Disparando a la brisa
Dos libros muy distintos que acabo de leer tienen el hilo com¨²n de las amistades caminadas y conversadas
![Dos personas caminan por el paseo marítimo de Barcelona.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/BA6GQKUVCFVLT5PBXT6FABOI6M.jpg?auth=70a9f88a6494a2a755003dddab00572cd3e888655a30bcd88669f4dd7f882882&width=414)
Los mejores pensamientos son los pensamientos caminados, dice Nietzsche. Pero son mejores todav¨ªa los pensamientos caminados y conversados; los que brotan no de la solitaria divagaci¨®n, sino del intercambio entre dos inteligencias caldeadas por la amistad, aguzadas por el h¨¢bito de la disputa cordial y exigente. Admiramos las Enso?aciones del paseante solitario, de Rousseau, pero tambi¨¦n nos damos cuenta de c¨®mo la soledad puede aproximarse a la obsesi¨®n y al delirio. En La vida de Samuel Johnson, de James Boswell, hay tanta inteligencia y tanta capacidad de observaci¨®n y escrutinio como en las mejores p¨¢ginas de Rousseau, pero hay tambi¨¦n agitaci¨®n, alegr¨ªa, burla, picaresca, disfrute de la vida y sobre todo, junto al impulso caminante, el caudal continuo de las conversaciones, la comedia de las voces humanas mezclada a los ruidos que intuimos aunque no los oigamos, el de los vasos y las carcajadas de los bebedores en una taberna, el de la cena en un reservado, el de la ciudad, Londres, por la que andan siempre de un lado a otro el doctor Johnson y su disc¨ªpulo Boswell, y en torno a ellos los amigos con los que se encuentran y los desconocidos con los que traban alegremente una conversaci¨®n.
La lectura, la escritura, la invenci¨®n art¨ªstica suelen exigir soledad y silencio. En la conversaci¨®n, el pensamiento se vuelve locuaz y al encarnarse en el sonido de las voces adquiere tambi¨¦n un metal de presencia verdadera que lo confunde con el afecto y lo protege contra las tentaciones de la abstracci¨®n y del mon¨®logo. El que conversa vuelve su curiosidad hacia las palabras del otro y ejercita de antemano la tolerancia. Cualquier tema suscitado en una conversaci¨®n adquiere la temperatura de la amistad, y muchas veces tambi¨¦n del amor.
Una amistad es una conversaci¨®n y una caminata. Al doctor Johnson lo imaginamos caminando deprisa
Una amistad es una conversaci¨®n y una caminata. Al doctor Johnson lo imaginamos caminando deprisa seguido por Boswell, divagando con ¨¦l sobre las cosas que van viendo, o subido junto a ¨¦l a un coche de caballos, o viajando en una barca de alquiler entre Londres y Greenwich, siempre con el destino final de una cena muy conversada que se prolonga hasta las tantas. Est¨¢ el placer sedentario de conversar en una barra, en la mesa de caf¨¦ o de restaurante, pero hay momentos de conversaci¨®n caminada que son insuperables, como si por el simple hecho de andar juntos los amigos sientan m¨¢s inclinaci¨®n hacia la pura charla sin objetivo preciso, el divagar de las palabras junto al de los pasos. No se est¨¢n haciendo grandes confidencias, ni formulando ideas profundas, ni discutiendo los asuntos imperiosos del d¨ªa: simplemente se habla, y el arroyo tranquilo de la conversaci¨®n va de un lado a otro. A esa manera de ir charlando por ah¨ª se le llama en ingl¨¦s, con una expresi¨®n de gran belleza po¨¦tica, ¡°shooting the breeze¡±: dispararle a la brisa, entretenerse con nada.
Sin que los conversadores se den cuenta, el paso se ha hecho m¨¢s lento, quiz¨¢ porque han comido bien y han tomado m¨¢s de un vaso de vino. Y algunas veces los pasos se detienen del todo, porque uno de los amigos, con frecuencia el de m¨¢s edad, se ha quedado quieto para facilitar un recuerdo, o para subrayar una afirmaci¨®n. En Nueva York tengo dos amigos propensos a caminar y conversar as¨ª, lo cual no deja de presentar ciertas dificultades en esas aceras por las que la gente camina con una urgencia que excluye implacablemente cualquier desviaci¨®n de su propia l¨ªnea recta. Mi amigo Vicente Echerri anda a un ritmo de capital de provincia cubana por la que todav¨ªa no circu?laran muchos autom¨®viles, como habr¨ªan andado su padre o sus t¨ªos al salir de un caf¨¦ en su Trinidad natal. Norman Manea, por descansar las piernas o por asegurarse de que no me apresuro, se tomaba de mi brazo la ¨²ltima vez que caminamos juntos conversando, Broadway arriba, un anochecer de principios de verano. Su mujer y la m¨ªa se alejaban muy por delante de nosotros. Norman y yo compar¨¢bamos recuerdos de dictadores y de plazas llenas de multitudes disciplinadamente entusiastas, Ceausescu y Franco, Bucarest y Madrid, los grados de opresi¨®n y chantaje de la vida diaria, la extra?eza del futuro en el que viv¨ªamos ahora y la ciudad, tan lejana de nuestros or¨ªgenes, por la que camin¨¢bamos.
Para que cobrara forma su mezcla de cr¨®nica y memoria, Vivian Gornick necesitaba los paseos con su amigo Leonard
Dos libros muy distintos que acabo de leer tienen el hilo com¨²n de las amistades caminadas y conversadas. Escribir un libro es inventar la forma ¨²nica que se corresponde con su materia. Francisco Garc¨ªa Olmedo, en Buscando a Antonio Ferres, cuenta sus encuentros y sus conversaciones con el novelista, vigoroso y l¨²cido a los noventa a?os. Intercala poemas suyos, fragmentos autobiogr¨¢ficos de sus novelas. La conversaci¨®n desemboca en la memoria personal del novelista; los paseos, los encuentros semanales para desayunar en una cafeter¨ªa de la calle de Bravo Murillo de Madrid, anclan en el presente los muchos viajes de la vida errante de Antonio Ferres, que viaj¨® clandestinamente a Par¨ªs y a Europa Oriental en los tiempos de su militancia comunista y fue profesor en universidades remotas del Medio Oeste en Estados Unidos. De una p¨¢gina a otra, el libro cambia delante del lector, de la perspectiva de Garc¨ªa Olmedo a la de Ferres, de la conversaci¨®n al recuerdo, a la anotaci¨®n de diario, al efecto de collage de un poema o una cita.
Algunas veces he caminado conversando por Madrid con Garc¨ªa Olmedo. Su libro tiene ese tono, ese ritmo. Cambi¨¦ bruscamente a una velocidad m¨¢s r¨¢pida cuando me puse a leer The Odd Woman and the City, de Vivian Gornick. Gornick escribe sobre las calles proletarias del Bronx que conoci¨® de ni?a y el Manhattan cultivado y neur¨®tico en el que vive ahora, todo el arco de una vida vivida en la misma ciudad por la que sigue caminando y conversando a los 80 a?os. En Nueva York, donde el aislamiento personal puede ser t¨®xico, una amistad conversada es todav¨ªa m¨¢s valiosa que en Madrid. Para que cobrara forma su mezcla de cr¨®nica, divagaci¨®n y memoria, Vivian Gornick necesitaba el hilo y el eje de sus conversaciones y sus paseos con un amigo, Leonard, mucho m¨¢s elusivo que el Ferres de Garc¨ªa Olmedo o el Johnson de Boswell, pero igual de valioso como presencia real y como artificio literario. Vivian Gornick, que ha sido una de las voces mayores del feminismo americano, escribe de los dones y las dificultades del amor tan v¨ªvidamente como del disfrute de una soledad elegida, que es a la vez el regalo y el precio de la independencia personal. Una vez a la semana queda con su amigo Leonard, que es gay y tambi¨¦n vive solo. Van a un restaurante, al teatro, al cine, a un concierto, toman caf¨¦, una ¨²ltima copa en la casa del otro. La compa?¨ªa mutua es muy intensa, muy discutidora, pero los l¨ªmites no se traspasan. A veces uno de los dos amigos tiene la tentaci¨®n de llamar al otro antes del plazo acordado, pero se contiene. Se conocen tan bien que cada uno escucha en la voz del otro lo que estaba a punto de decir. Cuando est¨¢n solos, piensan algo como si lo dijeran en voz alta. El libro de la mujer sola y caminadora en Nueva York es una declaraci¨®n de amistad tan apasionada como una declaraci¨®n de amor.
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