Instalaciones, haikus y collages autobiogr¨¢ficos
Con sarcasmo y melancol¨ªa, la literatura de Val¨¦rie Mr¨¦jen va explotando una veta autobiogr¨¢fica centrada en los sentimientos y las relaciones familiares
He le¨ªdo cuatro libros de Val¨¦rie Mr¨¦jen traducidos al espa?ol: El abuelo, El agrio, Eau savage y Selva Negra. Todos se caracterizan por explotar una veta autobiogr¨¢fica centrada en los afectos, la vida familiar, y por poner el foco sobre un personaje que se construye sintetizando sarcasmo y melancol¨ªa. En El agrio, el despojamiento de la prosa genera un dramatismo rid¨ªculo y, m¨¢s all¨¢ de la antipat¨ªa que nos despierten el amante y su acritud, las lectoras nos interrogamos sobre nuestra vanidad y neurosis, sobre la fascinaci¨®n femenina por los hombres desapegados. En Eau savage, la hiperprotecci¨®n de un padre da lugar a un di¨¢logo truncado: a un mon¨®logo disperso, c¨®mico, tierno y opresivo, reconocible por casi todas las hijas del mundo. Con la iluminaci¨®n del abuelo, el novio, el padre y ahora la madre, la escritora conforma un collage que la retrata. Entiendo como un todo los textos de Mr¨¦jen y entiendo tambi¨¦n que, en el collage, el corte y la fractura son significativos. Con cada tentativa literaria, la escritora coloca espejos contra su propio cuerpo, pero en vez de llevar a cabo esta labor como la fot¨®grafa Cindy Sherman, que con sus selfies disfrazados probablemente no habla tanto de s¨ª misma como de las lacras que agobian a muchas mujeres, Mr¨¦jen practica el elegante ejercicio diferido de autorretratarse acumulando retazos de otros. Sherman opera desde dentro hacia fuera, y Mr¨¦jen lo hace al rev¨¦s: la idea de ser en lo ajeno se combina con el valor de la intimidad, de modo que se amalgaman lo externo y lo interno, periferia y n¨²cleo. Hasta Selva Negra, el tono de la instalaci¨®n autobiogr¨¢fica, que Mr¨¦jen lleva d¨¦cadas elaborando con t¨¦cnicas diferentes y diferentes lenguajes art¨ªsticos ¡ªv¨ªdeo, fotograf¨ªa, literatura¡ª, siempre ten¨ªa algo de aleve. Como aviones ultraligeros. Incluso podr¨ªamos calificar sus textos de divertidos. Sin embargo, Selva Negra no busca nuestra sonrisa.
Leo Selva Negra y me intranquiliza pensar que, a medida que cumplimos a?os, la ciudad y la casa se nos llenan de fantasmas. Algunos se quedan dentro de los ¨¢lbumes familiares. Otros se refugian en los sue?os, enjaulados en la fase REM. Con los m¨¢s queridos edificamos la fantas¨ªa de que en realidad no han muerto. Viven en otro pa¨ªs y no regresan porque est¨¢n muy enfadados con nosotros. Sensaciones parecidas son las que plasma Val¨¦rie Mr¨¦jen en Selva Negra: la escritora, hu¨¦rfana de madre desde que era adolescente, plantea la posibilidad de un encuentro e imagina c¨®mo ser¨ªa el proceso de reconstrucci¨®n de un v¨ªnculo. La narradora se multiplica en las voces de sus distintas edades y da lugar a un texto fragmentario, irreconocible desde un punto de vista gen¨¦rico, que se parece a las ramas de los ¨¢rboles del bosque de Aokigahara. En la contraportada de esta edici¨®n se nos explica que en ese bosque el escritor Seicho Matsumoto ambient¨® el suicidio del protagonista de su novela Selva Negra. Selva Negra y Selva Negra, y de nuevo la muerte como duplicaci¨®n. Matsumoto hizo que los suicidas frecuentaran Aokigahara. La literatura funda la realidad, y las conexiones intertextuales entre Mr¨¦jen y Matsumoto, entre la reciente literatura francesa y los escritores japoneses ¡ªpienso en esa excelente eleg¨ªa a la hija muerta titulada Sarinagara, de Philippe Forest¡ª, son al mismo tiempo tan delicadas y firmes como el arte de la papiroflexia y la l¨®gica del haiku.
Las im¨¢genes de Mr¨¦jen sintetizan una idea impactante; son la hoja de cerezo que nos llega directamente a la raz¨®n y al intestino: la madre coge el tel¨¦fono y al volver al ba?o encuentra ahogado a su beb¨¦ en la ba?era; la mujer entra al hospital y desde ese momento sus s¨ªntomas se convierten en un caso ¡ªmuere pronto¡ª; los hu¨¦rfanos somatizan la angustia, les duele todo; ?duard Lev¨¦ se suicida¡ Para construir esta eleg¨ªa poscontempor¨¢nea sobre la ausencia de la madre, sobre c¨®mo las p¨¦rdidas se nos graban en el cuerpo y hacen de nosotros lo que somos, Mr¨¦jen no selecciona solo una muerte, sino todas las muertes, como si cada deceso formase parte de una red pegajosa de la que no podemos escapar. Basta con mirar alrededor. La muerte tambi¨¦n son las transformaciones en el paisaje urbano: de pronto nos damos cuenta de que la se?ora que vend¨ªa flores en el mercado ha desaparecido. En este punto, no puedo dejar de mencionar Hermana muerte, de Thomas Wolfe, donde se revela lo que la muerte tiene de imborrable; no solo en el recuerdo: es tambi¨¦n la mancha que queda en el asfalto tras un accidente. La ligereza de Val¨¦rie Mr¨¦jen est¨¢ llena de hondura. Su fr¨ªo es conmovedor. Y su laconismo esconde un c¨²mulo de palabras que, por debajo, nombran emociones dif¨ªciles de catalogar. Ella sabe que esas s¨ªntesis contradictorias ¡ªtambi¨¦n la de la madre muerta¡ª son un m¨¦todo de conocimiento que nos permite indagar en el fondo de la vida con un tremebundo berbiqu¨ª.
Selva negra. Val¨¦rie Mr¨¦jen. Traducci¨®n de Sonia Hern¨¢ndez Ortega. Perif¨¦rica. C¨¢ceres. 2015. 83 p¨¢ginas, 14,50 euros.
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