Principio para siempre
Luis Su?¨¦n escribe los poemas de 'Volver y cantar' con un fraseo contenido y quebrado, que se corresponde muy bien con su pudor expresivo
Dice Valle-Incl¨¢n: "Todo nuestro arte nace de saber que un d¨ªa pasaremos". Esas palabras me vienen a la memoria leyendo el ¨²ltimo libro de Luis Su?¨¦n, Volver y cantar, unos cincuenta poemas que se han ido escribiendo a lo largo de ocho a?os, el tiempo que ha pasado desde que Su?¨¦n public¨® El que oye llover, donde agrupaba en poco m¨¢s de doscientas p¨¢ginas toda una vida de dedicaci¨®n a la poes¨ªa. Digo que los poemas se han ido escribiendo porque estoy convencido de que la poes¨ªa se escribe sola, m¨¢s a¨²n de lo que se escriben solas las novelas. La deliberaci¨®n cuenta poco, el proyecto. Si la novela surge, se impone a uno como reclama atenci¨®n el hocico de un perro obstinado; el poema es todav¨ªa m¨¢s involuntario, porque no requiere un armaz¨®n que sostenga su escritura a lo largo de mucho tiempo, una trama que apuntale el discurrir de la invenci¨®n, sometiendo la historia a las convenciones inevitables de un g¨¦nero, a lo que pod¨ªamos llamar con cierta melancol¨ªa lo novelero de la novela.
La novela surge como un indicio, como un fogonazo, pero esa instantaneidad de lo intuido y lo so?ado ha de mantenerse a lo largo de muchas p¨¢ginas. El poema es el indicio y es tambi¨¦n su cumplimiento, el fogonazo que dura y sin embargo no pierde la sugesti¨®n de una brevedad deslumbradora. Principio para siempre, dice Su?¨¦n. La novela empieza como un garabato en medio de un gran lienzo en blanco que ha de ser cubierto por las figuras que se ir¨¢n proyectando sobre ¨¦l como en un lento estallido, una explosi¨®n en cadena. El poema es el garabato y el espacio en blanco que permanece intacto. En el interior de las novelas a veces quedan las huellas de los primeros estallidos, las visiones, las im¨¢genes aisladas que las provocaron. Con mucha frecuencia la m¨¢s clara de esas huellas es la primera frase, la que lleg¨® de golpe y empez¨® a poner orden y revel¨® el tono de lo que habr¨ªa de venir despu¨¦s, lo que en el momento en que esa frase se escrib¨ªa era sobre todo oscuridad y desorden. En el principio fue el verbo. Podr¨ªa decirse que un buen poema es siempre el equivalente de esa primera frase: y que el poeta, a diferencia del novelista, ya no tiene que escribir nada m¨¢s. El poema contiene juntos el principio y el fin, es la primera frase y la novela entera, la historia que no necesita ser contada para existir completa. Incluso cuando el poema se adentra en lo narrativo, como en muchos de los de Robert Frost, la temporalidad se mantiene contenida: los poemas de Frost suceden en un tiempo tan instant¨¢neo como el de un haiku.
Saber que un d¨ªa pasaremos es una informaci¨®n que est¨¢ al alcance de todo el mundo, pero que nadie llega a creerse en el fondo hasta que no asiste con seriedad al paso cada vez m¨¢s r¨¢pido de los a?os, a la evidencia de su desaparici¨®n. Lo que era ya no es. En la galer¨ªa de las presencias habituales, las queridas, las conocidas, las medio distantes, ya abundan los espacios vac¨ªos. Tiempo fuera del tiempo, un poema atestigua dolorosamente la fugacidad de lo visible y de lo vivido y tambi¨¦n la alza en su fr¨¢gil plenitud.
El poema es el indicio y es tambi¨¦n su cumplimiento, el fogonazo que dura y no pierde la sugesti¨®n
Luis Su?¨¦n, que ha sido siempre un poeta de la celebraci¨®n templada, del arrebato sereno, a la manera de Fray Luis de Le¨®n y de Jorge Guill¨¦n, ha ido adquiriendo en estos ¨²ltimos a?os una tristeza sobria, no sombr¨ªa ni amarga, ni siquiera ce?uda, una mirada que se detiene m¨¢s en los dones y en las bellezas de la vida porque ahora advierte en ellos con mayor lucidez su condici¨®n pasajera, su brevedad sin regreso. En otro tiempo, el poeta fue, seg¨²n la misteriosa expresi¨®n com¨²n, el que oye llover: el que presta una atenci¨®n complacida a las cosas y a la vez se mantiene un poco al margen de ellas. Ahora de lo que se trata es de volver y cantar, pero volver no se puede, y en el cantar est¨¢ la alegr¨ªa de esa misma palabra y la pena por la desaparici¨®n de lo cantado, lo que era y ya no es, lo que sigue siendo a pesar de todo y nos concede la ilusi¨®n precaria de que lo seguir¨¢ siendo mucho m¨¢s, algo m¨¢s.
Luis Su?¨¦n, que tanto sabe de m¨²sica, escribe con un fraseo contenido y quebrado, que se corresponde muy bien con su pudor expresivo, con su deriva entre el escepticismo y la creencia, entre la confesi¨®n y la elipsis, ahora m¨¢s acentuadas que nunca. Su sentido de la dicci¨®n y del ritmo tienen mucho que ver con lo m¨¢s austero de la escuela cl¨¢sica espa?ola y con su cercan¨ªa a poetas de otros idiomas menos propensos a la palabrer¨ªa, poetas ingleses y americanos sobre todo, unas veces sugeridos y otras nombrados con voluntad de homenaje y como declaraci¨®n indirecta de principios: Philip Larkin, Thomas Hardy, Mark Strand, John Ashbery, Robert Lowell. Que Lowell se encuentre en esta lista me parece revelador: un poeta del borbot¨®n y el desgarro junto a los maestros de la intensidad comedida.
Tambi¨¦n Su?¨¦n se ha ido soltando, aventur¨¢ndose m¨¢s seg¨²n se suced¨ªan los poemas, acentuando rasgos que estaban en su trabajo desde el principio y atrevi¨¦ndose a unos despliegues visionarios y a unas vehemencias verbales que tienen algo de rapto, de efecto acumulado en una escritura gradualmente exaltada, alimentada por su propio fuego. Hay poemas como vi?etas narrativas ¡ªla visita a la madre muy anciana, la conversaci¨®n por tel¨¦fono con una amiga de muchos a?os¡ª y otros como visiones del Apocalipsis, como viajes espectrales por un Madrid en el que pululan Goya y el capit¨¢n Ahab, las majas l¨²bricas de las Pinturas Negras y el arponero tatuado Queequeg.
Pero aun en esas fantas¨ªas extremas acaba por prevalecer la cordura. Su?¨¦n elude el melodrama con la misma soltura que las rutinas y las vacuidades ret¨®ricas de la poes¨ªa contempor¨¢nea espa?ola m¨¢s evidente. Es natural sin vulgaridad ni trivialidad y mide los versos con un cuidado que disimula su destreza, haci¨¦ndolos sonar como el flujo del habla, evitando siempre los acentos previsibles. Una preposici¨®n o una conjunci¨®n pueden terminar el verso: as¨ª parece que el poema queda un momento en el aire, como cuando alguien se interrumpe para tomar aire, o cuando titubeamos por una duda o por un asombro. El humor atempera la solemnidad. El poema filtra el habla com¨²n y depura el idioma como una ostra filtra y mantiene limpia el agua de un estuario. Esc¨¦ptico sin angustia, el casi creyente y casi agn¨®stico tantea la posibilidad de que la muerte no sea el final de todo, o de que haya al menos una expectativa decorosa de resurrecci¨®n: una resurrecci¨®n como las que san Francisco de Paula hac¨ªa extensivas a los peces o a los p¨¢jaros, o como la que imagin¨® el pintor ingl¨¦s Stanley Spencer en los a?os veinte, despu¨¦s de la gran carnicer¨ªa de la I Guerra Mundial; una resurrecci¨®n ben¨¦vola, sin trompetas aterradoras ni juicio final, celebrada como una fiesta campestre en un paisaje cotidiano, en un apacible prado ingl¨¦s, no en el secano calc¨¢reo del valle de Josafat: una culminaci¨®n dichosa, un principio para siempre. ?
Volver y cantar.?Luis Su?¨¦n. Editorial Trotta. Madrid, 2015. 72 p¨¢ginas. 12 euros.
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