Al cabo de tantos a?os
Escribir es llegar al final de algo, concluir algo, lo que sea, un cuento, un poema, un art¨ªculo, una novela de 500 p¨¢ginas
En el calor extremo me acuerdo de otro julio de hace 30 a?os justos, cuando di por terminada por primera vez una novela y la envi¨¦ al editor que hab¨ªa mostrado inter¨¦s en leerla. Terminar la novela hab¨ªa sido una experiencia tan desconcertante como encontrarse escribi¨¦ndola, sintiendo una cierta seguridad de que no quedar¨ªa interrumpida como otras veces, paralizada por la duda y el des¨¢nimo, por las obligaciones inapelables del trabajo o la vida familiar. Hab¨ªa sido una novela de veranos. En el de seis a?os antes yo me hab¨ªa dedicado plenamente a ella por primera vez, en las vacaciones tras el final de la carrera, muy empapado en sus materiales, pero incapaz de encontrar una forma que los abarcara y les diera un orden narrativo. Fue el primero de varios veranos de mucho calor y escritura incesante. Me hab¨ªa impuesto a m¨ª mismo un t¨¦rmino esperanzado pero insensato: dar fin a la novela hacia principios de octubre, que era cuando ten¨ªa que incorporarme al ej¨¦rcito. Tem¨ªa que si no la dejaba terminada la novela no sobrevivir¨ªa a la interrupci¨®n de 14 meses que se abr¨ªa como un foso delante de m¨ª, se disgregar¨ªa sin remedio en el t¨²nel disciplinario del servicio militar y en la gran incertidumbre de la vida futura.
Contaba las p¨¢ginas que llevaba escritas y los d¨ªas de verano y de libertad que me quedaban. Cuanto m¨¢s escrib¨ªa, m¨¢s perdido me hallaba. La historia proliferaba en personajes y complicaciones de la trama. Cada nueva invenci¨®n que la enriquec¨ªa agravaba su desorden. Ahora que lo pienso, los veranos han sido muy f¨¦rtiles para mi trabajo en las novelas. Unas veces para escribirlas y otras para leer las que m¨¢s beneficiosas me han sido, las grandes lecturas fundamentales para mi educaci¨®n. Por primera vez, en el verano de 1979, escrib¨ª disciplinadamente, d¨ªa tras d¨ªas, sin distraerme en nada m¨¢s, adoptando h¨¢bitos que favorec¨ªan el trabajo al a?adirle un orden exterior. En una mesa de madera, en el portal fresco de una casa de ?beda, usando a rachas una m¨¢quina de escribir o una pluma, desde la media tarde a la ca¨ªda de la noche, bebiendo caf¨¦ con hielo, indiferente al calor, tan embebido en lo que hac¨ªa que hasta se me olvidaba la sombra colgada sobre m¨ª, cada vez m¨¢s cercana. El ej¨¦rcito no era solo una incomodidad, sino una amenaza. Los atentados terroristas se multiplicaban a diario, cada vez m¨¢s sangrientos, y con ellos la posibilidad de un estado de excepci¨®n, de un golpe militar. Ir destinado al Pa¨ªs Vasco ser¨ªa encontrarse en el coraz¨®n del peligro y del miedo, el miedo id¨¦ntico a los pistoleros y a los militares golpistas. Solo escribir me aliviaba. El trabajo ha sido siempre la mejor terapia para m¨ª. Las preocupaciones m¨¢s graves y las obsesiones m¨¢s da?inas han quedado brevemente en suspenso gracias al ensimismamiento de la literatura.
La noche de verano en que termin¨¦ la novela estaba solo. No ten¨ªa tel¨¦fono. No pod¨ªa llamar a nadie para dec¨ªrselo
Volv¨ª del todo a la novela cuatro veranos despu¨¦s. Ahora ten¨ªa un tono, una voz concreta y al mismo tiempo velada que la contaba, un principio seguro. Hab¨ªa descubierto lo que he vuelto a comprobar con cada novela que he escrito, que una primera frase se parece a un milagro y a una iluminaci¨®n, y que sin ella no hay nada, por mucha historia que uno lleve en la cabeza, por muchos borradores que haya acumulado. Ahora no se alzaba delante de m¨ª un t¨¦rmino sombr¨ªo, pero tampoco contaba con el lujo ilimitado del tiempo. Al cabo de un mes tendr¨ªa que dejar el refugio de aquella casa de umbr¨ªas frescas de ?beda, tan propicia de nuevo para el oficio de escribir. Ahora trabajaba en una oficina, y volver¨ªa a ella al final de las vacaciones. Era preciso aprovechar cada d¨ªa, no perder el estado de esp¨ªritu del que brotaba la novela, el caudal que casi se extingui¨® cuatro veranos antes. Y siempre estaba el miedo a que la vuelta a la oficina malograra esa concentraci¨®n tan dif¨ªcil, tan quebradiza que cualquier distracci¨®n puede disiparla. Te atrapan de nuevo las obligaciones exteriores, las urgencias, los sobresaltos, las llamadas de tel¨¦fono. La novela aplazada se aleja y se convierte en un remordimiento, en la sospecha de una imposibilidad de la que nadie m¨¢s que uno mismo es culpable. La novela es como el ¡°rec¨®ndito tesoro¡± que a?ora el viejo pirata ciego del soneto de Borges, con una diferencia. Por muchos a?os que pasen, las monedas de oro permanecer¨¢n inalterables en el cofre sepultado en la arena. El tesoro de la novela inacabada puede desaparecer sin rastro si se tarda demasiado en exhumarlo.
Escrib¨ªa a rachas a lo largo del a?o, pero fue en la isla del mes de vacaciones y de la casa en penumbra donde se hizo la novela, en dos veranos seguidos. Era una tarea tan completa que se bastaba a s¨ª misma. Solo muy vagamente pensaba en lo que suceder¨ªa una vez que la novela estuviera terminada. Llevaba tanto tiempo viviendo de un modo u otro con ella que me costaba imaginarme libre de su cercan¨ªa obsesiva. Menos a¨²n imaginaba la novela publicada, un libro como cualquier otro en un escaparate o en una mesa de novedades, m¨ªo y ajeno, exterior a m¨ª. Pero la publicaci¨®n de la novela no era mucho m¨¢s quim¨¦rica que su final, que parec¨ªa alejarse seg¨²n yo continuaba escribiendo.
Por primera vez, en el verano de 1979, escrib¨ª disciplinadamente, d¨ªa tras d¨ªas, sin distraerme en nada m¨¢s
Cuando vino fue desconcertante, un estupor y casi una decepci¨®n, m¨¢s que el golpe de alegr¨ªa y de alivio que hab¨ªa previsto desde hac¨ªa a?os. Escribes una frase y resulta que es la ¨²ltima, pero no sucede nada a tu alrededor, ni dentro de ti. La noche de principio de verano en que termin¨¦ la novela estaba solo. No ten¨ªa tel¨¦fono. No pod¨ªa llamar a nadie para decirle que hab¨ªa terminado. Saqu¨¦ el ¨²ltimo folio de la m¨¢quina y lo puse junto a los otros. Contuve el impulso de volver al principio, abrumado de antemano por todos los errores y descuidos que encontrar¨ªa, todo el trabajo de correcci¨®n que tendr¨ªa por delante. Yo no era ya el mismo que cuando escrib¨ªa las primeras p¨¢ginas, dos veranos antes. Entre el principio y el final, el aprendizaje de escribir una novela completa me hab¨ªa cambiado. Escribir es llegar al final de algo, concluir algo, lo que sea, un cuento, un poema, un art¨ªculo, una novela de 500 p¨¢ginas.
Yo pensaba que aquella novela me hab¨ªa costado tanto porque era la primera que escrib¨ªa; que el oficio ir¨ªa facilitando las cosas, limitando las inseguridades, la posibilidad de la equivocaci¨®n y el fracaso. Al cabo de 30 a?os, despu¨¦s de escribir novelas que llegaron al final y otras que quedaron interrumpidas, tentativas obstinadas que se me deshicieron en nada, comprendo y acepto que no hay progreso en este trabajo. El aprendizaje necesario para escribir una novela se vuelve irrelevante una vez terminada. Para la pr¨®xima, si es que llega, habr¨¢ que aprender cosas completamente distintas, insospechadas antes de empezarla. Es verano otra vez. Hace mucho calor. A pesar de la pereza el cuerpo me pide una novela. No tengo ni idea sobre c¨®mo dar forma a las cosas entre recordadas e inventadas que me vienen a la imaginaci¨®n. Treinta a?os no es nada.
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