El hechizo de Portishead no tiene fin
Los de Bristol encarnaron la congoja, Public Enemy la conciencia y FFS la fiesta en la ¨²ltima jornada del FIB, que ha mostrado una s¨®lida base de 30.000 asistentes diarios
Saben lo que es la obsolescencia programada, ?no? Aquella caracter¨ªstica -inapreciable para el consumidor- que har¨¢ que cualquiera de sus enseres electr¨®nicos reviente por alguna costura y tenga que ser sustituido por otro, muy similar, por mor de las leyes del mercado. No se molesten en tratar de averiguar qu¨¦ diminuta pieza del engranaje ha fallado: el desajuste es tan imperceptible, tan microsc¨®pico, que es invisible a ojos del 99% de los mortales, legos en la materia como somos. Es algo que ocurre pese a que su irrupci¨®n es m¨¢s que intencionada, prevista en el dise?o inicial por alguna mente en la sombra. Pues bien, debe haber algo en los directos de Portishead, alguna inadvertida e infinitesimal variaci¨®n en su aleaci¨®n de componentes, que provoca que su clientela quede atrapada en sus redes una y otra vez. A pesar de que lleven cinco a?os repitiendo pr¨¢cticamente el mismo concierto.
Cinco a?os aparentando lo mismo, y cinco a?os desarmando al personal. Una y otra vez. No hay otra forma de explicar c¨®mo es posible que las propiedades hipn¨®ticas de su ritual de aflicci¨®n no mermen. Siempre lacerantes, por mucho que se expongan. Porque, raciocinio en mano, result¨® casi imposible anoche avistar m¨¢s novedad que las im¨¢genes fugaces del refer¨¦ndum griego que salpicaron Machine Gun o la no comparecencia de Beth Gibbons en el foso para darse el tradicional ba?o de masas. Su m¨²sica es un asalto sensorial. Un atropello emocional en toda regla, exquisitamente orquestado, brillantemente escenificado, que no entiende de raz¨®n. Logran que todo lo que ocurra sobre el escenario resulte ¨²nico, tan irresistible como la primera vez. La angustia de Mysterons, el impulso motorik de The Rip, el interludio deshuesado de Wandering Star, la s¨²plica reptante de Glory Box...son casi un g¨¦nero en s¨ª mismo, reventando los l¨ªmites de aquello que una vez alguien bautiz¨® como trip hop. Devastadores, otra vez.
La actuaci¨®n de los de Bristol fue la m¨¢s brillante de una triada -en la ¨²ltima noche del FIB- que justific¨® de sobra la expectaci¨®n. La que conform¨® junto a las efervescentes actuaciones de Public Enemy y FFS (Franz Ferdinand y Sparks). Si Portishead fueron la congoja, Public Enemy encarnaron la conciencia social en un mar de reclamos l¨²dicos. Y como buenos estandartes del showtime norteamericano que son, fundieron ambas pulsiones, la pr¨¦dica y la jarana, porque seguramente esa sea la ¨²nica credencial para legitimar un show que labr¨® sus mejores argumentos hace mas de 25 a?os. El sentido del espect¨¢culo que derrochan Chuck D y Flavour Flav, secundados por DJ Lord y el nutrido batall¨®n de uniformados militares que les acompa?an, es irrebatible. Y aunque perdi¨® algo de fuelle en su ¨²ltimo tramo, revel¨® el demoledor impacto que a¨²n detentan cl¨¢sicos como 911 is a Joke, Bring The Noise, Don't Believe The Hype o Fight The Power. Habr¨¢ quien les vea como un anacronismo, pero su discurso a¨²n se antoja un recordatorio necesario en tiempos en los que el hip hop deriva tanto hacia la materialista ostentaci¨®n bling bling. La suya fue una soberana lecci¨®n de historia, tan consciente de su legado y de sus ra¨ªces que gui?¨® algo m¨¢s que un ojo al Rapper's Delight de Sugarhill Gang, kil¨®metro cero de la old school del g¨¦nero. No emborronan su enorme herencia y adem¨¢s divierten, as¨ª que bravo por ellos.
Lo de FFS, la alianza entre Franz Ferdinand y Sparks-un poco despu¨¦s y en el mismo escenario-no tuvo tampoco desperdicio. La simbiosis deslumbra en escena, aunque casi tres d¨¦cadas les separen por edad. El contagioso olfato mel¨®dico de los escoceses y la chispeante locura de los angelinos mezclan a las mil maravillas. Son como la l¨ªnea recta y la curva, ortodoxia y heterodoxia en el mismo pack, en perfecta armon¨ªa. Y eso es algo que se evidenci¨® no solo en los temas de su magn¨ªfico ¨¢lbum conjunto (Johnny Delusional, Piss Off) sino tambi¨¦n en los que facturaron hace tiempo por su cuenta y anoche defendieron Alex Kapranos y Russell Mael, en primera l¨ªnea del frente y formando un estupendo t¨¢ndem, caso de Do You Want To de los primeros o Number One Song In Heaven de los segundos. Se sab¨ªa que su colaboraci¨®n es un bal¨®n de ox¨ªgeno para Franz Ferdinand y un acc¨¦sit de reconocimiento y justicia po¨¦tica para Sparks, pero el escenario adem¨¢s lo redimensiona en positivo. Y cuando se arrancaron con la infalible Take Me Out tembl¨® la tierra. Uno de los mejores conciertos de este a?o.
El resto de la jornada depar¨® uno de esos tradicionales picoteos entre escenarios, en el intento de no perder detalle de propuestas menos indispensables que las ya comentadas pero puntualmente estimulantes. Como la de los castellonenses deBigote, encargados de abrir fuego en el escenario grande con una estilizada visi¨®n del pop que rebosa clase-y canciones-sin que se vean sus costuras, algo caro de ver en tiempos de adscripciones gen¨¦ricas perezosas. O como la de los mexicanos Little Jesus, revitalizantes por la digesti¨®n aut¨®ctona que llevan a cabo de sonidos de rock vintage, y el desparpajo con el que la regurgitan. La trillada grandilocuencia de los neoyorquinos Augustines (?son realmente necesarias tantas bandas haciendo canciones con pretensiones m¨¢s grandes que la propia vida? ?de verdad?) se hizo m¨¢s complicada de deglutir, as¨ª que tampoco era una mala opci¨®n testar la aportaci¨®n irlandesa de rigor (el p¨²blico de all¨ª representa desde hace a?os un estimable porcentaje), con Hudson Taylor en un escenario y The Riptide Movement en el otro. Discretamente cumplidores ambos, aunque nuestra apreciaci¨®n haya que cogerla con muchas pinzas por la premura de tiempo.
De m¨¢s argumentos disponemos para calificar los pases de The Cribs o Bastille. Los primeros derrocharon arrojo pero sufrieron un mal sonido, en un concierto irregular que tuvo en Be Safe (con el speech de Lee Ranaldo, de Sonic Youth, en las pantallas) o en la poderosa We Share The Same Skies sus mejores puntales. Son pura clase media del rock brit¨¢nico, ni despuntan ni encallan. Aunque les hubiera venido muy bien seguir contando con Johnny Marr (The Smiths), al igual que hace unos a?os, para poner algo de orden, clase y concierto en sus impetuosos directos. Bastille, habituales de nuestros festivales, siguen por donde sol¨ªan. Entre el s¨ªndrome de la boy band y la ¨¦pica amable de ese synth pop tan inocuo que se gastan (?cruce de One Direction y Keane?). Versionaron, como es costumbre, el Rythm of the Night de Corona (con gui?o a Technotronic) y el No Scrubs de TLC. Muy recomendables para almas c¨¢ndidas.
El FIB, en resumen, cierra la edici¨®n de 2015 con una lectura en positivo. Ha detenido la sangr¨ªa de asistentes que ven¨ªa arrastrando en los ¨²ltimos cuatro a?os, ha recuperado algunas se?as de identidad y ha logrado que parte del p¨²blico espa?ol que hab¨ªa desertado haya vuelto a dejarse ver por Benic¨¤ssim (Vetusta Morla, quienes tocaban ayer en el escenario grande casi a la misma hora que Public Enemy, debieron tener tambi¨¦n su parte de culpa). Y lo ha hecho con un manojo de cabezas de cartel m¨¢s potentes que los de los ¨²ltimos a?os, aunque la letra peque?a-bueno, la que podr¨ªamos calificar como intermedia, entre los reclamos principales y las bandas emergentes estatales-haya vuelto a hacer aguas con frecuencia. La base, en todo caso, sigue siendo s¨®lida.
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