De Calatrava la Vieja a Ciudad Real la Nueva
El vetusto castillo se impone en medio de la llanura como una enorme muela ennegrecida
De Malag¨®n a Ciudad Real apenas hay veinticinco kil¨®metros, pero antes me desv¨ªo ¡ªa la altura de Fern¨¢n Caballero¡ª por la carretera que lleva a Calatrava la Vieja, la fortaleza que domin¨® todo este territorio en tiempos de la Reconquista y que fuera la sede de la orden militar que recibi¨® su nombre de ella hasta su traslado a la de Calatrava la Nueva, sesenta kil¨®metros m¨¢s al sur.
La fortaleza, anclada al borde del r¨ªo Guadiana, que le sirvi¨® de foso alg¨²n tiempo (mientras el castillo estuvo en manos de los ¨¢rabes, que fueron sus constructores como principal avanzada defensiva de sus reinos; luego, cuando cay¨® en manos cristianas, el r¨ªo, al quedar al norte de aqu¨¦l, ya no serv¨ªa de defensa), impresiona por su ferocidad tanto como por su decadencia. Especialmente a la hora a la que yo llego, que es la del atardecer, cuando el vetusto castillo se impone en medio de la llanura como una enorme muela ennegrecida que el cielo recorta una tarde m¨¢s desde hace mil trescientos a?os, que es los que tiene cumplidos. El silencio y la dulzura de la hora, con el cereal segado, que llega hasta los mismos muros de la fortaleza, y la vegetaci¨®n del r¨ªo mezclando aromas a su alrededor, convierte este lugar en una fantas¨ªa, en una nueva enso?aci¨®n de la llanura ciudadreale?a que don Quijote convertir¨ªa en una aventura, pues ver¨ªa guerreros en las almenas y en los adarves doncellas retenidas contra su voluntad que deber¨ªa ir a rescatar presto. Menos mal que don Quijote est¨¢ ya dormido en la eternidad en la que viven los h¨¦roes y sus creadores y el santero y su familia (su mujer y una hija adolescente) pueden disfrutar tranquilos de la cena que est¨¢n tomando en la paz absoluta de la arboleda, delante del santuario en el que tambi¨¦n viven. Est¨¢ a escasos metros de la fortaleza y su capilla es muy visitada, seg¨²n parece, pues guarda cientos de exvotos en cera y de otros materiales de la gente que viene a dar las gracias a la virgen de Calatrava la Vieja (de la Encarnaci¨®n realmente) y a disfrutar de los merenderos que hay en torno al santuario y al castillo, como ahora hacen el santero y su familia antes de retirarse a dormir.
¡ª?Que aproveche!
¡ª?Muchas gracias!
El carill¨®n y las esculturas
Aparte del Museo del Quijote, Ciudad Real ha sembrado sus calles de homenajes al personaje de Cervantes y a ¨¦l mismo, un poco por reconocer el que le hizo a esta tierra con su novela y un mucho por aprovechar el tir¨®n tur¨ªstico que en torno a ella se ha producido de un tiempo ac¨¢.
Aparte de las esculturas de Garc¨ªa Coronado y otros artistas (de don Quijote, de Sancho Panza, de Rocinante, del propio Cervantes), que presiden las plazas de la ciudad, en el reloj de la Casa del Arco, en la Plaza Mayor, un moderno carill¨®n hecho a imitaci¨®n del de M¨²nich o del de Bruselas, pero con don Quijote, Sancho y Cervantes como protagonistas, da las horas desde 2005, cuando se inaugur¨® para celebrar los 750 a?os de la fundaci¨®n de Ciudad Real.
Cerca de la ciudad, el aeropuerto que construy¨® una empresa que acaba de vend¨¦rselo a los chinos por 10.000 euros porque no sab¨ªa qu¨¦ hacer con ¨¦l lleva tambi¨¦n el nombre de don Quijote. En fin.
A Ciudad Real llego ya de noche despu¨¦s de atravesar Peralvillo, que tambi¨¦n cita Cervantes (como el lugar en el que Sancho Panza teme acabar si se sube al caballo Clavile?o, el juguete de madera que vuela milagrosamente, y cuyo nombre se identificaba entonces con las ejecuciones de la Inquisici¨®n, que en Peralvillo ahorcaba a sus reos), y a la ma?ana, cuando me despierto, me dedico a visitarla pese a que en el Quijote ni se la nombra (s¨ª, en cambio Miguelturra, pueblo que es casi ya un barrio de la ciudad, con perd¨®n de los miguelturre?os; lo hace al hablar de un vecino del pueblo, Andr¨¦s Pelerino, que se presenta en la ¨ªnsula Barataria ante Sancho Panza para pedirle dinero para casar a una hija). Es normal; don Quijote procuraba siempre andar por despoblado, lejos de las ciudades y de los pueblos donde no iba encontrar aventuras y s¨ª percances y contratiempos.
Pero a Ciudad Real no le importa, a lo que se ve, ese olvido; al contrario, la ciudad fundada por el rey Alfonso X el Sabio ¡ªde ah¨ª su nombre¡ª como contrapeso de la monarqu¨ªa ante el creciente poder de las ¨®rdenes militares en la zona presume, como todos los pueblos y las ciudades de la provincia, nada m¨¢s y nada menos que de ser la capital del Quijote, que es decir mucho y nada a la vez, dependiendo de c¨®mo uno lo entienda. Como lo entienden Charly (Francisco Javier L¨®pez), el director de los museos municipales de Ciudad Real y amigo de la juventud al que visito en su puesto de mando del Palacio de Villase?or, frente a la catedral del Prado, y Valeriano Villajos, el archivero municipal, es con escepticismo, como corresponde a dos personas inteligentes. ¡°De algo tenemos que vivir¡±, ironiza Charly, que ni siquiera es de Ciudad Real, aunque lleva ya media vida aqu¨ª.
Con escepticismo o no, despu¨¦s de tomar caf¨¦ (¡°Hoy no tenemos prisa¡±, dicen el director de museos y el archivero municipal, ¡°pues a¨²n no se ha constituido el nuevo Ayuntamiento, as¨ª que no tenemos jefes¡±) me acompa?an a ver el Museo del Quijote, creado en honor de ¨¦ste y en el que lo mejor, aparte del edificio, que est¨¢ muy bien, son las reproducciones de instrumentos de simulaci¨®n de ruidos (lluvia, truenos, ventoleras...) que se usaban en el teatro en ¨¦poca de Cervantes, que es lo que m¨¢s interesa a los escolares que lo visitan, mucho m¨¢s que la colecci¨®n de Quijotes de la biblioteca y que los moldes de las esculturas de Joaqu¨ªn Garc¨ªa Coronado, d¨®nde va a parar. Y a m¨ª tambi¨¦n, aunque me lo callo
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.