?Vel¨¢zquez!
Es muy raro que alguien se alegre y goce del esplendor alcanzado por otro
Agotado de nuestro pelotudo verano, un querido amigo decidi¨® anteayer largarse una temporada a Trieste; es de los que piensan que, aunque sea s¨®lo por unos d¨ªas, hay que intentar dejarlo todo atr¨¢s. Al irse, me pregunt¨® si, en caso de cruzarse con Claudio Magris, pod¨ªa darle recuerdos de mi parte. No volv¨ª a pensar en ello hasta anoche. Buscaba un dato que no encontraba y entr¨¦ de pronto en la edici¨®n mexicana de unos ensayos de Magris y di con un breve texto que transcurr¨ªa en Barcelona, en el museo del monasterio de Pedralbes, en la secci¨®n Thyssen-Bornemisza.
Sospech¨¦ que hab¨ªa entrado precisamente en esa p¨¢gina porque justo en aquel momento se estaba produciendo el encuentro casual de mi amigo con Magris en Trieste: yo andaba por Pedralbes en las p¨¢ginas de un libro y quiz¨¢s, a la misma hora, mi amigo conversaba con el escritor cerca del caf¨¦ San Marco.
Contaba Magris en su ensayo que en la sala del monasterio hab¨ªa escasos visitantes, pero entre ellos estaba la pareja formada por un padre y un hijo; el primero (de unos setenta y cinco a?os, poca estatura y aire tranquilo) llevaba de la mano al segundo, evidentemente afectado por el s¨ªndrome de Down. Los dos iban par¨¢ndose delante de cada cuadro y el padre le explicaba al hijo, llev¨¢ndole todo el tiempo de la mano, la Virgen de la humildad, de Fra Angelico, tema predilecto de las ¨®rdenes mendicantes. El hijo le escuchaba, asent¨ªa con la cabeza, murmuraba algo de vez en cuando; puede que tuviera cuarenta o cincuenta a?os pero ten¨ªa, sobre todo, dec¨ªa Magris, ¡°la edad indefinible de un ni?o marchito¡±.
El padre le hablaba, le escuchaba, le contestaba; probablemente llevara haciendo esto toda una vida y no parec¨ªa ni cansado ni angustiado, sino complacido por ense?arle a su hijo a amar a los Maestros. Cuando lleg¨® al Retrato de Mariana de Austria, reina de Espa?a, se agach¨® para leer el nombre del autor, despu¨¦s se levant¨® de golpe y, dirigi¨¦ndose al hijo con un tono de voz un poco alto, le dijo:
¡ª?Vel¨¢zquez!.
Y se quit¨® el sombrero levant¨¢ndolo lo m¨¢ximo posible.
Para Magris, aquel modo respetuoso y alegre de quitarse el sombrero fue un gesto regio. Y fue regio tambi¨¦n el evidente placer con el que el padre hab¨ªa comunicado su entusiasmo al hijo. A pesar de las contrariedades de la vida, aquel hombre no hab¨ªa querido privarse de la alegr¨ªa de reconocer el arte de un gran artista, es decir, no deseaba negar lo que otros, con quienes la suerte hab¨ªa sido m¨¢s generosa, lograron crear conquistando la gloria en el mundo.
Ese gesto lleno de pasi¨®n por la vida y el arte es poco frecuente entre nosotros que, por lo general, llevamos al m¨¢s negro rencor en la grupa del caballo. De hecho, es muy raro que alguien se alegre y goce del esplendor alcanzado por otro. Y en el nido de v¨ªboras de internet, ni siquiera es raro, sino imposible.
He pensado en esto mientras me acordaba de mi amigo en Trieste y le imaginaba en conversaci¨®n animada. Ojal¨¢ cuanto le vaya ocurriendo en el viaje sea de esa clase de cosas ante las que uno no duda en quitarse el sombrero.
¡ª?Magris!
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