Un incendio interior

Sorpresa. Un grupo candeal de actores reci¨¦n horneado en la escuela de Nave 73, un texto incisivo in¨¦dito (con el que Pablo Gisbert cosech¨® el acc¨¦sit del Premio Marqu¨¦s de Bradom¨ªn 2011) y una direcci¨®n de Carlota Gavi?o e ??igo Rodr¨ªguez-Claro que pone en planos paralelos lo tr¨¢gico y lo humor¨ªstico, los genocidios y los juegos de ni?os, del mismo modo que el propio autor equipara la ceguera de los pueblos ante los cr¨ªmenes de sus dirigentes m¨¢s abyectos con la necesidad que el amante tiene de ignorar la traici¨®n de la persona amada.

La pareja rectora contrapuntea los di¨¢logos de Un cine arde y diez personas arden con alegor¨ªas (por ejemplo, de la deformidad moral, cuando los coreutas se l¨ªan las caras, como redondos de ternera listos para asar, con las gomas el¨¢sticas con las que segundos antes se enfrentaban a pelotillazo limpio) y con una partitura cin¨¦tica en la que caben desde los cuadros vivientes (para recrear, con iron¨ªa, los dos v¨ªa crucis que Gisbert propone) hasta la coreograf¨ªa par¨®dica, sembrada ¨Cdonde asoman la cabeza, algo ebrios, Pina Bausch y Lindsay Kemp¨C, con la que los actores acompa?an la reproducci¨®n de los tres minutos finales de la Obertura de Guillermo Tell.

Gavi?o y Rodr¨ªguez-Claro desentra?an admirablemente la pieza de Gisbert: la hacen suya, en el mejor sentido. Sus int¨¦rpretes, en el papel de espectadores cinematogr¨¢ficos, ocupan la grada del teatro, y el p¨²blico, el escenario donde supuestamente se est¨¢ proyectando el Wilhelm Tell de Heinz Paul, de modo que, ya de entrada, unos y otros se sit¨²an fuera de eje, como el autor, que en esta pieza observa las relaciones familiares y afectivas con desconfianza manifiesta, un bid¨®n en la mano diestra y una cerilla en la zurda, dispuesto a hacer luz de manera expeditiva.

Formidable, la incandescencia con la que Esteban Balbi, Adela B¨¦rtolo, Carlos Hermayz, Estefan¨ªa Mar¨ªn, Cristina Mart¨ªn, ?lvaro Molero, Javier Rojo, Axel Florencio (un Tom¨¢s Pozzi m¨¢s temperado) y Laura Mor¨¢n (ni un terremoto podr¨ªa sacarla del lugar mental donde se coloca), actores recient¨ªsimos todos ellos, encarnan las ideas del autor, las figuras de las que se sirve para expresarlas y las corrosivas sugerencias de ambos directores. Hace tiempo que no ve¨ªa un elenco amplio tan compacto, con su energ¨ªa tan bien sopesada y tan concentrado en lo concreto y en lo simb¨®lico. Aunque Gisbert no la haya estrenado con El Conde de Torrefiel, su compa?¨ªa, Un cine arde y diez espectadores arden no es menos c¨¢ustica ni menos certera que cualquier otra de sus mejores piezas (de hecho, hay un par de pasajes de esta que retoma en Observen como el cansancio derrota al pensamiento; uno de ellos, la diatriba contra los viajes de estudios y de ocio a Londres) ni que las piezas de referencia de Rodrigo Garc¨ªa o de Ang¨¦lica Liddell.

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