de desconocidos, aunque en el centro de ella est¨¢ el retrato admirable y escalofriante de Billie Holiday, vista muy de cerca, en los clubes de la calle 52 y en los hoteles de luz l¨ªvida y moquetas sucias de aquella zona en aquellos a?os.
Hardwick empez¨® a escribir Sleepless Nights hacia finales de los setenta, poco despu¨¦s de la muerte de Robert Lowell, a quien hab¨ªa amado y cuidado y perdonado y protegido
Hardwick empez¨® a escribir Sleepless Nights hacia finales de los setenta, poco despu¨¦s de la muerte de Robert Lowell, a quien hab¨ªa amado y cuidado y perdonado y protegido y abandonado y vuelto a acoger en el curso de sus trastornos mentales, sus borracheras y sus aventuras amorosas. Empieza uno a leer y le parece que est¨¢ viendo surgir en el papel, quiz¨¢s en la m¨¢quina de escribir, el proceso mismo de la invenci¨®n, el juego caprichoso de los recuerdos, la inmediatez del diario, el vaiv¨¦n entre el pasado y el ahora, entre las regiones diversas del pasado, la adolescencia de una se?orita de provincias con ilusiones sentimentales y literarias en el Sur, los c¨®cteles literarios y alcoh¨®licos en el Nueva York de los sesenta, los viajes por el mundo, la afici¨®n a la m¨²sica, Billie Holiday grande y carnal, so?olienta en sus adicciones, con el pelo te?ido de un rojo muy fuerte, los rizos ca¨ªdos sobre la frente, dice Hardwich, como chorros de sangre.
Por los mismos d¨ªas he le¨ªdo tambi¨¦n El amante, de Marguerite Duras, y he encontrando resonancias entre un libro y otro que me ayudan a admirar y envidiar m¨¢s cada uno de los dos. Como Duras, Hardwick es al mismo tiempo desvergonzada y pudorosa, y se concede a s¨ª misma la libertad de seguir un hilo continuo de tiempo, y de borrarse de la narraci¨®n o retirarse a un segundo plano para dejar que las cosas parezcan suceder ante los ojos del lector sin mediaci¨®n de una conciencia. Hay un fulgor de escenas aisladas en el tiempo, con una vinculaci¨®n difusa al antes y al despu¨¦s: un aborto, un encuentro temeroso y avergonzado de antemano con un hombre en una habitaci¨®n desconocida, un despertar de resaca y ropa tirada por el suelo, unos m¨²sicos de jazz fatigados de insomnio en el vest¨ªbulo de un hotel, a las cuatro de la madrugada.
El libro avanza y uno sigue sin saber lo que es, a qu¨¦ se parece. Se llega al final y se empieza de nuevo, y cuanto m¨¢s atentamente se lee m¨¢s perceptible se vuelve, como en la poes¨ªa, el espacio en blanco entre las palabras y las resonancias del sentido.
Noches insomnes. Elizabeth Hardwick. Traducci¨®n de Marta Alcaraz. Duomo. Barcelona, 2009. 115 p¨¢ginas. 14 euros.
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