Bonaparte y Wellington, enfrentados en la guerra y unidos en el amor
Una exposici¨®n repasa las vidas paralelas del emperador y el duque de hierro con motivo de los 200 a?os de la batalla de Waterloo
Cuando midieron sus fuerzas por ¨²ltima vez, Bonaparte y Wellington ten¨ªan 46 a?os y muchos tiros dados. Dos arrogancias frente a frente. El rival que cada uno necesitaba. Enemigos ¨ªntimos. Algo tendr¨ªa que decir Freud de sus compartidas aventuras er¨®ticas. Uno despu¨¦s del otro, claro est¨¢. Mademoiselle Georges, la actriz m¨¢s popular de la comedia francesa, disfrut¨® de los encantos napole¨®nicos, antes de descubrir los del duque de Wellington. Y tambi¨¦n la cantante de ¨®pera Giuseppina Grassini, los despach¨® en el mismo orden. Tal vez se detestasen pero compart¨ªan dos aficiones: el amor y la guerra.
Hay m¨¢s episodios comunes en la vida de ambos, que se evocan a trav¨¦s de 250 piezas en la exposici¨®n Napole¨®n-Wellington: destinos cruzados, que se puede visitar en el Museo Wellington, en Waterloo (B¨¦lgica). Otra m¨¢s de las actividades organizadas con motivo del bicentenario de la batalla que el 18 de junio de 1815 enterr¨® definitivamente el liderazgo napole¨®nico. Hasta el museo acudi¨® Carlos Bonaparte, representante del linaje que hace dos siglos domin¨® buena parte de Europa, para sumarse a un simb¨®lico manifiesto a favor de la paz, que ir¨¢n rubricando descendientes de todas las partes en liza.
Waterloo fue la ¨²nica oportunidad que tuvieron el Duque de Hierro y el Emperador de enfrentarse directamente. En la campa?a ib¨¦rica sobre la que ciment¨® su prestigio, Wellington se hab¨ªa batido con tropas napole¨®nicas, cuyo mando supremo andaba en otros frentes. Y fue su triunfo sobre ¡°el dios de la guerra¡± el que le abri¨® las puertas del cielo (las calles de Londres se colapsaron en 1852 al paso del cortejo f¨²nebre del duque y se gener¨® un p¨ªcaro negocio de venta de lugares de observaci¨®n en primera l¨ªnea y de mechones del hombre que hab¨ªa sido mejor en la guerra que en la paz en sus dos etapas como primer ministro).
Si sorprende encontrar en la exposici¨®n un fular de Herm¨¨s a mayor gloria de Napole¨®n, donde ¨¦l ocupa un pedestal flanqueado por los nombres de Mosc¨², Berl¨ªn, Madrid y otras conquistas, m¨¢s impactante resulta observar a pocos metros un pa?uelo de seda dedicado a las victorias del duque de Wellington, en el que no faltan los nombres de Talavera o Duero.
Hay numerosos gui?os de su paso por Portugal y Espa?a en la muestra del museo, instalado en la casa donde Wellington pernoct¨® en 1815 antes de la batalla que enfrent¨® a 163.000 hombres (69.000 de Napole¨®n, 69.000 de Wellington y 25.000 de Von Bl¨¹cher). Entre los objetos personales se exponen neceseres, utensilios de campa?a, un samovar del emperador o una capa de su adversario. El repaso biogr¨¢fico se detiene en coincidencias como la edad (nacieron en 1769), las pasiones o el escaso lustre acad¨¦mico: a Arthur Wellesley le rechazaron en Eton en dos ocasiones, mientras que se recuerda el mediocre expediente de Bonaparte antes de acceder a la carrera militar.
La guerra acab¨® de hermanarles. Y dado que lideraban ej¨¦rcitos rivales, s¨®lo uno pudo pasar a la historia como victorioso. La noche antes del enfrentamiento, Napole¨®n resumi¨® el quid de la cuesti¨®n: ¡°?Hay imperios, reinos, el mundo o la nada, entre una batalla ganada y una batalla perdida!¡±.
Babelia
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