La tristeza de un pa¨ªs alegre
Estrella Morente, el Ni?o Josele, la clarinetista Anat Cohen y el arpista Edmar Casta?eda tocaron el viernes en el Festival de Vitoria
Vitoria, primeras horas del viernes 17 de julio de 2015. Jeff Ballard, a quien pudimos escuchar el d¨ªa anterior acompa?ando al pianista Brad Mehldau, medita sobre las complejidades del alma humana mientras camina por los jardines situados frente al hotel en el que est¨¢ alojado. Cualquiera dir¨ªa que se est¨¢ preparando para su nueva aparici¨®n en el festival, esta misma noche, junto a la clarinetista Anat Cohen: ¡°As¨ª que esta noche voy a tocar m¨²sica brasile?a¡ esa s¨ª que es buena¡±.
Para cualquiera que no est¨¦ metido en los usos y costumbres del jazz, imaginar que alguien pueda no tener la m¨¢s remota idea de lo que va a interpretar horas antes del concierto, puede sonar a locura, falta de profesionalismo, o algo peor; en el jazz, esto es el pan nuestro de cada d¨ªa.
Anat Cohen, a la que uno no conoc¨ªa, es todo un fen¨®meno digno de ser estudiado. Primero, por el instrumento que toca, el clarinete, que los jazzistas modernos han abandonado en lo m¨¢s profundo del ba¨²l de los recuerdos, junto a la tuba en si bemol, el ukelele y la arm¨®nica de cristal o hidrocristal¨®fono; segundo, por sus maneras propias de showoman consumada pese a su aparente corta edad (imposible obtener dato alguno acerca de su a?o de nacimiento a trav¨¦s de Internet). Ella es as¨ª: excesiva y rimbombante; alguien capaz de juntar en un mismo concierto a Cartola con Pixinguinha, Edith Piaf y Fats Waller; o se la ama, o se la detesta; otra cosa es imposible. Uno sale de escuchar a Anat Cohen admirado de su virtuosismo como clarinetista y sin entender por qu¨¦ no toca otro instrumento.
Salieron luego a escena Ni?o Josele y Estrella Morente para cantarnos los temas de su disco brasile?o, Amar en paz. Primero ¨¦l; luego ella. Vestido blanco hasta los pies, mirada altiva, el pelo ondulado con un suave tono caoba. Fernando Trueba les junt¨®, y ellos se dejaron juntar. Lo que es valor no les falta, ni al uno ni a los otros.
El lector conoce los temas del disco: los hay que son apesadumbrados, melanc¨®licos, y otros que resultan directamente deprimentes. Uno andaba tratando de sobrevivir por entre el mar de l¨¢grimas y recordaba a la gran Shirley Horn, de su paso por ¨¦ste mismo festival hace unos cientos de a?os, y la espectadora que puso el grito en el cielo porque ella no hab¨ªa pagado por escuchar a una anciana cantando canciones tristes; qu¨¦ hubiera dicho ¨¦sta espectadora de estar presente la noche de ayer. Si se me pide la opini¨®n, y as¨ª debe ser puesto que ese es mi oficio, me remitir¨¦ a lo que escribi¨® el cr¨ªtico del diario O Globo de R¨ªo de Janeiro: bonito, pero excesivo.
Total, que de los tres conciertos del d¨ªa, el firmante se queda con el que tuvo lugar esa misma tarde en el Teatro Principal de la ciudad, y protagoniz¨® el colombiano Edmar Casta?eda. El primer concierto de arpa-solo en la historia del festival. Lo que ser¨ªa una extravagancia si no fuera porque, detr¨¢s del instrumento ciertamente inusual, hay un creador de marca mayor. Alguien con los pies en el suelo y la mirada muy alta. Casta?eda parte de la nada para crear su propia tradici¨®n de un instrumento sin historia dentro del jazz. Toca alto y claro. Su m¨²sica suena a joropo y a buler¨ªa; a samba y a free jazz; a todo eso, y a nada. Termina su concierto interpretando?Spain, de Chick Corea: nadie es perfecto.
Babelia
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