Una rapsodia de la abstracci¨®n
Siempre/todav¨ªa es un gran himno a la abstracci¨®n cuyos ingredientes son unos textos de Alberto Coraz¨®n y la m¨²sica de Alfredo Aracil
El Museo de la Universidad de Navarra es uno de los reci¨¦n incorporados a la geograf¨ªa espa?ola de centros de arte. Abierto en enero de este a?o, se articula en torno a una exquisita colecci¨®n de arte abstracto, legada por Mar¨ªa Josefa Huarte. Sus t¨¤pies, oteizas o palazuelospodr¨ªan ser la envidia de cualquier colecci¨®n.
El edificio, obra del navarro Rafael Moneo, es un buen ejemplo del saber de este arquitecto universal, una alegor¨ªa de la l¨ªnea recta y el cubo que solo hace concesi¨®n a la curva en un auditorio ejemplar: el tercero de Pamplona en importancia, con 700 plazas, una audici¨®n y visibilidad encomiables y un equipamiento t¨¦cnico de prestaciones altamente profesionales. El Museo es uno de los pocos espa?oles de car¨¢cter universitario.
En suma, que este nuevo auditorio pamplon¨¦s y el museo que lo acoge tienen unas posibilidades excepcionales. Aunque ya se han realizado eventos de artes esc¨¦nicas, bien coordinados por el curtido Jos¨¦ Manuel Garrido, el estreno de Siempre/todav¨ªa ten¨ªa, a priori, car¨¢cter casi de manifiesto. Y, como si los dioses del desierto de Siria hubieran querido premiar el arrojo, el resultado ofrece una coherencia rara y preciosa.
Siempre/todav¨ªa se subtitula ?pera sin voces. Tampoco hay personajes ni trama aparente. Es, m¨¢s bien, un gran himno a la abstracci¨®n cuyos ingredientes son unos textos de Alberto Coraz¨®n motivados por una residencia art¨ªstica en el Damasco en guerra. Son textos que hablan del signo, de la memoria y de la melancol¨ªa por lo que se fue y que permanece instalado para siempre en la abstracci¨®n del gesto escrito o el trazo cargado de significado.
Alfredo Aracil, el m¨²sico que, a modo de premonici¨®n, ha obtenido el Premio Nacional de Composici¨®n apenas unos d¨ªas antes de este estreno, ha convertido en videodrama este relato de sentimientos convulsos. Tambi¨¦n ha a?adido, a modo de tercera dimensi¨®n, reflexiones sobre el sonido, el silencio, el eco...
Pero, sobre todo, ha compuesto una enigm¨¢tica suite para piano que se erige en lecho de calma para una apoteosis de transformaciones visuales que pugnan con la palabra impresa. Aracil se ha impuesto la tarea herc¨²lea de articular 70 minutos de m¨²sica pian¨ªstica. En el proceso ha encontrado recursos que lat¨ªan en su obra anterior, igual que esos dormidos signos sirios aqu¨ª evocados. Siempre/todav¨ªa marca un punto de inflexi¨®n en la m¨²sica del madrile?o, le ha forzado a abrir un imaginario secreto que revela potencia donde hab¨ªa sutileza y voluntad de estilo. Es lo que tiene convocar a los genios dormidos del pasado, como si Aracil hubiera abducido a las energ¨ªas damasquinas de Coraz¨®n. En esta obra, Aracil brinda un cofre de gestos variad¨ªsimos que quiz¨¢ contengan tanto de su pasado como de su futuro compositivo. En todo caso, se ha reinventado de modo notable.
Queda el tercer personaje: el pianista. En escena solo aparece ¨¦l y una pantalla. Poner esto en pie reclama energ¨ªas nada desde?ables. Por ello cuesta trabajo imaginar el espect¨¢culo sin Juan Carlos Garvayo. No es la primera vez que este enorme pianista y m¨²sico (poeta incluso, con libro reci¨¦n presentado), se atreve con un desaf¨ªo de talla; a¨²n es reciente su prestaci¨®n en el estreno de una monumental sonata de Sotelo r¨¦plica de la de Liszt. Aqu¨ª, adem¨¢s del despliegue de t¨¦cnicas y exigencias expresivas de la obra de Aracil (repito, ?70 minutos a solo!), Garvayo sincroniza con el v¨ªdeo, tanto m¨¦trica como sonoramente. Para un espectador normal es un gusto, para alguien del oficio (y yo no puedo evitarlo), es un asombro. Si hubiera que reducir el elogio a una expresi¨®n, dir¨ªa que se exhibe como un escultor del sonido.
A¨²n habr¨ªa que contar con un cuarto personaje: el propio Museo, cuyas cuerdas secretas vibran con un espect¨¢culo que parece contenerlo. El Museo y el espect¨¢culo que lo explora se unen como para decir que sigue siendo la abstracci¨®n la que pone orden en la entrop¨ªa de la historia y la dispersi¨®n de los signos.
Para corroborarlo, el auditorio de Moneo se llen¨® de manera ins¨®lita y sigui¨® con fervor un espect¨¢culo nada f¨¢cil; no tanto por alguna dureza expresiva, al contrario, a veces gusta como un dulce del L¨ªbano, sino por la concentraci¨®n que siempre pide la abstracci¨®n.
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