Esp¨ªas
El espionaje ya no es aquella misi¨®n secreta que lanzabas contra un enemigo, y que seg¨²n la versi¨®n oficial nunca ocurr¨ªa. Ahora ya ni siquiera hay enemigos, y si los hay cultivan negocios important¨ªsimos entre s¨ª y se llevan de maravilla. Aquel odio fr¨ªo y deshabitado con que una naci¨®n husmeaba en las intimidades de otra ha pasado en la actualidad a ser solo una versi¨®n del amor. Curiosamente, con los medios perfectos para ejercer el espionaje, hoy se esp¨ªa peor que nunca. Antes que tarde, se acaba sabiendo. Ni EE UU se libra. Es como si todo lo que cre¨ªamos s¨®lido, se desvaneciese en el aire. Me hace pensar en Raymond Chandler, que creaba detectives y criminales elegant¨ªsimos y letales, que andaban de aqu¨ª para all¨¢ con armas de fuego, y el d¨ªa que el escritor quiso matarse con una fall¨® el disparo y tuvo que aguantar que sus amigos le reprochasen que, con lo bien que escriba novelas, se suicidase tan mal.
En algunas profesiones, como la de periodista o escritor, el espionaje constituye una pr¨¢ctica m¨¢s normalizada que en Inteligencia. A veces se le llama plagio. En los a?os veinte, en la primera visita de Josep Pla a Madrid, el autor ampurdan¨¦s ya observ¨® que los diarios de la tarde espiaban a los de la ma?ana, y los de la tarde siguiente a los de la ma?ana anterior. Era un c¨ªrculo, con alg¨²n a?adido l¨®gico. ¡°Lo que ense?a en realidad el periodismo es, quiz¨¢, a plagiar decentemente, cosa important¨ªsima¡±, conclu¨ªa Pla. Espiar es un vicio. Todos lo hacemos, de alguna manera. Qui¨¦n no pas¨® largas temporadas espiando los libros de Hemingway, a ver si le sal¨ªan como a ¨¦l, sin ¨¦xito.
En la actualidad, los pa¨ªses amigos se esp¨ªan entre s¨ª, sus dirigentes almuerzan juntos, duermen en habitaciones casi vecinas, y es normal y hermoso. Tal vez lo feo sea espiar a escondidas, o incluso negar que se esp¨ªa. En un mundo perfecto y justo, un esp¨ªa deber¨ªa poder atornillar una placa dorada en la puerta de casa que dijese ¡°Aqu¨ª se esp¨ªa¡±. Todos sabr¨ªamos que tiene un trabajo de verdad. Le constar¨ªa al vecindario, que en el ascensor podr¨ªa preguntarle por las escuchas, y si quiere que hable m¨¢s alto; lo sabr¨ªa el ayuntamiento, que le pasar¨ªa un impuesto. Por fin podr¨ªas presumir de ser esp¨ªa, y conocer sin cortapisas ¨¦ticas las conversaciones que no te incumben. Y lo mejor de todo, podr¨ªas llevar una vida secreta en la que ser¨ªas jardinero.
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