Se fueron los g¨¢nsteres, llegan los cirujanos
Las conversaciones entre los amantes del cine ¨²ltimamente versan sobre series de televisi¨®n. 'The Knick' es original y fascinante
La memoria, esa facultad que provoca tanta melancol¨ªa, horror, gozo o emoci¨®n, puede tornarse selectiva a medida que envejeces. Es una forma de protegerse mentalmente, de hacer esfuerzos por aparcar en la bruma lo que te hizo infeliz, de mimar los buenos recuerdos. Tambi¨¦n, si uno no es demasiado riguroso con la propia y a veces temible verdad, tender¨¢ al autoenga?o o a embellecer excesivamente lo que solo fue aceptable. En cualquier caso, es preferible conservarla, plena o a medias, a perderla. A que el alzh¨¦imer o la demencia senil te priven de revivir en tu cerebro y en tu coraz¨®n lo que te ocurri¨® en la vida.
En las primeras y memorables p¨¢ginas de Si una noche de invierno un viajero (titular tambi¨¦n es un arte), Italo Calvino describ¨ªa admirablemente el ritual que transcurre entre la adquisici¨®n de un libro, la llegada a casa y el acto m¨¢gico de abrir sus p¨¢ginas. Y estoy seguro de que aquellos que aman los libros de papel recuerdan la ¨¦poca y las circunstancias personales en las que leyeron esa novelas, poemas, cuentos, ensayos que les marcaron a perpetuidad. Y los cin¨¦filos, cuando se hacen viejecitos, siguen poseyendo memoria de los cines y la ¨¦poca en las que vieron por primera vez esas pel¨ªculas que les maravillaron. El cine era un placer que compart¨ªas con gente cercana o an¨®nima, en salas de estreno o en los benditos programas dobles. Y si estabas o te sent¨ªas solo no hab¨ªa ning¨²n lugar mejor para tu enso?aci¨®n, tu refugio, tu consuelo, tu placer. Imagino que lo que nos proporcionaban las salas oscuras es comparable a lo que sienten los creyentes al acudir a la iglesia, a la mezquita, al templo. O sea, sentirse en Arcadia todos los d¨ªas y todas las noches.
Imagino que lo que nos proporcionaban las salas de cine es comparable a lo que sienten los creyentes al acudir a la iglesia
Y vale, admitamos con furia y desesperanza los que no concebimos la existencia sin cines ni librer¨ªas, o sabemos que esta hubiera sido menos feliz o simplemente insoportable, que la forma de consumir estas impagables cosas ha cambiado y que la agon¨ªa ser¨¢ imparable. Por mi parte, sospecho que nunca podr¨¦ ver una pel¨ªcula o una serie en un tel¨¦fono ni devorar un libro a trav¨¦s de una m¨¢quina. Pero cuando llegue ese d¨ªa fatal en el que entierren definitivamente las salas de cine y el papel, mi sentido de la supervivencia aspira a tener un pantall¨®n acompa?ado de un sonido perfecto en mi casa. Y poseo tantos libros que aunque sus p¨¢ginas se tornen amarillas, siempre dispondr¨¦ de infinitas p¨¢ginas que releer.
Desde hace demasiado tiempo constato que cuando intercambio opiniones con amigos y conocidos tan chalados por el cine como yo, es mucho m¨¢s frecuente que hablemos de series y no de pel¨ªculas. Y cuando lo hacemos de las segundas casi siempre apelamos al pasado, ya que incomprensiblemente tambi¨¦n se han desengachado de aquella ancestral y maravillosa costumbre y acto de amor de ir al cine. A lo peor, porque quedan pocos, o porque su necesidad de disfrutar con historias narradas en im¨¢genes est¨¢ saciada con la primorosa oferta de las grandes series de televisi¨®n, degustadas a cualquier hora en su casa, mediante la televisi¨®n de pago, consumo a trav¨¦s de Internet, DVD y Blue-Ray, o pirateadas si su econom¨ªa no les permite las anteriores opciones.
El gran problema con las series para los que viven en pareja es poder compaginar los horarios y las responsabilidades de cada uno para poder verlas al mismo tiempo. Me han informado de m¨¢s de un mosqueo en la convivencia cuando uno de los miembros no ha tenido la paciencia de esperar al otro para compartir la visi¨®n de esas series. Problema que no tenemos los que vivimos solos, los que sabemos que al llegar a casa nos espera el silencio y esas amorosas novias llamadas series, con las que es problem¨¢tico el desencuentro, la bronca, el aburrimiento o la decepci¨®n . A condici¨®n de saber elegir, de tener muy claro lo que te gusta. En mi caso, juego sobre seguro. Si los primeros cap¨ªtulos me resbalan, acostumbro a no darle m¨¢s oportunidades, va directamente a la basura. Pero cuando veo el sello de HBO s¨¦ que las posibilidades de desencanto son remotas. Y de acuerdo en que incluso las mejores series est¨¢n amenazadas por bajones a lo largo de su apasinante existencia, que como asegur¨® alg¨²n fil¨®sofo no se puede ser sublime sin interrupci¨®n. Pero es tanta la calidad que te han ofrecido que perdonas sus desfallecimientos, sabiendo que cuando llegue el final te vas a sentir muy triste.
Por ejemplo, acabo de despedirme del complejo y fascinante rey de la corrupci¨®n Nucky Thompson, protagonista ( qu¨¦ grande es Steve Buscemi) de la extraordinaria Boadwalk Empire. Y tal vez su creador y los guionistas insistan demasiado en la quinta y ¨²ltima temporada en contarnos la infancia, adolescencia y juventud del rey de Atlantic City, en describir el pasado de sus protagonistas para que comprendamos su posterior degradaci¨®n. C¨®mo se forjaron esas personalidades tormentosas, la convicci¨®n de Thompson de que todos y todo est¨¢ en venta, un precio caro o barato. Y el desenlace es tr¨¢gico, incluso llegas a sentir piedad ante la derrota absoluta del antiguo triunfador. El hombre que se invent¨® esta historia de guerra por el poder, venalidad colectiva, traiciones y personajes que siempre est¨¢n trasegando alcohol y a los que la Prohibici¨®n les supuso el mejor negocio de su violenta, tortuosa, c¨ªnica y gansteril existencia, se llama Terence Winter y las primeras noticias que tuvimos de ¨¦l fueron sus magn¨ªficos guiones para Los Soprano. El primer cap¨ªtulo de Boadwalk Empire supuso el bautizo del intocable Scorsese en las series de de televisi¨®n y tambi¨¦n figuraba como productor ejecutivo. ?Qui¨¦n va a negar el prestigio del director de Taxi Driver y de Uno de los nuestros? Pero no nos enga?emos. El alma de Boadwalk Empire se llama Terence Winter.
Apesadumbrado por la despedida de esos villanos tan potentes, me recupero enseguida al constatar el riesgo y la calidad que desprende la primera temporada de la inquietante y dura The Knick, dirigida por Steven Soderbergh, un irregular y a veces magistral director de cine que ha sabido intercambiar proyectos muy personales con las formulas del cine de ¨¦xito en Hollywood. Hay que poseer un est¨®mago fuerte para seguir el nacimiento de la cirurg¨ªa moderna en la Nueva York de 1900 y protagonizada por un m¨¦dico brillante que ejerce su extenuante ciencia con la ayuda diurna de los pinchazos de coca¨ªna (no le quedan venas para meter la jeringa, llega a inyectarse en los genitales) y el consuelo nocturno de las pipas de opio. Es una seria ¨¢spera, original, fascinante. ?Y de la segunda temporada de True Detective? Mejor no hablamos. Por respeto a la obra maestra que nos regal¨® la primera temporada.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.